domingo, 30 de agosto de 2009

LA VOZ DE LA CONCIENCIA

Hirbet Hiza. Un pueblo árabe, S. Yizhar, Editorial Minúscula, 2009, 127 páginas.

Hirbet Hiza es una de los principales relatos de S. Yizhar, pseudónimo del gran escritor israelí Yizhar Smilansky (1916 - 2006). La novela, a cuyo título se ha añadido en su versión española la frase aclaratoria Un pueblo árabe, fue escrita y publicada en Israel en 1949. A pesar de los sesenta años transcurridos desde entonces, el contenido del libro mantiene una absoluta vigencia. Tanto en lo que se refiere al conflicto árabe-israelí, que perdura desde aquellas fechas, como en su intención más universal, que transciende la época y la geografía concretas en que suceden los hechos narrados.

La narración está escrita en primera persona. El narrador es uno de los soldados israelíes que participan en el desalojo y la destrucción de Hirbet Hiza, un pueblo árabe imaginario que podría ser cualquiera de los que sufrieron esa contingencia durante la primera guerra entre árabes y judíos que se produjo en los años 1948 y 1949. Una vez destruido Hirbert Hiza, se instalará en su lugar una nueva colonia judía. En un principio, el narrador no se cuestiona las órdenes de sus mandos y participa con indiferencia y rutina en la operación encomendada. Los soldados muestran en sus comentarios su desprecio por los deportados, considerados inferiores e incapaces, y a quienes, en una transmutación del enemigo en no persona tan frecuente en las guerras, llegan a tratar como subhumanos. En su papel de guerreros no hay lugar para la compasión ni la sensibilidad hacia los vencidos.

Sin embargo, la conciencia del narrador va despertando y empieza a pensar que el ejército no tiene derecho a esa ocupación injusta. Primero es un debate que lo tortura por dentro. Después se afianza en él esa opinión que al ser tímidamente exteriorizada es rechazada con contundencia por sus compañeros.

Los argumentos interiores del narrador van transcendiendo del caso concreto a una reflexión más general sobre cómo el pueblo hebreo, que ha sido tan perseguido a lo largo de su historia, ha invertido la situación sin que nadie desde dentro cuestione ese perverso cambio de papeles.

Un libro espléndido, con una magnífica prosa de frases largas y descripciones minuciosas de la naturaleza en que transcurre la narración. Con más valor por ser una de las pocas voces críticas que desde las filas de un pueblo que ha sufrido como pocos a lo largo de la historia es capaz de ponerse en la piel y en el sufrimiento del otro.

Carlos Bravo Suárez

jueves, 27 de agosto de 2009

LA ERMITA DE SAN MARTÍN DE CAPELLA Y SUS ALREDEDORES

Hace unos meses fue señalizado el acceso a la ermita de San Martín en la sierra de Capella. Se procedió a la colocación de varios postes indicadores a lo largo de un corto itinerario que arranca del magnífico puente medieval, en cuya entrada, junto al merendero, se instaló un pequeño panel informativo con algunos datos sobre la ermita y sus alrededores. Los trabajos fueron realizados por la empresa Prames y forman parte de un programa de señalización de ermitas rupestres en la comunidad aragonesa. Se consideran rupestres aquellas construcciones que aprovechan las rocas naturales como paredes o techumbres. En ese sentido, San Martín no es propiamente una ermita rupestre, pero sí lo son las cuevas cerradas que se encuentran próximas a ella.

La ermita románica de San Martín se sitúa debajo del llamado tozal del Soldau, de 834 metros de altitud. Desde hace mucho tiempo se halla en estado de ruina y envuelta en maleza. Se levanta sobre un pequeño espolón rocoso cuyo acceso suele estar resbaladizo. Se trata de un edificio de nave rectangular única con un ábside semicircular, canónicamente orientado al este, que se conserva íntegro. Su cubierta está totalmente hundida, aunque permanece el cuarto de esfera que cubre el hemiciclo absidial. Algunos sillares caídos fueron aprovechados para acortar la nave, cerrando con un muro la parte más próxima al ábside. Por debajo de éste, otro muro con una puerta de arco de medio punto cierra lo que sería probablemente la entrada al recinto. Los estudiosos suelen fechar la construcción de la ermita en el siglo XII, aunque algunos la adelantan a finales del XI.

