lunes, 27 de septiembre de 2010

CONOCIDOS Y CONOCIMIENTOS



Se han publicado recientemente en las páginas de este diario dos viñetas de El Roto que dicen más que mil palabras sobre la sociedad española de nuestros días y sobre el hecho de que, en lo básico y esencial, tal vez esa sociedad no haya avanzado tanto como tendemos a creer.

En ambas viñetas aparece un niño que inicia su primer día de curso. En la primera, se dice que lo más importante no va a ser lo que el niño aprenda en la escuela, sino quién sea su compañero de pupitre en ella. En la segunda, sobre la misma situación, se lee la frase: "Lo desmoralizador es que lo más valorado no son los conocimientos, sino los conocidos que tengas".

Pues eso, si tras tantos años de democracia esas afirmaciones resultan cada vez más ciertas es sin duda algo tremendamente desmoralizador y expresan bien a las claras que para ese viaje tal vez no hacían falta alforjas.

Carlos Bravo Suárez

(Carta publicada en el diario El País, ayer domingo 26 de septiembre de 2010)

(Imágenes de las dos viñetas de El Roto a las que se hace referencia en la carta)

Si parece cierto que en los últimos tiempos la prensa española no anda sobrada de buenos articulistas, hay sin embargo en ella un puñado de estupendos humoristas y dibujantes que día a día nos regalan sus magníficas viñetas en algunos de los principales diarios del país. Además de El Roto, habría que añadir al maestro Mingote, Martín Morales, Máximo, Idígoras y Pachi, Forges y algunos más.

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Conocidos/conocimientos/elpepuopi/20100926elpepiopi_12/Tes

domingo, 26 de septiembre de 2010

LA ERMITA DE SAN PEDRO DE SARRAU DE GÜEL



Hace unas semanas escribí en estas mismas páginas un artículo sobre la ermita de San Gregorio, situada en las proximidades de la fortaleza ribagorzana de Fantova. Decía en aquellas líneas que cerca de esa pequeña construcción románica había otras dos de características arquitectónicas muy similares: la de San Clemente de La Tobeña y la de San Pedro de Sarrau de Güel. A esta última, muy poco conocida y no fácil de encontrar, voy a dedicar este artículo.

La ermita de San Pedro de Sarrau (o San Pere del Sarrau) se encuentra dentro del término de Güel, perteneciente hoy al municipio de Graus. Güel se compone de alrededor de una treintena de casas desperdigadas por un amplio y solitario territorio. Muy pocas de esas casas permanecen habitadas en la actualidad, bastantes están en ruinas y algunas han sido reformadas o reconstruidas para diversos fines en los últimos años.

Por su proximidad a Fantova y Roda, Güel tuvo un importante papel estratégico en los primeros tiempos del Condado de Ribagorza. Está documentada la existencia de un castillo medieval, del que apenas quedan restos, en un cerro próximo a las casas Castell, Farreras y Balasanz. Según algunos historiadores, en el año 1080, en vísperas de la conquista cristiana de Graus, era su tenente el infante Sancho Ramírez, quien era hijo bastardo de Ramiro I y hermano del rey homónimo que acabó tomando la villa ribagorzana en cuyo asedio había muerto su padre veinte años antes.

Muy destacable es en Güel la ermita de la Virgen de las Rocas, situada bajo las escarpadas paredes de los denominados morrones, en un lugar con gran dominio visual en el que también pudo haber en tiempos medievales un pequeño castillo, del que la propia iglesia actual formaría parte. Su acta de consagración, que data del año 996, parece indicar que existían en Güel en aquel tiempo un “castello” y un “castelleto”. Uno de los dos términos haría alusión, probablemente, a algún tipo de fortaleza construida donde hoy se levanta la ermita de la Virgen de las Rocas.

