domingo, 28 de marzo de 2010

CONTRABANDO, AMOR Y GUERRA EN EL VALLE DE BENASQUE

Las lágrimas de la Maladeta. Marta Iturralde Navarro y Alberto Martínez Embid. Prames. Zaragoza. 2010.

Marta Iturralde y Alberto Martínez Embid son dos conocidos escritores especializados en temas de montaña, autores, cada uno por su lado, de una interesante obra que comprende un buen número de novelas, ensayos y artículos periodísticos. En Las lágrimas de la Maladeta, han sumado esfuerzos literarios y sus amplios conocimientos sobre el mundo de los Pirineos para confeccionar una estupenda novela ambientada en el valle de Benasque y en las tierras fronterizas del Luchonado francés.

La acción de Las lágrimas de la Maladeta se sitúa a caballo entre los siglos XVIII y XIX, entre los años 1784 y 1814. La ambientación histórica de la novela es magnífica y está muy bien documentada. El relato se inicia en las vísperas de la Revolución francesa y transcurre durante la corta Guerra contra la Convención y, sobre todo, en la más larga y feroz Guerra de la Independencia. Conocemos la vida a ambos lados de la frontera, los ritos y costumbres de los cazadores de sarrios, los usos y rutas del contrabando, el inicio del pirineísmo con Ramond de Carbonnières y la incidencia de la guerra en el valle de Benasque y en la villa que le da nombre, cuyo antiguo castillo fue en 1814 el último baluarte francés en la contienda.

La ambientación geográfica es, si cabe, todavía más completa. Son escasos los lugares del alto valle del Ésera y de la vertiente francesa de esa parte del Pirineo que no aparecen en el libro. Sus personajes se mueven por los hospitales (“espitals”) de Benasque (Benàs) y de Banhères (sólo brevemente aparece el de Vielha), los puertos de Gorgutes, la Glera, el Portillón o Toro, los valles de Remuñé o Literola, la Renclusa, los Booms del Portillón, el congosto de Ventamillo, etc. Al haber tenido la suerte de recorrer estos lugares en numerosas excursiones, he disfrutado enormemente con las precisas y exactas descripciones geográficas que de ellos se dan en la novela.

Otro aspecto interesante de Las lágrimas de la Maladeta son las referencias a las leyendas y creencias populares, en pleno apogeo en los años en que se sitúa el relato: las “encantadoras” que habitan en las aguas, las supersticiones, los presagios del paisaje, los amuletos, las alusiones a las brujas. Y también logrados están los personajes: los Barrau, Tres-Dedos, la Verrugona, las hermanas Castán y, principalmente, el protagonista, Pascual o Pascualet, un “chiqué” que se hace hombre en la novela y que pertenece por igual a las dos vertientes de Pirineo, tan estrechamente unidas que ni las terribles guerras ni los odios de aquel tiempo consiguieron separar del todo.

Los autores han vertido en el libro sus muchos conocimientos sobre el valle de Benasque y, a partir de ellos, han logrado construir un relato interesante, que transporta al lector a una época del pasado reciente de uno de los rincones más hermosos de nuestro Pirineo.


Carlos Bravo Suárez

domingo, 21 de marzo de 2010

DE GRAUS A OLVENA POR LA PUEBLA DE CASTRO

De Graus en dirección al sur parte el PR-HU73, un sendero de pequeño recorrido que lleva desde la capital ribagorzana hasta la pequeña localidad de Olvena, perteneciente hoy a la comarca del Somontano. Se trata de un itinerario señalizado que transita siempre por la margen derecha del río Ésera, poco antes de su desembocadura en el Cinca.

Es un camino fácil para recorrer andando, con escasos desniveles y balizado con marcas blancas y amarillas. Si seguimos exclusivamente el sendero marcado, habremos recorrido alrededor de catorce kilómetros: unos ocho y medio entre Graus y La Puebla de Castro y cinco y medio entre esta localidad y Olvena. Sin embargo, desviándonos un poco de este itinerario, podemos visitar dos magníficos exponentes históricos de la Ribagorza: los restos de la ciudad romana de Labitolosa y la ermita románica de San Román de Castro. Ambos lugares se encuentran muy próximos a La Puebla de Castro, a cuyo municipio pertenecen.