Junto al templo, unas cuevas excavadas en la roca han sido cerradas con paredes de mampostería quedando convertidas en abrigos naturales, usados durante tiempo por los pastores para resguardar el ganado. En las paredes de estas cuevas se observan entalladuras que indican que en algún momento hubo en ellas varios pisos o plantas. En el segundo abrigo y a la altura del primer piso, pueden verse unos curiosos grabados que probablemente no tengan demasiada antigüedad. Fueron dibujados en la pared rocosa sobre la superficie oscurecida por el humo. Pueden adivinarse dos posibles escenas de adoración con algunas figuras postradas ante lo que parecen imágenes de Cristo y de la Virgen.

Un poco antes de llegar a la ermita, a la izquierda del camino, hay una pequeña fuente. Encima de la arruinada construcción religiosa, en un hueco de la roca al que se puede acceder por un paso bastante peligroso, fue excavado un pequeño aljibe que serviría para recoger el agua que se escorre por las paredes de las rocas. El paraje de la sierra en que se ubica la ermita es bastante húmedo y en él suele haber musgo y una vegetación frondosa.

Antes de llegar a San Martín, muy cerca de la bifurcación del sendero que lleva a La Canal y a la derecha del que conduce a la ermita, en el lugar denominado Santa Eulalia, quedan algunos restos de lo que probablemente fue otra construcción religiosa o tal vez defensiva. Se trata de los cimientos de unos gruesos muros que quedan hoy ocultos por numerosos matorrales y arbustos.

Poco antes de llegar al depósito de aguas, sale una pista a la derecha que lleva a unos campos de labor. Atravesándolos se llega a un cerro conocido como Corona Castiella. Allí, entre arbustos, se esconden los restos de muros que tal vez correspondan a otra vieja ermita. El lugar se conoce como San Chulíán, topónimo que aparece en documentos medievales para referirse a una de las varias aldeas de las proximidades de Capella. Antes de llegar a estas ruinas, pueden verse algunas oquedades excavadas en un suelo rocoso que quizás pudieran ser en su momento tumbas antropomórficas.

Aunque nos movemos en parte en el terreno de las hipótesis, no hay duda de que la ladera de la sierra que va desde el puente románico de Capella hasta las ruinas de la ermita de San Martín contiene numerosos vestigios históricos que parecen indicar su importancia estratégica en épocas pasadas.

La excursión hasta la ermita de San Martín desde el puente de Capella es corta y no supone mucho esfuerzo para el caminante. Resulta muy recomendable no sólo por el valor histórico que el enclave tiene, sino también por las espléndidas vistas que desde él se contemplan. Llegar hasta allí resulta ahora más fácil, sólo hay que seguir los sucesivos indicadores que nos conducen, sin posibilidad de pérdida, hasta las ruinas de la vieja ermita.

Debo buena parte del conocimiento de la zona descrita en este artículo a Joaquín Sesé, quien amablemente me ha enseñado algunos de los lugares citados. Sin su acompañamiento y ayuda yo nunca hubiera sabido encontrarlos.

Antes de terminar esta colaboración quiero recordar también a Fernando Calvera, con quien durante varios años compartí las páginas de este Llibré y que lamentablemente nos ha abandonado en fechas recientes. Pero como la vida sigue, terminaré estas líneas deseando a todas las gentes de Capella que pasen una felices Fiestas Mayores.

Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en "El Llibré" de las Fiestas de Capella, Agosto 2009)
(Fotos: Abrigos en la roca, restos de la ermita, interior del ábside, aljibe, ermita desde el aljibe y Capella desde San Martín)

domingo, 23 de agosto de 2009

UN ESPAÑOL EN GUINEA

Una historia africana, Javier Reverte, Círculo de lectores, 2009, 155 páginas

Además de autor de varias novelas y de algún libro de poesía, Javier Reverte es probablemente en la actualidad el mejor escritor español de literatura de viajes. Reverte es un gran conocedor de África, continente que ha recorrido en numerosas ocasiones y cuyas experiencias viajeras ha contado en algunos libros inolvidables. Como ya hiciera en El médico de Ifni, el escritor madrileño ha ambientado su última novela, Una historia africana, en una de las antiguas colonias españolas en África. En esta ocasión en Guinea Ecuatorial.