La citada acta de consagración, de cuya autenticidad dudan algunos historiadores, nombra también una viña en Santa María de Trespueyo, casa muy próxima a San Pedro de Sarrau. De esta pequeña ermita apenas poseemos documentación medieval. Incluso en algún caso parece confundirse con el pequeño núcleo despoblado de Sempere, o Mas de San Pere, situado, junto a la también deshabitada casa de La Masía, un poco más al nordeste de nuestra ermita, ya dentro del término de Roda de Isábena y casi en su límite con el extenso territorio de Güel.

Encontrar la ermita de San Pedro puede resultar hoy una tarea algo complicada para quien decida buscarla. Describiré cómo, con un amigo y gracias a las amables indicaciones que nos dieron en la casa Solano de Güel, conseguimos llegar hasta ella después de algún fallido intento anterior.

Salimos desde Graus por la carretera A-1605 que transita por el valle del Isábena. Abandonamos esta vía en el llamado puente de La Colomina, a unos veinte kilómetros de la capital ribagorzana, y tomamos, a la izquierda, una estrecha carretera que se dirige a Güel. Tras pasar por la casa Picontó y por Las Badías -donde se hallan la casa Balasanz, la iglesia y la antigua escuela de Güel-, llegamos a un cruce de caminos junto a la arruinada casa Castell. Tomamos el desvío en cuyo indicador aparece el nombre de El Rincón. De esta manera son denominadas las tres casas, muy próximas entre sí, que se encuentran sucesivamente a la izquierda de la carretera. Son las casas Cusolari, Solano y Trespueyo. Las dos primeras permanecen habitadas; la tercera, perfectamente restaurada, sólo lo está ocasionalmente. Aquí se encontraban también antiguamente las casas Coronel y Bayoneta. La primera se fusionó por matrimonio con la casa Trespueyo, que adoptó entonces el nombre de casa Coronel-Trespueyo. La segunda quedó hace mucho tiempo abandonada.

En este punto, situado a unos siete kilómetros del puente de La Colomina donde hemos abandonada la A-1605, podemos dejar el vehículo e iniciar nuestra excursión a pie en busca de la ermita de San Pedro. Junto a la casa Trespueyo, que posee como muchas otras de la zona una pequeña ermita u oratorio familiar, tomaremos una pista agrícola que desciende hasta el barranco de la Mella o las Mellas. Seguiremos por su margen izquierda y pasaremos junto a un abrevadero para el ganado. En la confluencia de este barranco con otro procedente de la derecha, y antes de unos saltos de agua que nos impiden continuar descendiendo, cruzaremos su cauce y en la orilla derecha buscaremos un camino algo escondido que, ascendiendo, desemboca enseguida en una pista agrícola. La seguiremos, también por el lado derecho y en sentido ascendente, hasta llegar a un campo cultivado que deberemos atravesar. Al final del mismo encontraremos dos pistas de las que tomaremos de nuevo la situada a nuestra derecha. En poco más de diez minutos, y a la izquierda del camino, daremos por fin con la ermita de San Pedro de Sarrau. Desde la casa Trespueyo, y sin andar demasiado deprisa, habremos tardado algo menos de una hora en llegar hasta aquí.

La ermita de San Pedro es de una sola nave rectangular, con bóveda de cañón y ábside semicircular canónicamente orientado al este. La nave está dividida en dos tramos por un amplio arco presbiteral. En el extremo oriental del muro norte, un poco antes del ábside, hay una pequeña capilla con una ventana hacia el este y arco de medio punto. Enfrente, en el muro sur, se observan cuatro pequeñas oquedades, una de las cuales es una ventana al exterior. La ermita tiene dos ventanas más: una en el centro del ábside y otra, más elevada, en el muro oeste. La puerta de acceso se abre en la pared meridional. En ella, las dovelas que formaban un arco de medio punto fueron arrancadas y robadas hace ya bastante tiempo.