Saldremos de Graus en dirección al sur por la carretera N-123 que lleva a Barbastro. Por la derecha de la misma tomaremos un sendero, que se está habilitando como carril-bici, que nos conduce al cementerio de la localidad. Aquí, seguimos unos metros la pista que se dirige a la ermita de San Pedro pero, atendiendo a las señales, nos desviaremos de inmediato a la izquierda para, por un viejo puente de piedra, atravesar el barranco Esguard y seguir el antiguo camino que unía Graus y La Puebla de Castro.

Tras el puente, el PR-HU73 inicia una fuerte aunque corta subida hasta el tozal de Torrellón. Sin posible pérdida, el camino desciende después hacia la carretera que va a Secastilla. Debemos seguir esta vía unos ochocientos metros y, tras dejar a la izquierda las ruinas de una vieja tejería con su elevada chimenea, tomar, también a la izquierda, una pista agrícola por la que, siempre atentos a las marcas, debemos continuar. En aproximadamente media hora llegaremos a un cruce a cuya derecha se encuentra un viejo lavadero circular que recoge las aguas de lluvia por un tejado con forma de embudo. En la confluencia de los dos caminos que se abren ante nosotros hay un pequeño refugio de techo abovedado. Siguiendo el camino de la derecha en pocos minutos estaremos en La Puebla de Castro.

Es éste un pueblo en auge, su población ha crecido con la llegada de foráneos y hay en él algunas pequeñas industrias que le proporcionan actividad y vida. Vale la pena realizar una visita tranquila por sus calles y sus plazas. Desde el punto de vista artístico, el elemento más interesante del lugar es el retablo gótico que se encuentra en el altar mayor de la iglesia parroquial de Santa Bárbara. Se trata de una magnífica obra que procede de la ermita de San Román de Castro. El retablo fue desmontado durante la pasada guerra civil y sus tablas trasladadas a Ginebra. Tras acabar la contienda fueron devueltas a España y el retablo quedó instalado en la iglesia parroquial de La Puebla, donde hoy puede contemplarse.

Desde el pueblo a Labitolosa podemos ir por el PR-HU74 que viene de Artasona y termina en la urbanización Lago de Barasona. Descendemos a la carretera A-2211 y, tras cruzarla, seguimos una pista agrícola que en menos de un kilómetro nos deja en la antigua ciudad romana. Los restos de Labitolosa se sitúan en la ladera meridional del cerro del Calvario, en cuya cima se han descubierto recientemente vestigios de una torre musulmana que tal vez perteneciera al antiguo castillo de Muñones. Los principales restos de Labitolosa son la curia y dos conjuntos termales. En la curia, bajo un gran cubierto, pueden verse diversos pedestales con numerosas inscripciones. De los dos conjuntos termales, sólo uno puede visitarse. Desde hace poco tiempo está cubierto y acondicionado con una estructura metálica de escaleras y pasillos que permiten su contemplación completa. Las otras termas están protegidas por plásticos a la espera de intervenciones futuras. Al parecer, la ciudad fue construida a mediados del siglo I a. C. y abandonada por causas que se desconocen a finales del siglo II d. C.

Si desde Labitolosa retrocedemos a la carretera y continuamos unos metros por ella veremos a nuestra izquierda, frente al cementerio de La Puebla, el indicador del PR-HU75 que nos lleva a la ermita de San Román. El lugar dista algo más de dos kilómetros de este punto y está situado en un extraordinario paraje a la entrada norte del congosto de Olvena.

La ermita de San Román, declarada Monumento Nacional en 1944, es espléndida, de dimensiones considerables y muy bella factura. Fue construida a finales del siglo XII o principios del XIII y pertenece a un románico de gran calidad, de carácter más aristocrático que la mayoría de las ermitas de la zona. De su exterior destaca el magnífico ábside, con ajedrezado jaqués y arquería ciega. En su interior, el templo alberga un coro mudéjar con unas llamativas pinturas llenas de simbología. Esta cromática decoración forma parte del mudéjar aragonés que fue declarado Patrimonio Mundial en 2001.

San Román se encuentra en el lugar donde se ubicaba la antigua población de Castro, origen de la posterior Puebla de Castro. Como indica su topónimo, había allí un castillo medieval del que apenas quedan restos, pero que tuvo gran importancia estratégica y cobró nuevo impulso en el siglo XIII cuando Jaime I concedió a su hijo bastardo Ferran Sánchez la extensa baronía de Castro. Desde el mirador habilitado en lo alto del cerro hay unas vistas inmejorables de buena parte de la comarca ribagorzana.