Allí transcurre la historia del médico Luis Urzaiz entre los años 1967 y 2004. Procedente de una familia pamplonesa bien situada, Urzaiz llega a Guinea en las vísperas de su independencia. Dos años después, en medio de una fuerte reacción antiespañola, su esposa, también perteneciente a una rica y católica familia navarra, con su hijo de un año y otro en camino, debe abandonar apresuradamente el país. Urzaiz, sin embargo, permanecerá en la excolonia donde vivirá las vicisitudes históricas que allí se suceden. Instalado en la ciudad meridional de Cogo -Puerto Iradier en época española-, el médico se mantiene al frente de su hospital pero no puede escapar a la vorágine política que se apodera del país. Los cadáveres que descienden por los ríos que forman el estuario de Río Muni indican las sucesivas oleadas de violencia desencadenadas primero por Macías y luego por su sobrino Obiang.

La novela muestra también la evolución personal de Urzaiz, que va desprendiéndose de sus creencias religiosas, fuertemente arraigadas en su mujer y en sus respectivas familias con quienes acaba rompiendo sus vínculos. Eso hará que su relación con el Padre Diego, el otro español que queda en Cogo, sufra diversos altibajos. La novela muestra fielmente diferentes aspectos del país ecuatorial. Sobre todo la corrupción y la violencia políticas, pero también otros como la fuerte presencia de la sexualidad y las frecuentes relaciones con mujeres muy jóvenes, prácticamente niñas. Por otro lado, el supuesto papel de ayuda desinteresada del médico queda empañado por su vanidad, puesta de manifiesto en su reacción al no obtener el premio Nobel de la Paz para el que es propuesto en tres ocasiones. El nuevo encuentro entre Urzaiz y Mbama, antiguo policía de Macías, hace que la novela gane en tensión e intriga en sus páginas finales.

Una novela que se lee casi de un tirón, muy bien documentada, que ayuda a conocer mejor la dramática historia reciente de un país durante mucho tiempo estrechamente vinculado al nuestro.

Carlos Bravo Suárez

viernes, 21 de agosto de 2009

LA REVOLUCIÓN DE 1868 Y EL SEXENIO DEMOCRÁTICO EN RIBAGORZA

El pasado año se celebró el 140 aniversario de la Revolución de 1868, conocida como “la revolución de septiembre” o, más pomposamente, como “la Gloriosa”. El estallido revolucionario de septiembre de 1868 supuso el inicio de uno de los periodos más convulsos de la historia de nuestro país: el sexenio democrático o revolucionario. Durante seis años se sucedieron en España una revolución que obligó a huir al extranjero a la reina Isabel II (1868), la promulgación de una constitución muy liberal y progresista (1869), el breve reinado de Amadeo I de Saboya (1871-1873), el corto y agitado periodo de la I República (1873-1874) y la vuelta al trono de la dinastía borbónica con Alfonso XII que supuso el inicio de la llamada Restauración (1874).

Sobre este intenso periodo histórico pueden consultarse diferentes libros de Historia, tanto de España como de Aragón. En el ámbito provincial, hay un interesante capítulo dedicado a estos vertiginosos años en “Historia del Alto Aragón”, de Domingo Buesa. Sin embargo, quien mejor ha estudiado la repercusión de “la Gloriosa” en la provincia de Huesca ha sido Alberto Gil Novales. Fue hace ya algunos años en el interesante libro “La Revolución de 1868 en el Alto Aragón”, publicado en 1980 dentro la Colección Básica Aragonesa de Guara Editorial. De este libro extraigo buena parte de la información sobre la incidencia que “la Gloriosa” tuvo en la comarca oscense de la Ribagorza.