A diferencia de las ermitas similares de San Gregorio de Fantova y San Clemente de la Tobeña, ésta no tiene espadaña en su pared occidental, aunque esta parte de la ermita, como en las citadas, parece de construcción algo posterior al resto. Los sillares que componen sus muros están muy bien alineados y tienen una apreciable regularidad, sobre todo en la bóveda de cañón que recubre el templo. Del tejado de losas de la ermita se ha hundido una pequeña parte por su extremo occidental. Sobre el resto de la techumbre han brotado algunos arbustos y plantas que pueden acelerar su deterioro.

La ermita de San Pedro de Sarrau fue posiblemente edificada en la primera mitad del siglo XII. Su escondida ubicación y su complicado acceso hacen de ella una de las pequeñas construcciones románicas menos conocidas y más difíciles de localizar de la comarca de la Ribagorza.

Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón)

Imágenes: Arriba, seis fotografías de la ermita de San Pedro de Sarrau; abajo, una foto de la ermita de las Virgen de las Rocas con el morrón de Güel al fodo)

viernes, 24 de septiembre de 2010

BARCELONA, AÑOS VEINTE


Una heredera de Barcelona. Sergio Vila-Sanjuán. Destino. 2010. 320 páginas.

Sergio Vila-Sanjuán (Barcelona, 1957) es un destacado periodista barcelonés que ha escrito en diferentes publicaciones de su ciudad y que actualmente dirige el suplemento Cultura/s del diario La Vanguardia, en el que cada semana firma una interesante columna. Aunque ha publicado diversos libros sobre el mundo editorial y cultural que tan bien conoce, “Una heredera de Barcelona” es su primera, y muy afortunada, incursión en la novela.

Perteneciente a una conocida saga de periodistas de la capital catalana, Sergio Vila-Sanjuán se inspiró para la creación del narrador y personaje central de su relato en la figura de su abuelo. Buceando entre el abundante material escrito que éste había dejado en su archivo, encontró un interesante filón del que tirar para escribir su libro. Para remarcar la condición novelesca del mismo, cambió el apellido de su ilustre antepasado convirtiéndolo en Pablo Villar. Este es, como aquél, un abogado y periodista políticamente conservador, monárquico y hombre de orden, pero también liberal y tolerante, que comulga con las ideas, para él socialmente avanzadas, del presidente Eduardo Dato, al que paradójicamente asesinó un anarquista catalán desplazado a Madrid para ese fin.

Una heredera de Barcelona es, sobre todo, una novela magníficamente ambientada en la capital catalana en los agitados y convulsos años veinte. Constituye un didáctico y ameno recorrido por diversos barrios de la ciudad, por sus pronunciados contrastes económicos, por sus diferentes clases sociales y sus grupos políticos. Con especial atención a una aristocracia barcelonesa, española y monárquica, que vive, en una cierta concomitancia narrativa con El gatopardo de Tomasi di Lampedusa, una decadencia otoñal previa a su desaparición. Conectados con esa clase social tan presente en la novela están su narrador protagonista y la mujer que le da título: Isabel Enrich, una joven soltera, rica e independiente, que usa su dinero para ganar su libertad pero también para ayudar a algunas causas sociales alejadas de su lujoso mundo.

El tercer personaje destacado de la novela es Ángel Lacalle, un sindicalista que representa la cara más moderada del anarquismo catalán, El movimiento anarquista, tan importante en la Barcelona de aquel tiempo, es presentado en sus múltiples facetas, en ocasiones casi antagónicas y enfrentadas entre sí. Un amplio espectro que va desde los violentos pistoleros partidarios de la acción directa hasta los grupos naturistas que cultivan un pacifismo “prehippie”, practican el nudismo y, en sus deseos de superar fronteras, estudian y enseñan el esperanto como lengua universal.

Todos esos ingredientes históricos aparecen perfectamente combinados en una novela amena y entretenida, estupendamente escrita y de fácil y cautivadora lectura.