Si deseamos continuar nuestra excursión hasta Olvena, debemos retroceder en dirección a La Puebla y retomar el PR-HU73 que hemos abandonado para visitar San Román. En caso de conocer bien el terreno, no es necesario retroceder demasiado, pues puede seguirse un sendero que, más próximo al congosto, nos llevaría a nuestro objetivo. De lo contrario, es preferible llegar hasta casi el alto de San Roque y, a la izquierda de la carretera, seguir el citado PR por una pista que pasa junto a una explotación ganadera y discurre luego entre olivares y almendros. En poco más de una hora habremos llegado a Olvena.
Lo más interesante de la localidad es el magnífico mirador situado en lo más alto del pueblo, al que se asciende tras pasar junto a su cementerio. Muy próxima a éste se halla la pequeña ermita del Santo Cristo, románica en su origen y parte del antiguo castillo medieval que tuvo la población. Desde el privilegiado mirador tendremos unas magníficas vistas del congosto por el que discurre el río Ésera en su tramo final.

En la excursión que aquí hemos propuesto, además de disfrutar de bellos paisajes, podemos conocer algunas de las huellas que la historia ha ido dejando en unas tierras que constituyen un punto de encuentro entre la Ribagorza y el Somontano.

Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón)

Fotos: La Puebla de Castro, Termas de Labitolosa, San Román de Castro (dos fotos del exterior, interior del ábside y dos fotos del artesonado mudéjar), La Puebla de Castro y Secastilla desde Castro, el congosto de Olvena desde Castro y Olvena (tres fotos)

sábado, 20 de marzo de 2010

VENIRSE ABAJO

La humillación. Philip Roth. Mondadori. Barcelona. 2010. 155 páginas.

Sobre todo en los últimos tiempos, Philip Roth es un escritor tan prolífico que publica al menos un libro al año. Tras su anterior y espléndida Indignación, que fue reseñada aquí hace unos meses, se ha editado en España la última novela del veterano autor estadounidense, una narración breve e impactante titulada La humillación.

La humillación cuenta la crisis de Simon Axler, un famoso actor de teatro de sesenta y cinco años que de repente pierde su inspiración artística y se siente incapaz de volver al escenario. Su mujer lo abandona y él, deprimido y sin esperanza de recuperar el talento perdido, tras un breve periodo en un psiquiátrico, se refugia en su solitaria casa rumiando poner fin a su vida sin atreverse a hacerlo. Entonces irrumpe en su retiro campestre Pegeen, una mujer veinticinco años más joven que él e hija de unos actores amigos suyos en su juventud. Pegeen es lesbiana y acaba de salir de algunas tempestuosas relaciones con final traumático. Simón será su primera experiencia heterosexual.

La novela adquiere a partir de ese instante un tono de subido erotismo. La pareja busca nuevas e intensas experiencias sexuales que el autor cuenta con detalle. Sin embargo, por encima del sexo, que parece ser la primera preocupación de una Pegeen dubitativa sobre sus verdaderas inclinaciones, el sexagenario actor siente la llamada biológica y cree llegado el momento de buscar una paternidad todavía a su alcance. Pero las cosas volverán a cambiar de manera inesperada y repentina.

El relato, como suele ocurrir en el género teatral tan presente en él, se divide en tres actos. Axler recuperaen su decisión final la fuerza interpretativa encarnándose de manera convincente en Konstantin Gravrilovich, personaje de La gaviota de Chéjov.

En La humillación encontramos la fluidez narrativa habitual en Philip Roth, aunque el último giro de la novela resulte tal vez algo precipitado. Algunos de los temas del libro, como el miedo a la vejez, el sexo o la relación entre un hombre mayor y una mujer más joven, que aparecen en otras obras suyas, están aquí abordados sin tapujos y con valentía. También los complicados vínculos paterno-filiales se muestran de manera destacada en las sorprendentes relaciones que mantiene la ya prácticamente cuarentona Pegeen con sus progenitores.

Sin estar a la altura de las mejores obras del autor, La humillación es una novela impactante, bien contada y fácil de leer. Su lectura, como no podía ser de otra manera tratándose de Roth, tampoco en este caso dejará indiferente a ningún lector.