Las causas del estallido revolucionario de 1868 fueron varias y complejas. A la crisis económica que sacudió España se añadió la crisis política y el aumento del rechazo popular hacia la reina Isabel II. Los partidos progresistas, democráticos y liberales, excluidos del poder, aunaron en un principio sus esfuerzos, pese a las notables diferencias que existían entre ellos, no sólo contra el gobierno moderado de Narváez, sino también contra la propia reina. Desde el exilio europeo, estos grupos establecieron diversos pactos para aumentar la agitación contra la monarquía borbónica. Llegaron a plantearse incluso una entrada en España a través de los Pirineos que finalmente no llegó a producirse. Eran cada vez más los jefes militares que apoyaban esos intentos y los generales Prim y Serrano se pusieron a la cabeza de la conspiración. El día 17 de septiembre de 1868, las fuerzas navales al mando del brigadier Topete se amotinaron en Cádiz. Era la señal para el inicio de la revolución. El día 19 todos los generales sublevados hicieron público un comunicado que terminaba con la famosa frase “¡Viva España con honra!” El día 28, el ejército realista que intentaba sofocar la rebelión fue derrotado en la batalla del puente de Alcolea (Córdoba). Al día siguiente la reina Isabel II, que todavía estaba veraneando en San Sebastián, decidió huir a Francia.

La Revolución de 1868 llegó a todos los lugares de España. En Aragón comenzó a extenderse a partir del día 21. En todas las poblaciones se crearon las llamadas Juntas Revolucionarias, que en algunos casos ya existían en la clandestinidad y que constituyeron el nuevo poder. La de Huesca ya estaba formada el día 30 de septiembre. Dos días después se ordenó la destitución de todos los ayuntamientos de la provincia anteriores a la revolución y su sustitución por las Juntas Municipales Revolucionarias. Asimismo, se solicitó a las Juntas de Barbastro, Benabarre, Fraga y Sariñena que enviaran un representante a la de Huesca para establecer así un poder provincial. Por algunos documentos existentes sabemos que antes del decreto obligatorio del 2 de octubre ya se habían constituido las juntas de Almudévar, Ayerbe, Barbastro, Benabarre, Jaca y Sariñena. Y probablemente las de Tamarite, Grañén, Graus, Laluenga y Sangarrén. Todas las restantes de la provincia se crearon tras el citado decreto.

Por lo que respecta a Ribagorza, Alberto Gil Novales aporta en su libro noticias algo más extensas de las Juntas Revolucionarias de Graus y Benabarre, principales municipios de la comarca que según el censo de 1860 contaban con 3242 y 2397 habitantes respectivamente. También incluye algunos datos sobre Estopiñán (986 habitantes en 1860), Laguarres (574), y Roda (487). Aunque hoy ya no formen parte de la comarca ribagorzana, incluiremos aquí a Estadilla (1920) y Olvena (495).

Si el objetivo de la Revolución del 68 y de las juntas revolucionarias era cambiar el orden social del país, eso no se consiguió en muchos lugares. Tal vez más en las grandes o medianas poblaciones, pero no tanto en el mundo rural donde la existencia de estructuras sociales muy consolidadas y de un arraigado caciquismo no era fácil de modificar. La constitución de las juntas fue al parecer bastante caótica e irregular. Las hubo muy exaltadas y anticlericales, algunas propugnaban la revolución social, otras eran estricta y radicalmente liberales y varias fueron rápidamente controladas por los caciques o terratenientes, incluso por los aristócratas, que se integraron en ellas con el fin de que nada cambiara del todo. Es curioso el caso de Altorricón, en La Litera, donde el barbero del pueblo y algunos amigos salieron a la calle gritando “Abajo los Borbones” y fueron reducidos por un hombre (al parecer el propio alcalde) y su hijo armados. Aún más escandaloso fue el caso de Candasnos, donde la Junta quedó integrada por un rico propietario, dos criados suyos y el alguacil, quien iba por la noche pidiendo a los vecinos el apoyo para el presidente recordándoles que eran sus acreedores, sus arrendatarios o sus jornaleros. En Anzánigo, el cura, del que se decía que era más tirano que el zar de Rusia, se puso al frente de la Junta. Ante el vacío de poder existente en los primeros días de la revolución, cada pueblo fue más o menos por libre y en bastantes lugares parece que hubo mucha picaresca y algunos rápidos cambios de chaqueta. Además del oportunismo y del afán de medro personal que suele esconderse en estos casos detrás de la grandilocuencia y de la demagogia políticas. De todas maneras, el nuevo gobierno, temeroso de perder el control de la situación y del extremismo de algunas de ellas, desactivó en cuanto pudo a las juntas revolucionarias que habían surgido de manera más o menos espontánea en los primeros días de la revolución. El 26 de octubre se autodisolvió la Junta de Huesca, que además tuvo que dar explicaciones sobre su verdadera lealtad a la Revolución. Poco más durarían las demás de la provincia.