Carlos Bravo Suárez

viernes, 17 de septiembre de 2010

LA VIDA ENTERA


La vida entera. David Grossman. Lumen. 2010. 810 páginas.

La vida entera es probablemente una de las mejores novelas aparecidas en los últimos años. Se trata de la obra más ambiciosa hasta la fecha de David Grossman (Jerusalén, 1954), narrador y ensayista y, junto a Amos Oz, el más prestigioso de los escritores israelíes actuales.

En sus más de ochocientas páginas, que se leen de manera intensa y absorbente, se compone un amplio mosaico de los diversos sentimientos humanos. Con muy pocos personajes el lector recorre los últimos cincuenta años del estado de Israel, pero sobre todo se narra en el libro la estrecha relación entre Ora, Abram e Ilan, cuyas vidas, principalmente las de los dos primeros, quedan ligadas para siempre tras conocerse, en un estado enfermizo y febril, en un hospital judío en plena Guerra de los Seis Días, en 1967. Ese encuentro está contado, en un magnífico capítulo inicial, por medio de unos diálogos envueltos en una atmósfera casi onírica, emocionalmente hipnótica y brumosa.

Sin embargo, la novela da un salto cronológico para encontrarnos de nuevo, cinco décadas después, con los tres personajes citados. Ora, mujer de fuerte personalidad, ha sido madre de dos hijos, el segundo de los cuales, Ofer, tras licenciarse de su servicio militar obligatorio, pide participar voluntariamente en una operación especial del ejército judío. Atenazada por el miedo y los malos presentimientos, Ora va en busca de Abram, un hombre frágil y marcado por el drama personal vivido en una prisión egipcia tras la Guerra del Yom Kipur, en la década de los años setenta. Ambos, para intentar ahuyentar sus miedos y transmitirse mutuas esperanzas, inician un largo camino a pie por el territorio de Israel. A lo largo de las páginas del libro, caminando y hablando, Ora y Abram reconstruyen lo que han sido sus vidas desde aquel lejano y determinante encuentro de juventud. Las piezas que componen el puzzle del pasado van encajando de manera magistral hasta llegar al momento presente. La presencia ocasional del taxista árabe Sami muestra al lector algunos aspectos de la siempre difícil relación entre judíos y musulmanes, y permite vislumbrar la dramática situación de algunos miembros de la comunidad árabe en Israel.

Hay un componente biográfico del propio autor que no se puede soslayar al leer este libro. Cuando buena parte del mismo ya estaba escrita, un hijo de Grossman murió en una operación del ejército israelí en el sur del Líbano. El escritor terminó igualmente su novela, aunque “la caja de resonancia de la realidad en la que fue revisada la versión definitiva” había cambiado sustancialmente.

La vida entera es, en todos los sentidos, una gran novela de nuestro tiempo.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 12 de septiembre de 2010

UNA NOVELA AFRICANA

Todo se desmorona. Chinua Achebe. Debolsillo. 2010. 208 páginas.

Chinua Achebe (1930) es considerado por muchos como el verdadero padre de la literatura africana moderna. El escritor nigeriano es autor de una importante y reconocida obra literaria en lengua inglesa que incluye narrativa, ensayos y colecciones de poemas. Mondadori, a través de su sello editorial Debolsillo, ha empezado a publicar en España sus cinco novelas en una colección que lleva su nombre. La primera de ellas es Todo se desmorona, la más conocida de las obras de Chinua Achebe y uno de los libros más leídos y traducidos de la literatura africana.

Todo se desmorona fue publicada por vez primera en 1958 y plantea, a través de la tragedia de Okonkwo, protagonista de la novela, las desastrosas consecuencias que la presencia colonial europea tuvo para el continente africano. Pero ese conflicto, presentado como un verdadero choque de civilizaciones, no se dibuja en el libro en los tan frecuentes términos maniqueos de buenos y malos: unas sociedades naturales, idílicas y paradisíacas, destruidas por el egoísmo voraz del hombre blanco. Los clanes y poblados del Bajo Níger, tan bien descritos por Achebe en buena parte de su libro, tienen unas sólidas estructuras religiosas, sociales y antropológicas, pero construidas en gran medida sobre amplias bases de ignorancia, superstición y violencia.