Carlos Bravo Suárez

sábado, 13 de marzo de 2010

A SANGRE Y FUEGO

A sangre y fuego. Manuel Chaves Nogales. Espasa. Colección Austral. 2009.
Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897 – Londres, 1944) es un magnífico escritor que durante demasiado tiempo ha sido injustamente olvidado y condenado al ostracismo en nuestro país. Afortunadamente, esa prolongada injusticia literaria se está empezando a reparar con la reciente publicación de la obra del narrador y periodista sevillano. El gran pecado de Chaves Nogales fue defender la democracia contra los totalitarismos de ambos signos y condenar por igual los excesos cometidos por los dos bandos enfrentados en la Guerra Civil española. En un país con propensión permanente al maniqueísmo, un autor tan independiente y alejado de los comportamientos sectarios tenía todos los números para quedar en el olvido, rechazado tanto desde la derecha como desde la izquierda por quienes sólo saben ver la realidad en blanco y negro.

A sangre y fuego es un libro que contiene nueve relatos sobre la Guerra Civil española. Chaves Nogales lo escribió en 1937, en un “hotelito humilde de un arrabal de París”, ciudad a la que le había llevado su exilio desde España. Tras los primeros meses de conflicto el escritor, que se puso en un principio al servicio de la República, huyó desengañado con ambos bandos y sin albergar esperanza alguna en el futuro de su país fuera cual fuera el vencedor de la contienda. Lo cuenta en el impagable y breve prólogo que precede a A sangre y fuego. Reproduzco de ese preámbulo, que no tiene desperdicio, unas líneas reveladoras de su pensamiento: “En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes”.

El libro, que lleva el subtítulo de Héroes, bestias y mártires de España, narra nueve historias inspiradas en hechos reales ocurridos en la Guerra Civil en los que encontramos ejemplos de brutalidad, fanatismo y violencia en uno y otro lado. Tanto entre los sanguinarios moros, legionarios y falangistas del bando de Franco como entre los milicianos comunistas y anarquistas tan aficionados a dar el último paseo a cualquier disidente, sospechoso o supuesto enemigo de clase. Por el libro desfilan delatores, chaqueteros, fanfarrones y matones de retaguardia que salen huyendo del frente a los primeros tiros. Vemos también algunos héroes movidos por verdaderos ideales y unos pocos hombres íntegros que caen víctimas de la barbarie sectaria y del fanatismo político imperante.

Chaves es un escritor de fuste, excelente narrador y observador agudo de la dramática realidad de un país dominado por el odio, en el que el asesinato político se había convertido en algo cotidiano y fácil. Algo que el escritor andaluz no podía soportar. Así lo manifiesta en el citado prólogo: «Yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos: para un español quizá sea eso un lujo excesivo».

Carlos Bravo Suárez

domingo, 7 de marzo de 2010

UNA EXCURSIÓN AL CONJUNTO MEDIEVAL DE SAMITIER

Hace un tiempo describí en estas mismas páginas el itinerario de una excursión que, con el Centro Excursionista de la Ribagorza, había realizado desde Muro de Roda hasta Ligüerre de Cinca, en la comarca de Sobrarbe. Al final de aquel largo recorrido, desde el congosto del Entremón (o Entremont) por donde transita el GR-1, veíamos asomar en lo alto de la pared derecha de ese impresionante desfiladero las siluetas de la ermita y la torre defensiva que componen el conjunto medieval de Samitier. Algunos miembros del C.E.R. decidimos entonces que en fechas futuras haríamos una excursión que incluyera ese extraordinario paraje en su recorrido. Después de visitar la zona elegimos un itinerario fácil y poco exigente, jalonado con varias paradas en lugares de gran interés cultural y paisajístico. Consistía en una excursión que debía llevarnos desde el Mesón de Ligüerre, donde habíamos terminado nuestro recorrido anterior, hasta el citado conjunto monumental de San Emeterio y San Celedonio, pasando antes por el pueblo de Samitier y por la ermita de Santa Waldesca. Este itinerario es el que voy a describir sin demasiado detalle en este artículo.

Desde el Mesón de Ligüerre hasta el pueblo de Samitier se puede ir andando siguiendo el GR-1. Es, por tanto, un sendero marcado con rayas rojas y blancas. Entre ambos lugares hay una distancia de poco más de dos kilómetros y medio y un desnivel de unos ciento cincuenta metros. El camino arranca de la izquierda de la carretera que lleva al pueblo de Ligüerre y a Tierrantona, detrás del restaurante del Mesón de Ligüerre, muy cerca de donde se encuentra un panel explicativo de senderos. Se inicia con una fuerte pero corta subida por una ladera algo pelada, pasa después por un pequeño bosque de carrascas y quejigos y, en aproximadamente cuarenta minutos, nos deja en Samitier.