Veamos cómo funcionaron estas juntas revolucionarias en los pueblos ribagorzanos de los que tenemos algunas informaciones históricas gracias al libro de Gil Novales. Empezaremos por Graus, cuya junta se constituyó con prontitud y fue considerada por algunos como ejemplar, recibiendo incluso la felicitación de la de Huesca. El día 8 de octubre quedó definitivamente constituida por unanimidad y con un respaldo de más quinientos votos. En su declaración de principios declara su radicalismo liberal, es decir, la defensa absoluta de todas las libertades: “Nuestro lema es: Radicalismo absoluto. Esto es: desde la más completa libertad individual hasta la abolición del más ínfimo impuesto indirecto”. En defensa de esa libertad se critica la decisión de la Junta de Huesca, que en realidad fue de la de Zaragoza, de expulsar a los jesuitas, que en Graus tenían un colegio desde hacia tiempo y que ahora acababa de abrir por tercera vez. Según la Junta grausina esa decisión iba contra la libertad de culto, la seguridad personal, la inviolabilidad de domicilio y la libertad de enseñanza. A los autores de la orden de expulsión de los jesuitas les acusa de ser “antimoderados, pero no liberales”. Advierte a la Junta provincial que no defender todas las libertades “sería dar una prueba de que la gran causa de la libertad dependía de la influencia personal”. Se siente respaldada por la población en sus principios y asegura que sólo por la fuerza podrá ser disuelta. Expresa también sus temores de que la revolución termine en “una constitución raquítica e impropia de la patria de los Riego y Mendizábal, Orense y Sixto Cámara”. La Junta de Graus estaba presidida por Antonio Monclús Balaguer y sus vocales eran Faustino Lacambra Gambón, Justo Lacambra Naval, Teodosio Dumas Lobera y Domingo Lacambra Naval.

Más complicadas y menos unánimes fueron las cosas en Benabarre. La Junta fue nombrada el 30 de septiembre, pero el anterior alcalde, Medardo Guardia Serra, y el juez del partido judicial se opusieron a ella y huyeron a Graus donde fueron acogidos. Además, la nueva junta destituyó a todos los funcionarios del término y nombró otros nuevos. La junta de Barbastro protestó ante la provincial por los alborotos que se habían producido en Benabarre, aunque la junta de Huesca aceptó la nueva situación. Desde Graus, el anterior alcalde de Benabarre se adhirió a la Revolución y denunció que se había allanado su despacho del que se habían robado más de setenta duros. La huida del juez y del fiscal de Benabarre a Graus hizo que se reclamara el traslado de los juzgados a esta población. Como representante de la junta benabarrense en Huesca fue nombrado José Clemente Piniés, de la familia Piniés, que ya empezaba a adquirir protagonismo político. El presidente de la Junta de Benabarre fue Federico Martínez, el vicepresidente José Balaguer Ferrando y los vocales Medardo Facerías, Manuel Saura y Pedro Radigales.

También hubo problemas en Estopiñán, donde se planteó un conflicto entre la Junta y el Ayuntamiento, cuyo alcalde era Ramón Quintilla. Integraban la Junta el presidente Jaime Sisón, el vicepresidente Francisco Camón y los vocales José Vives, Antonio Guillén y Miguel Recarte. Dentro del término de Estopiñán, en las minas de Tragó, se produjeron graves enfrentamientos en varias ocasiones. Al proclamarse la Revolución, trescientas personas armadas procedentes de Estopiñán, Tragó de Noguera, Camporrells y Alcampell ocuparon el lugar y estuvieron explotando las minas durante dos meses y medio. El concesionario de la explotación consiguió que acudiera en su ayuda el ejército, que las recuperó sin resistencia. Cuando la tropa se retiró los lugareños volvieron a ocupar las minas. Regresó el ejército y construyó una casa-castillo para proteger el lugar. El 6 de febrero de 1869 ciento cincuenta hombres armados volvieron a apoderarse de las minas y destruyeron la casa-castillo.