Sin embargo, el escritor nigeriano deja muy claro que los europeos, en este caso ingleses, apenas se preocuparon por entender un mundo y unas costumbres que destruyeron con una violencia y un desprecio bien poco civilizados. La llegada de los misioneros cristianos trajo también agentes represores que confundieron, como con amarga ironía Achabe pone en el pensamiento del comisario blanco de su novela, “la pacificación de las tribus primitivas del Bajo Níger con la destrucción de una cultura que, aunque en muchos aspectos equivocada, servía como elemento de cohesión de los diversos clanes de la zona". Éstos quedaron divididos y desorientados ante unos cambios radicales y bruscos, impuestos desde parámetros incomprensibles para los nativos. Así ocurre con Okonkwo, un agricultor orgulloso, autoritario y violento con sus esposas e hijos, defensor acérrimo de los valores “masculinos” de un mundo cuyo desmoronamiento es incapaz de admitir y soportar.

Todo se desmorona permite conocer con detalle la cultura igbo nigeriana, sus leyendas, sus dioses o sus costumbres, a veces tan crueles como el abandono de los gemelos recién nacidos o la mutilación de algunos bebés que han nacido muertos. Pero también nos muestra las consecuencias del conflictivo encuentro entre los colonizadores blancos y los nativos africanos. Un choque contado en esta ocasión desde la perspectiva del drama personal de uno de sus damnificados perdedores.

Carlos Bravo Suárez

sábado, 4 de septiembre de 2010

LA ENTRADA DE LOS "PASTORES" FRANCESES EN EL REINO DE ARAGÓN EN JULIO DE 1320

En la segunda mitad del siglo XIII y la primera del XIV, dentro de un clima de exaltación religiosa y en una situación de hambre y crisis económica, se produjo en Francia la llamada "cruzada de los pastores". Sus integrantes se denominaban a sí mismos con el diminutivo "pastorells", convertido en "pasteraux" en francés moderno. Toman el nombre por identificación con aquellos que, según el Evangelio, fueron elegidos para adorar a Cristo en su cuna de Belén. Sin embargo, estos “pastorells” medievales ni eran pastores de profesión ni eran todos jóvenes como su nombre puede hacer pensar. Se trataba en su mayoría de gentes humildes, aunque los hubiera también pertenecientes a la baja nobleza e incluso algunos clérigos. En España, donde su breve presencia ha sido muy poco estudiada, se conocen como "pastores" o "pastorcillos" y en los documentos de la época son denominados "pastorellos".

Se trata de un movimiento que, tras el fracaso de la séptima cruzada, congregó a miles de personas en el país vecino. Su primera aparición se produjo en 1251 tras el encarcelamiento en Tierra Santa del rey Luis IX. Verdaderas turbas de gentes sencillas, imbuidas de una religiosidad primaria y convencidas de estar predestinadas para liberar al rey, exigen al Papa ser protagonistas de una nueva cruzada. El movimiento, visto al principio con simpatía por buena parte de la población, derivó más tarde hacia formas extremas de renovación religiosa y social que no fueron aceptadas por el poder. La cruzada fue reprimida brutalmente y muchos de sus integrantes fueron colgados y sus cadáveres expuestos públicamente en los caminos.