Es éste un pueblo perteneciente al municipio de La Fueva, muy poco habitado durante el año pero con buena parte de sus casas arregladas y aire acogedor en su conjunto. Se extiende longitudinalmente en sentido descendente por una ladera en cuya parte baja destaca una esbelta y llamativa torre que se levanta en el cementerio de la localidad. Es una construcción del siglo XVI, campanario en su momento de la primitiva iglesia del lugar que desapareció por algún motivo desconocido. Tras hacer la obligada visita, ascendemos atravesando todo el pueblo por su calle principal. Pasamos junto a una fuente de piedra y dejamos la iglesia parroquial a la derecha para salir del lugar y seguir por una pista de tierra que, en constante subida y con un desnivel de unos doscientos metros, nos llevará en unos 45 minutos al conjunto fortificado de los santos Emeterio y Celedonio. Este camino carece de marcas pintadas porque ya no corresponde al GR-1, que desde Samitier y en sentido opuesto al nuestro se dirige a la ermita de San Antonio, La Pardina y Castejón de Sobrarbe. Sin embargo, se trata de una pista de tierra que asciende todo el rato en dirección al este y sin posibilidad de pérdida hasta su conclusión en lo más alto de la ladera, donde se encuentra el conjunto medieval principal objetivo de nuestra excursión.

Aproximadamente a mitad de camino, encontramos a nuestra izquierda la ermita de Santa Waldesca. Como la de San Emeterio y San Celedonio fue restaurada por Prames en la segunda mitad de los años noventa. Es una construcción de planta rectangular con dos tramos muy diferenciados y una pequeña cabecera. El primer tramo tiene cubierta de madera a dos aguas mientras que el segundo, mucho más interesante, tiene bóveda de crucería, pintada de azul, con cuatro brazos nervudos que irradian del centro y terminan sobre cuatro ménsulas que representan toscos rostros humanos. En el exterior destacan, ambas en el muro meridional, la puerta de acceso, de arco de medio punto con grandes dovelas, y una bonita ventana de arco apuntado. En las esquinas del edificio se disponen sillares de gran tamaño.

Junto a la ermita encontramos una bifurcación de pistas. Hay que tomar la de la izquierda. Enseguida tendremos, también por el lado izquierdo del camino y justo debajo de nosotros, excelentes vistas del pantano de Mediano. Y, casi de inmediato, en lo más alto de la ladera veremos aparecer la silueta de la ermita de San Emeterio y, sobre ella, los restos de una torre defensiva de tronco hexagonal. Tras una última subida algo más empinada, llegaremos a ese paraje excepcional desde el que se contemplan unas vistas verdaderamente extraordinarias.

El conjunto religioso-militar de Samitier está situado en un lugar impresionante, casi inverosímil. En lo más alto de la montaña, en el extremo de un promontorio rocoso, literalmente colgado sobre los abismos verticales del congosto del Entremón. Consta de una ermita de tres naves con sus correspondientes ábsides, una parte de una torre cuadrangular adosada al extremo oeste de la nave septentrional de dicho templo y, unos metros más al norte, los restos de una torre defensiva de tronco hexagonal. En una elevación rocosa situada a unos trescientos metros más al sur, quedan algunos restos más exiguos de otra torre de vigilancia de corte semicircular.

La ermita o iglesia románica de San Emeterio y San Celedonio fue construida en el siglo XI y, pese a algunas transformaciones, ha conservado en buena medida la mayor parte de los elementos de su edificación original. Fue restaurada, sobre todo para frenar su progresivo deterioro, en los años 1996 y 1997. Por una inscripción que puede leerse en uno de sus arcos interiores, sabemos que ya había sido reformada anteriormente en el año 1893.

Se cree que fue mandada edificar por Ramiro I, quien al parecer, y adelantándose a la creación de las órdenes militares, encargó la custodia del recinto defensivo a una comunidad de monjes soldados en aquellos remotos tiempos medievales. Sería el origen del posterior pueblo de Samitier, que ya se levantó en una zona más cómoda y accesible y con más tierras de cultivo en sus alrededores. El topónimo Samitier parece una clara transformación del inicial San Emeterio.
No voy a describir aquí con detalle este magnífico conjunto monumental. Recomiendo sobre todo su visita y, para quienes deseen saber más sobre el lugar, la lectura de las referencias que se le dedican en las publicaciones existentes sobre el románico aragonés. Entre ellas quiero destacar sendos libritos monográficos dedicados a San Emeterio y a su vecina Santa Waldesca, publicados por Prames en 1999 y escritos por José Luis Acín Fanlo y Antonio Lorenzo Burillo.