Los miembros de la Junta de Estadilla fueron acusados de carlistas a través de una carta anónima enviada a Huesca. El argumento con el que se defienden resulta sorprendente y contradictorio: no pueden ser carlistas porque son los primeros contribuyentes del pueblo. El presidente de esa junta era Pedro Abbad y Gabriel Subías uno de sus vocales.

En Laguarres parece que se presentaron cargos contra el maestro del pueblo, que se defendió diciendo que sólo había obedecido a la Junta, pero no sabemos nada más del asunto. De la de Roda conocemos que José Llamas era su presidente y Juan Antonio Pablo uno de los vocales. En Olvena, el presidente fue Antonio Carmen Arnal y los vocales José Cambra Vidal, Pedro Ardanuy Ferrando, Jaime Cambra, Blas Puzo y Francisco Santamaría.

En las elecciones celebradas a finales de 1868 triunfaron los partidos que propugnaban una monarquía que excluyera la continuidad borbónica. Sin embargo, los republicanos ganaron en muchas provincias, entre ellas en las tres aragonesas. En la de Huesca los seis diputados fueron republicanos, elegidos por el ochenta por ciento del censo electoral. El 30 de septiembre de 1869 con gran apoyo popular se proclamó la República de Barbastro. La llegada de un regimiento militar hizo que los sublevados huyeran hacia Benasque y Benabarre.

En 1871 fue proclamado rey de España el italiano Amadeo de Saboya que, superado por la complicada situación del país, abdicó dos años más tarde. En agosto de 1871 fue detenido en Graus el francés Paul Lafargue, yerno de Carlos Marx. Había cruzado la frontera por los Pirineos tras ser expulsado de Francia. Su detención en Graus sería muy breve, pues entre 11 y el 22 de agosto lo encontramos en Huesca. Parece que puso en marcha algunas federaciones obreras en Huesca, Boltaña, Graus, Ayerbe, Monzón o Tardienta.

En febrero de 1873 se proclamó la I República en España. Las tendencias federalistas más radicales derivaron hacia el cantonalismo. En julio de 1873 los republicanos aragoneses se inclinaban por una república unitaria frente al fraccionamiento excesivo. Sin embargo, al cesar Pi y Margall como presidente de la República, el barbastrense Luis Blanc proclamó el cantón del Alto Aragón que integraba a Barbastro, Monzón y Graus. Fue disuelto en agosto, aunque parece que tuvo continuidad durante ese mismo mes en un breve cantón ribagorzano.

En 1872 se inició la tercera guerra carlista que duró hasta 1876. Aunque tuvo mayor incidencia en el País Vasco, Navarra y Cataluña, en Aragón también hubo algunos enfrentamientos, sobre todo en las comarcas limítrofes con Cataluña, como es el caso de la Ribagorza. Según recogió Manuel Iglesias Costa en su “Historia del Condado de Ribagorza”, en la primavera de 1873 las fuerzas carlistas procedentes de Cataluña “entraron en Tamarite y Benabarre, hicieron exacciones, cogieron rehenes, quemaron libros del Registro Civil y algunas cosas pendientes en los juzgados”. La partida carlista fue sorprendida en Arén por las tropas liberales y se vio obligada a dispersarse. En los siguientes años de guerra, se produjeron otros incidentes y abundante tránsito de los ejércitos contendientes por las tierras ribagorzanas.

La I República, obligada a luchar contra el cantonalismo por un lado y contra el carlismo por otro, entró en una etapa de dictadura conservadora tras el golpe militar del general Pavía el 3 de enero de 1874. El pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto el 29 de diciembre de ese mismo año significó el final de la I República, la subida al trono del rey Alfonso XII y el inicio de la Restauración.