Unos años después, en 1320, con la llegada del buen tiempo, entre los meses de mayo y septiembre, se produjo un rebrote del movimiento. Para los "pastores" era el momento de instaurar el reino de Dios en la tierra y ello debía hacerse sobre tres pilares básicos: la eliminación de los infieles, la redistribución de la riqueza y la conquista de Tierra Santa. Las principales víctimas de su primer objetivo fueron los judíos, sobre los que se realizaron matanzas en diversas poblaciones; el segundo consistía en expoliar a los ricos y eliminar a los clérigos que se habían aposentado en exceso y no daban ejemplo de pobreza; el tercero, en exigir al Papa y a las autoridades políticas que les organizaran una cruzada para recuperar los lugares santos en manos de los infieles. Tras unos momentos de vacilación, el movimiento fue de nuevo reprimido y aplastado. Sin embargo, durante el mes julio, un grupo de "pastores" franceses efectuó una inesperada entrada en España

Cuando muchos de ellos vagaban por el sur de Francia en busca de su objetivo, les llegó la noticia de que el rey de Aragón, Jaime II, estaba organizando una expedición, capitaneada por su hijo y heredero al trono, el infante Alfonso, para hacer frente a los moros del reino de Granada que, al parecer, pretendían adentrarse en tierras de Valencia. Los "pastores" encontraron en ello un motivo para ver cumplidos sus deseos de luchar contra el infiel y, en número de unos cinco mil, atravesaron los Pirineos y penetraron en el reino de Aragón para participar en la cruzada contra los sarracenos.

Los "pastorellos" conocerían la noticia de la organización de la campaña contra los moros de Granada a finales de junio de 1320. Su entrada en Aragón se produjo por los puertos de la cabecera del río Cinca, por los valles de Bielsa y Broto. Debió de tener lugar entre los días 29 de junio y 1 de julio. El día 2 se concentraron en Aínsa, donde pernoctaron. Su irrupción, no anunciada, cogió por sorpresa a la corte real aragonesa. Jaime II se encontraba en Calatayud. Desde allí siguió la crisis y delegó en el infante Alfonso su resolución directa.

Los "pastores" fueron bien acogidos en Aínsa, según se deduce de los procesos judiciales posteriores contra algunos de sus habitantes. En la villa no había judíos ni moros y los "cruzados" apenas permanecieron en ella. Quizás algunos regresaron a Francia al conocer la casi segura desconvocatoria de la expedición contra los musulmanes de Granada. Sin embargo, la mañana del día 3, un numeroso grupo se dirigió hacia Monclús, localidad situada a unos diez kilómetros descendiendo por el curso del río Cinca. En esta población, importante paso fluvial en la época y siglos después abandonada y desaparecida, había una aljama judía cuyos habitantes se dedicaban sobre todo al préstamo de dinero. Los "pastorellos" sitiaron el pueblo y el castillo donde se habían refugiado los judíos y, ante la pasividad o impotencia de las autoridades locales y con la participación de gentes de los alrededores, degollaron a todos los adultos que no quisieron bautizarse, saquearon sus casas y robaron sus pertenencias.

Según un documento real, en Monclús fueron asesinados 337 judíos. Tal vez la cifra de muertos fuera inflada por motivos económicos y, si tenemos en cuenta que solían ser un pequeño porcentaje de las poblaciones en las que vivían, no hubiera tantos judíos en Monclús. Aunque también podría ser que en esta población fueran mayoría y, además, es muy probable que allí se refugiaran algunos hebreos que habían sido expulsados de otros lugares o que escapaban de los pogromos del país vecino. En todo caso, no todos los judíos de Monclús fueron degollados: unos pocos aceptaron bautizarse y lo fueron por la fuerza todos los niños, a los que después, por orden real, se permitió vivir entre cristianos.

Tras la sangrienta matanza, camino de Barbastro, grupos de "pastores" pasaron por Naval, donde residía una pequeña y empobrecida comunidad morisca. Al parecer, a los musulmanes, que se habían refugiado en el viejo castillo, no se les persiguió y no se produjeron muertos en la villa, aunque su morería fue saqueada por los franceses y por las gentes del país que los acompañaban. Todas las autoridades del pueblo fueron luego encausadas en los hechos, si bien al final todo quedó, como en la mayoría de los casos, en el pago de una cantidad de dinero para evitar la condena efectiva.