Uno de los aspectos más llamativos del conjunto es que para acceder a la torre defensiva es necesario atravesar el interior de la ermita, entrando por su puerta meridional y saliendo por la septentrional. Es también interesante conocer que la verdadera puerta de acceso a la iglesia estaba elevada sobre el nivel del suelo y que se hacía necesario el uso de una escalera lanzada desde el interior para acceder a ella. Dicha puerta, tapiada hoy en parte, quedó más tarde convertida en una ventana situada justo encima de la entrada actual.

San Emeterio y San Celedonio es sin duda uno de los lugares más interesantes de la geografía altoaragonesa. El itinerario que aquí hemos propuesto permite visitar este magnífico conjunto medieval disfrutando de algunos otros atractivos durante el camino que a él nos conduce.

Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón)
(Fotos: Samitier, torre del cementerio de Samitier, ermita de Santa Waldesca, interior de la ermita de Santa Waldesca, conjunto medieval de Samitier -dos fotos-, ermita de San Emeterio y San Celedonio, interior de la ermita, restos del torreón, el conjunto medieval de Samitier visto desde el congosto del Entremón, el pantano de Mediano y el congosto del Entremón vistos desde el conjunto medieval de Samitier)

sábado, 6 de marzo de 2010

POESÍA DE BURDEL

Blues de los bajos fondos. J. Luis Gracia Mosteo. Centro de Estudios Bilbilitanos. 2009.

José Luis Gracia Mosteo, aragonés de Calatorao (1957) afincado en Madrid, es autor de una interesante obra literaria que comprende varias novelas, algunos libros de relatos y un ensayo. También un par de libros de poesía: Balada del valle verde, reseñado hace un tiempo en este blog, y el recién editado Blues de los bajos fondos, ganador del Premio Internacional de Poesía “José Verón Gormaz” de 2008.

Si Balada del valle verde era un poemario inspirado en la naturaleza y el paisaje con una cierta pulsión panteísta y un suave aire bucólico, Blues de los bajos fondos es por el contrario una obra urbana, inspirada en el mundo sórdido de los puticlubs y los bares de carretera. El libro lleva el subtítulo de 12+12 poemas de crimen y desamor y está simétricamente dividido en dos partes. Cada poema de la primera parte (Blues de las putas) tiene su continuación y desenlace en la segunda (Blues de los chulos). Con Balada del valle verde sólo coincide en que también aquí cada uno de los poemas está encabezado por una breve cita de un poeta o autor conocido, desde Quevedo a Lou Reed pasando por Rimbaud, Gil de Biedma, Tom Waits o los Rolling Stones.

Gracia Mosteo tira de versos largos en lo que son verdaderos poemas narrativos que cuentan una historia en dos partes. Canciones tristes de sexo y muerte, que podrían ser letras de rock o blues o noticias de la crónica negra de sucesos. Escritas con el lenguaje del mundo marginal de los bajos fondos, del comercio del sexo, de la droga y de la delincuencia. Con la jerga barriobajera de nuestro tiempo, como Quevedo o Fernando de Rojas usaron la de la España del suyo. Con spanglish cuando aparecen, y lo hacen con frecuencia, personajes sudamericanos emigrados a España. Con la incorporación del sexo moderno de Internet y de los teléfonos eróticos. Un submundo de prostitución y sexo sin amor por el que tal vez se mueva más gente de la que pensamos. Un mundo que el poeta refleja sin tapujos con su poesía cruda y directa, que bien podría denominarse realismo sucio. En la que no se escatima ni se disfraza lo obsceno y lo escandaloso. Como se enumera en su breve prólogo, por Blues de los bajos fondos desfilan “maltratadores, yonquis, macarras, chaperos, camellos, quinquis, chantajistas, hermafroditas, putas, periodistas y policías”. Este es un libro de personajes que, en la estructura dual de sus textos, se asocian por parejas y tienen nombres sugerentes y a veces descriptivos que aparecen ya en los títulos de los poemas.

Muchos son los artistas y escritores que se han acercado a los mundos marginales a lo largo de la historia. José Luis Gracia Mosteo lo ha hecho con originalidad y acierto literario en estos Blues de los bajos fondos.

Carlos Bravo Suárez