Hemos visto cómo los acontecimientos y las tendencias políticas en el poder se suceden de manera vertiginosa en el breve periodo del Sexenio Democrático o Revolucionario. Para terminar este repaso histórico, reproduciré una cita de Francisco Navarro Aznar, por aquellos años Jefe de la Biblioteca Universitaria de Zaragoza, que recoge Gil Robles en su libro y que es muy significativa del desencanto que este convulso periodo produjo en algunas mentes lúcidas: “El país, que no hace caso de abstracciones, y sólo atiende a la conducta, verá con dolor, que los moderados han prosperado con la palabra orden, y que los liberales gritan y vociferan libertad hasta que cogen un cargo”.

Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en el suplemento especial de San Lorenzo del Diario del Alto Aragón, 10-8-09)
Foto: Trabajadores ribagorzanos a principios del siglo XX; extraída del libro "Ribagorza. Historia de una metamorfosis", de Paquita Ballarín, editado en 1998.

jueves, 20 de agosto de 2009

UNA CHICA TRISTE EN PARÍS

“En el café de la juventud perdida”, Patrick Modiano, Anagrama, 2009, 130 páginas.

Patrick Modiano (1945) es uno de los mejores escritores franceses actuales. A pesar de ser autor de numerosas novelas y de algunos guiones de cine, Modiano no es todavía muy conocido en España. Sin embargo, el éxito de Un pedigrí, una novela autobiográfica publicada el pasado año, ha hecho que su libro más reciente, “En el café de la juventud perdida”, haya sido editado con prontitud en nuestro país. Aprovechando el tirón, Anagrama ha publicado también Calle de las tiendas oscuras, su novela más famosa, ganadora del prestigioso premio Goncourt en 1978.

En el café de la juventud perdida es una novela triste y melancólica. Magníficamente escrita. Con un estilo sobrio y elegante y una estructura narrativa poliédrica, con diferentes puntos de vista en primera persona, el relato cuenta, a cuatro voces, la historia de Jacqueline Delanque, una joven parisina que frecuenta el café Condé, donde todos la conocen como Louki. Un estudiante también asiduo de los ambiente bohemios del Condé, un detective seducido por el personaje sobre el que debe buscar información, la propia Louki y, en dos momentos distintos, Roland, que ha ido estrechando su relación sentimental con la joven, componen sucesivamente un retrato de luces y sombras de una muchacha frágil y sensible, perdida en la gran maraña urbana, que busca en la vida sin saber muy bien qué y siempre acaba huyendo, de su pasado, de su presente y, tal vez y sobre todo, de ella misma.

Conocemos algunos retazos de la vida de Louki e intuimos otros a partir de las sugerentes elipsis de la novela: una chica que creció sin padre y con una madre acomodadora en el Moulin Rouge, que comenzó a vagabundear en la noche, que fue introducida en consumos peligrosos por una amiga, que se casó muy joven buscando tal vez un padre más que un amante, que asistía a reuniones de espiritismo, que leía libros como Horizontes perdidos, que se aferraba a algunos “puntos fijos” en el marasmo anónimo y solitario de la gran ciudad, y que acabó, tal vez perdidos del todo sus horizontes, dejándose ir, ingrávida y ligera.

Como ocurre en casi todas las novelas de Modiano, En el café de la juventud perdida transcurre en París. En este caso, el París de los sesenta, una ciudad cambiante donde casi nada permanece y donde transcurrió la juventud también perdida del novelista.

Una novela realmente hermosa; triste y melancólica, pero muy hermosa.

Carlos Bravo Suárez

CRÓNICA DEL 23-F

Anatomía de un instante, Javier Cercas, Mondadori, 2009, 463 páginas

El fallido intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981 fue el momento más difícil vivido por la actual democracia española. En los cerca de treinta años transcurridos desde entonces, se ha escrito mucho sobre aquel episodio que tuvo en vilo al país durante unas largas y tensas horas. Lo han hecho analistas políticos de diferentes tendencias, periodistas de pelajes diversos y algunos de quienes vivieron de cerca aquellos instantes cruciales para el futuro de nuestro país. Faltaba tal vez la aportación de un novelista. Esta ha llegado de la pluma de Javier Cercas, narrador que alcanzó hace unos años gran éxito con Soldados de Salamina, una novela inspirada en unos hechos históricos ocurridos durante la guerra civil.