Cuando el día 4 de julio los "pastores" -entre dos y tres mil según las declaraciones de los testigos- llegaron a Barbastro, las autoridades ya estaban advertidas y tomaron medidas para proteger a la población judía e impedir su entrada en la ciudad. Los “pastorellos” permanecieron en las afueras de la localidad, en las proximidades del convento de los franciscanos. Se toleró que la población les llevara alimentos y muchos aprovecharon para comprarles a bajo precio los bienes saqueados en Monclús y Naval. También parece que se produjo el soborno de algunos judíos a varias autoridades locales para que les otorgaran una mayor protección.

Aquí los "pastores" se enteraron de que la campaña contra los moros de Granada había quedado definitivamente cancelada. Ahora, la estrategia del poder real era procurar que abandonaran el país, para lo que se les puso como límite el final de ese mismo mes de julio. Puede decirse que en Barbastro quedó desactivado el grave peligro que suponía la entrada en el reino de estos grupos de exaltados religiosos, aunque el problema no desaparecería del todo hasta que cruzaran de nuevo la frontera.

Parece ser que, desde Barbastro, el grupo más numeroso se dirigió, bajo cierto control, a Huesca y luego a Jaca, ya de regreso a Francia. No hay noticias exactas de lo ocurrido en la capital de la provincia, pero tampoco hubo desmanes y los "pastores" no llegaron a entrar en la ciudad. Aunque en Jaca pudo haber algunos incidentes, no parece probable que su judería fuera atacada. El último lugar de la provincia del que se tiene constancia de algún suceso violento es Ruesta, ya en los límites de Aragón con Navarra. Allí algunos lugareños habrían participado junto a exaltados franceses en un ataque contra los judíos locales. Tampoco hubo muertes porque los judíos habían huido del lugar, y todo quedó en el saqueo de sus casas. Es muy posible que los "pastorellos" que atacaron las juderías de Ruesta y, tal vez, de Jaca pertenecieran a otros grupos entrados desde Francia por Somport, Con la noticia documentada del suceso de Ruesta se cierra el capítulo conocido de las estaciones de los "pastores" por territorio aragonés. Es de suponer que antes del final del mes, y atendiendo al ultimátum real, habían regresado a Francia.

Es justamente el 30 de julio cuando se dictan las primeras sentencias de muerte contra algunos de ellos, hechos prisioneros en los sucesos que se han relatado. El infante Alfonso mandó colgar a cuarenta en Barbastro, ordenando que varios fueran llevados a Huesca y Jaca para que sus cadáveres fueran expuestos públicamente y sirvieran de escarmiento. En un documento aparecen los nombres de 32 "pastores" declarados inocentes. Casi todos ellos tienen apellidos gascones. También fue condenado a muerte un hombre del país: Pedro Sánchez Lazcano, que les había servido de guía en los primeros días de sus andanzas. El rey ordenó que fuera colgado, pero, a petición del infante y por su condición de hijo de militar, aceptó que, para menor deshonra, fuera decapitado.

Los inculpados aragoneses por los sucesos ocurridos superaron en poco el centenar. En todo el proceso se observa la voracidad recaudatoria del poder real, la existencia de recomendaciones y de personajes "intocables", así como el intento de unos y de otros de aprovecharse de la situación creada. Los pastores se nos presentan movidos, sobre todo, por unos motivos religiosos que los llevan al fanatismo y a la eliminación física de los infieles -en consonancia con el espíritu de cruzada de la época-, pero a los que se teme, sobre todo, por sus proclamas sociales contra el poder establecido.

Aunque quedan muchas incógnitas por resolver, he intentado resumir en las líneas precedentes lo que se conoce de unos hechos que alteraron gravemente las tierras septentrionales del Reino de Aragón durante el mes de julio de 1320.

