domingo, 19 de abril de 2009

UNA HERMOSA BALADA SOBRE UNOS TIEMPOS DIFÍCILES

Balada de la guerra hermosa. Eugenio Suárez-Galbán Guerra. Tropo Editores. 2009.

Balada de la guerra hermosa es una espléndida novela corta. Aunque en 1982 ganó el Premio Sésamo de novela y fue publicada al año siguiente por la editorial Fundamentos, la obra no alcanzó demasiada difusión y había quedado, como tantas otras, en un inmerecido olvido. Tropo Editores la rescata ahora con el acierto y el buen gusto literarios que comienzan a ser habituales en esta joven editorial.

El autor de Balada de la guerra hermosa es Eugenio Suárez-Galbán Guerra. Nacido en 1938 en Nueva York, es hijo de padre español nacido en Cuba y de madre canaria. Doctor en Lenguas y Literaturas románicas por la Universidad de Nueva York y en Literatura por la Universidad de Leiden, Suárez-Galbán es crítico, editor, poeta y novelista, y ha publicado numerosos artículos y varios libros. Cuando llevábamos un sueño en cada trenza es su novela más reciente.

Balada de la guerra hermosa cuenta la vida de Mencey, un canario que estuvo de matón de Batista en Cuba, desertó del ejército nacional en la Guerra Civil, pasó a Portugal con un grupo de gitanos, vivió un tiempo de robar a prostitutas en Marsella, fue apresado por los nazis y deportado a un campo de concentración tras hacerse pasar por gitano, volvió a España con el maquis, estuvo en la clandestinidad y acabó convertido en un personaje mítico en su Canarias natal. Una serie de aventuras que pueden resumir una parte de la vida de algunos españoles a quienes tocó la desgracia de vivir una sucesión encadenada de guerras y situaciones dramáticas.
La novela está contada a varias voces que se convierten en interlocutoras entre sí. La principal es la de un amigo de Mencey que vivió a su lado sus primeras aventuras y que luego siguió el rastro que dejaba su antiguo compañero de fatigas. Las otras voces narradoras son las de dos mujeres que amaron a Mencey, una trágicamente y otra en una inquebrantable espera de su regreso. El mayor logro de la novela es la forma en que está narrada, que proporciona al relato un tono de confidencia y en algunos momentos de hondo lirismo. Usando siempre un lenguaje coloquial, con abundantes expresiones canarias -mi niño, mi niña, gofio o godos- y con un estilo fluido de relato oral que hace que el lector crea a veces estar escuchando la historia más que leyéndola. Son ese tono y esas formas narrativas las que convierten en una hermosa y poética balada una historia llena de sucesos brutales y dramáticos, sobre un periodo histórico muy presente en la novela española que pocas veces ha sido contado con tanta originalidad y belleza literaria. Mencey es un personaje que alcanza la dimensión y la aureola míticas de algunos de los héroes de las mejores narraciones orales.

Un espléndido libro que muestra el milagro del que es capaz la literatura: transformar en belleza algunas de las peores tragedias que pueden vivir los seres humanos.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 12 de abril de 2009

POESÍA DE LOBOS


Lobotomía. Javier Barreiro. Editorial Renacimiento. Sevilla, 2008, 44 páginas.

El lobo siempre ha sido un animal literario. Y lo sigue siendo, aunque con variaciones que a veces lo alejan de su tradicional aureola mítica de fiereza. Hace poco escribí en estas páginas una reseña sobre la magnífica novela El lobo, de Joseph Smith. Hoy lo haré sobre Lobotomía, un breve y original poemario de Javier Barreiro, profesor de Literatura y autor de numerosos libros sobre temas diversos. También de otros libros de poesía como Dientes en un cofre y Ángel huido del infierno.

Lobotomía es un conjunto de veinte poemas que tienen como único protagonista al lobo. Sin embargo, si buscamos en el diccionario la palabra lobotomía, ésta no hace referencia al animal sino a una operación del cerebro que supuestamente rebaja la agresividad de las personas. Un procedimiento bárbaro que se practicó hace unos años y que hoy parece definitivamente desterrado de la medicina moderna. Tal vez pueda resultar excesivo decir que algunos de los lobos que desfilan por el poemario de Barreiro parecen fieras a las que se haya practicado la lobotomía, desposeyéndolas así de su proverbial ferocidad. Son lobos temerosos, lobos que beben más de la cuenta -qué bello poema y qué humana borrachera la de Lobo en curda-, lobos que se disfrazan de magos, que ya no provocan miedo como antaño sino risa, compasión o pena. Y, claro, son lobos humanizados, tan ridículos y desvalidos como lo somos las personas con frecuencia. Lobos avergonzados de haber dejado de ser lo que eran, de haber perdido su legendario prestigio. Porque del lobo feroz y mítico, como parece indicar ya el primer poema del libro, sólo quedan los retratos de otros tiempos. El lobo de algunos poemas de Lobotomía puede compararse con el famoso lobito bueno de José Agustín Goytisolo y remite, por tanto, a un mundo al revés. Los niños ya no temen al lobo sino a la inversa.