Si Cercas quiso hacer una novela a partir del 23-F, tuvo que acabar reconociendo que muchas veces la realidad supera a la ficción y que el intento de golpe de estado de 1981 es uno de esos casos en que tanto el escritor como los lectores acaban prefiriendo la verdad de lo ocurrido, o la mayor aproximación posible a esa verdad, que cualquier ficción o invención novelesca. Por eso, Anatomía de un instante no es una novela sino una estupenda crónica de aquel episodio histórico, y un intento de esclarecer unos hechos sobre los que siempre han planeado sombras y dudas que el autor ha pretendido despejar en parte dando, como no puede ser de otra manera, su versión documentada y argumentada del suceso.

El punto de partida, y uno de los motivos recurrentes del libro, es la imagen que se produjo cuando un grupo de guardias civiles irrumpió a tiros en el interior del Congreso y todos los diputados se escondieron asustados debajo de sus asientos. Todos menos tres: Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo. Ellos son tres de los principales personajes del libro. En el bando golpista, en una curiosa simetría numérica, destaca otra tríada de personajes: el teniente coronel Tejero y los generales Milans del Bosch y Alfonso Armada. De todos ellos, es el ex-presidente Suárez quien alcanza un mayor protagonismo en la obra de Cercas.

El 23-F es analizado desde el caldo de cultivo previo que lo hizo posible –la placenta del golpe– hasta sus consecuencias políticas en los años posteriores. El estilo es ágil y ameno; con uso frecuente de paralelismos, antítesis o paradojas que dan vivacidad y buen ritmo narrativo al relato. Anatomía de un instante es sin duda una magnífica crónica sobre uno de los momentos más delicados de la historia reciente de nuestro país.

Carlos Bravo Suárez

sábado, 1 de agosto de 2009

LA FIEBRE DEL ORO

El tesoro de Sierra Madre, B. Traven, Acantilado, Barcelona, 2009, 343 páginas

Este año se celebra el cuarenta aniversario de la muerte de B. Traven, un enigmático escritor de quien desconocemos en gran parte su verdadera identidad. Al parecer nació en 1890 y era de origen germánico, aunque nunca ha podido precisarse el lugar exacto de su nacimiento y se han barajado diversas hipótesis sobre su procedencia. A partir de 1924 se instaló en México, donde murió en 1969.

Traven es autor de un buen número de novelas de aventuras que emparentan su narrativa con la de algunos de los mejores autores clásicos del género, como Jack London, John Steinbeck, Joseph Conrad o Joseph Roth. Al cumplirse cuatro décadas de su muerte, Acantilado acaba de editar El tesoro de Sierra Madre, su novela más conocida, y anuncia la próxima edición de El barco los muertos.

De El tesoro de Sierra Madre, publicada por vez primera en 1927, hizo John Huston una excelente película en los años cuarenta, con Humphrey Bogart como actor principal. Muchos habíamos visto la película pero no habíamos podido leer el libro, del que apenas existían ediciones recientes. Y la verdad es que el relato merece la pena en todos los aspectos.

El tesoro de Sierra Madre es una espléndida novela de aventuras en la que tres desarraigados estadounidenses se encuentran en México y unen sus esfuerzos en la búsqueda de una mina de oro. Encontramos en el libro los principales ingredientes del género: acción, espacios abiertos, diálogos brillantes e intriga y suspense hasta el final. Pero Traven no se queda sólo en la aventura y muestra también, con evidente intención crítica, la miseria, la explotación laboral y las desigualdades económicas de la sociedad mexicana de la época, fielmente retratada en el libro.
Pero, por encima de todo, El tesoro de Sierra Madre es un claro alegato contra la ambición de los humanos. La fiebre del oro y el afán de riqueza acaban convirtiéndose en una verdadera maldición para los personajes de la novela. La codicia y el egoísmo los transforman por momentos en verdaderas fieras, desconfiados, violentos y destructivos, capaces de todo con tal de alcanzar sus obsesivos y febriles objetivos.

Hay que congratularse de la reedición de este clásico de la novela de aventuras. Y esperar que muy pronto sean publicados otros títulos de este enigmático escritor desaparecido hace ahora cuarenta años.

Carlos Bravo Suárez