Bibliografía:

- El único libro monográfico sobre el tema, del que extraigo la mayor parte de los datos de este artículo, está escrito en catalán. Se trata de "Fam i fe. L'entrada dels pastorells. (Juliol de 1320)", del historiador Jaume Riera i Sans, editado por Pagès Editors en Lérida en 2004. Riera, en su magnífico libro, no hace referencia a la intervención de eclesiásticos y militares en los ataques de los "pastores" porque, al pertenecer a jurisdicciones especiales, no aparecen en los documentos que él tan a fondo ha estudiado.

- Hay algunas referencias a los "pastores" en el libro "Comunidades de violencia. La persecución de las minorías en la Edad Media", de David Nirenberg. (Península, Barcelona, 2001).

- Sobre la aljama judía de Monclús hay algunos datos interesantes en "La judería de Huesca", de Antonio Durán Gudiol, (Guara Editorial, Zaragoza, 1984, pág. 23-26).

- Sobre la ubicación y los restos del antiguo castillo de Monclús, puede consultarse "Torres y castillos del Alto Aragón", de Adolfo Castán. (Huesca, 2004, págs.344 -346).

Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado "El Cruzado aragonés", en el número especial de las fiestas de Barbastro 2010)

viernes, 3 de septiembre de 2010

UNOS CUENTOS FASCINANTES

Carnaval y otros cuentos. Isak Dinesen. Nórdica. 2010. 335 páginas.

Isak Dinesen (1885-1962) es una de las voces más interesantes de la literatura europea del pasado siglo XX. Aunque por su exitosa adaptación cinematográfica su obra más conocida sea Memorias de África, la escritora danesa es también autora de un puñado de cuentos verdaderamente fascinantes. Con motivo del ciento veinticinco aniversario de su nacimiento, la editorial Nórdica ha publicado Carnaval y otros cuentos, un conjunto de once relatos que fueron editados póstumamente tras la muerte de la narradora en 1962.

Los cuentos de Isak Dinesen son de una gran belleza literaria, de escaso parangón con los de otros escritores contemporáneos. Combinan de manera magistral la realidad y la fantasía, la historia y la mitología, algunos recursos de la literatura oral y de la leyenda con una escritura primorosa y un gran dominio del ritmo narrativo. A la originalidad de Carnaval y otros cuentos contribuyen los finales abiertos, en ocasiones algo inesperados y abruptos, de varios de sus relatos. Son unas narraciones de extensión media, de alrededor de treinta páginas en la mayor parte de los casos. Sólo Carnaval, un verdadero juego literario cargado de ingenio y referencias cultas, y Anna, prácticamente una novela corta con una trama de enredo y un estilo casi folletinesco, son algo más largos que los demás textos del libro.

En Carnaval y otros cuentos aparecen diversas sociedades y geografías europeas de diferentes épocas históricas. Se retratan con elegancia los ambientes aristocráticos y refinados, de los que la autora danesa procedía socialmente, pero también otros estratos económicamente más bajos y desfavorecidos. Incluso en “La dama orgullosa” se dibujan de manera magistral en unas pocas páginas los cambios sociales producidos por la Revolución Francesa de 1789. En algunos cuentos del libro el lector puede toparse de manera inesperada con personajes conocidos como Kierkegaard, Lord Byron o Jack el Destripador. Caballos fantasmas y El oso y el beso se pueden considerar sin duda verdaderas obras maestras del relato breve. El segundo, absolutamente absorbente para el lector, se sitúa en los ambientes brumosos, cargados de leyendas y misterio, de los mares y bosques escandinavos de los confines de la Europa septentrional.

Hoy, que por motivos diversos tan de moda están algunos escritores nórdicos, leer los cuentos de Isak Dinesen significa disfrutar de la belleza atemporal de una literatura que satisface ampliamente los gustos más exquisitos de los lectores más exigentes.

Carlos Bravo Suárez