Pero el contenido del libro es complejo y su intención ambigua. Es posible que cada lector dé interpretaciones distintas a sus poemas y metáforas. En eso, entre otras cosas, radica la calidad del poemario del escritor zaragozano. Y en la poesía misma: en el ritmo, musicalidad y armonía verbal que alcanzan sus versos. También en una acertada combinación de registros, con sabia mezcla de lo formal y culto con lo más coloquial y prosaico.

Hay mucha ironía en muchos de los versos de Lobotomía. A veces mezclada con reflexiones metaliterarias. Así ocurre en Lobo alobado, con esa guarida decorada con postal y recorte de Lon Chaney y José Luis López Vázquez que acaban “arruinando el poema”.

Un libro breve de poemas breves, en el que –como en la máxima graciana– lo breve resulta ser doblemente bueno.

Carlos Bravo Suárez


lunes, 6 de abril de 2009

CIEN AÑOS DE LA MUERTE DE HENRY RUSSELL

Hace un tiempo escribí en estas mismas páginas el artículo “Henry Russell, el enamorado de los Pirineos” en el que, a partir de la publicación del libro “Yo, Henry Russell” (Prames, 2005), de Alberto Martínez Embid, me referí a los aspectos más destacados de la vida del ilustre pirineísta francés. Con motivo del primer centenario de su muerte, haré aquí un breve resumen de algunos datos biográficos del excéntrico y polifacético montañero y escritor.

Henry Russell-Kilough nació en Toulouse en 1834 en el seno de una familia aristocrática. Era hijo de padre irlandés y de madre francesa y poseía el título de conde. Tras una juventud aventurera en la que viajó por todo el mundo, a finales de 1861 fijó su residencia en la localidad francesa de Pau. Desde allí desarrolló una febril e inagotable actividad montañera que le llevó a recorrer sin descanso la cordillera pirenaica en toda su extensión.

Ataviado con una llamativa indumentaria, con sus botas de clavos y su bastón de madera de fresno, se lanzó a la conquista de las cumbres pirenaicas y a escribir después sobre sus múltiples andanzas y aventuras. Russell pasa por ser el inventor del saco de dormir, que en realidad copió de un aduanero español a quien vio pernoctar envuelto en un saco hecho con la lana de varias ovejas. Tomándolo como modelo, se hizo fabricar uno igual con las pieles cosidas de seis corderos. Al parecer lo probó una gélida noche en la cima del Aneto. También se dice de él que fue el iniciador de las ascensiones invernales a las cumbres pirenaicas. Eran asimismo famosos su apetito voraz, su poca afición a madrugar, su gusto por el "chartreuse", el ponche y los cigarrillos y su costumbre de hacer noche en la cima de los picos a los que ascendía.

Después de recorrer casi todas las montañas de los Pirineos, se obsesionó con una de ellas: el Vignemale, denominada Comachibosa en Aragón. La subió treinta y tres veces y logró una simbólica concesión de propiedad sobre doscientas de sus hectáreas en las que mandó perforar hasta siete cuevas, bautizadas con nombres como Ville Russell, Belle-Vue, Paradis o Cueva de las Damas.

Tras largos años de descomunal esfuerzo montañero, las fuerzas del conde comenzaron a decaer y una enfermedad incurable le obligó a retirarse a Biarritz, donde siempre había pasado temporadas de descanso. Henry Russell murió a principios de febrero de 1909 a los 75 años. Su cadáver fue trasladado a Pau, en cuyo cementerio fue enterrado en el panteón familiar. En 1901 el gobierno galo ya le había concedido la Legión de Honor. Tras su muerte, diversas calles y plazas francesas recibieron su nombre en Lourdes, Luchon, Tarbes, Toulouse, Biarritz o Bagnères-de-Bigorre. En España, en el macizo de la Maladeta, el pico que él denominó Pequeño Aneto, conocido también como Tuca del Cap de la Vall, pasó a llamarse Pico Russell aún en vida del insigne montañero y escritor.

Paralelamente a su pasión excursionista, Russell desarrolló una destacada actividad literaria y se convirtió en cronista de sus propias gestas. Escribió numerosos libros, colaboró en diversas publicaciones montañeras y recopiló artículos y trabajos que sirvieron de base para su magna obra y gran legado literario "Souvenirs d'un montagnard", cuya edición definitiva apareció en 1908. Del libro hay una edición resumida en español (“Recuerdos de un montañero”, Editorial Barrabés, 2002). Russell contribuyó también a la creación de varios clubes alpinos o sociedades de montaña e impulsó la construcción de algunas cabañas que fueron embrión de futuros refugios para montañeros.

Henry Russel es una figura legendaria del pirineísmo de la segunda mitad del siglo XIX. Con motivo del centenario de su muerte, la sociedad francesa de Les Amis du Livre Pyréneen ha editado dos obras suyas hasta ahora inéditas en dos lujosas ediciones. Se trata de “Deux semaines dans les Pyrénées (de Luchon à San Sebastián)” y “Pau, Biarritz, Pyrénées”, a partir de las versiones originales de 1868 y 1890 respectivamente.

Desde este lado de la cordillera pirenaica que él tanto amó, también queremos recordar a Henry Russell cuando se cumple un siglo de su desaparición.

Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón)