domingo, 27 de febrero de 2011

DOS ERMITAS POCO CONOCIDAS: CASIHUERTOS Y LOS PUEYS










Voy a escribir hoy sobre dos ermitas románicas casi desconocidas de la comarca de la Ribagorza. Se sitúan ambas en el valle del Isábena, en su vertiente occidental, en la margen derecha del río. La primera se conoce como ermita de la Virgen de Casihuertos y se encuentra dentro del término de El Soler, uno de los pequeños núcleos pertenecientes al municipio de Graus. La segunda se halla junto a las ruinas de una antigua aldea denominada los (o els) Pueys, incluida en el término de Roda de Isábena.

El Soler es una pequeña localidad situada a poco más de diez kilómetros de Graus. Desde la capital ribagorzana se llega por la carretera A-1605, tomando un desvío a la izquierda justo a la entrada del llamado puente de Torrelabad. En El Soler destaca su iglesia parroquial de San Marcos, que conserva el ábside original románico y fue una de las últimas restauraciones de mosén José María Lemiñana antes de su fallecimiento. Sobre los restos de los antiguos molinos harinero y de aceite de la población, escribió no hace mucho Julio Alvira Banzo un magnífico artículo, titulado “El Soler y el recuerdo de sus molinos”, en su sección “Cuaderno de viaje” de este suplemento dominical.


Para acceder a la ermita de Casihuertos, tras dejar a nuestra izquierda la iglesia de San Marcos en una pequeña explanada, hay que tomar, también a la izquierda, una pista de tierra que arranca justo antes de cruzar el pequeño puente sobre el barranco de las Mellas que lleva al caserío de El Soler. A poco más de dos kilómetros y a la derecha de la pista, en un pequeño tozal, bastante escondida y apenas visible desde el camino, se encuentra la ermita de la Virgen de Casihuertos.


Se trata de una construcción arruinada cuya techumbre se derrumbó hace ya tiempo sobre el interior de su planta rectangular. Conserva, sin embargo, el ábside románico orientado canónicamente al este, los dos muros laterales hasta el arranque de la bóveda caída y la pared occidental rematada con una espadaña de un solo ojo, bajo la que se abre la puerta de arco de medio punto que da acceso al interior del templo. Las paredes interiores están encaladas y no muestran ningún tipo de decoración. En el exterior destaca la existencia de dos contrafuertes en cada uno de los muros laterales. Podría pensarse que la ermita pertenece a un románico algo tardío, quizás ya del siglo XIII. Es una construcción muy desconocida que no figura siquiera en el famoso libro de Manuel Iglesias Costa sobre el arte religioso del Alto Aragón oriental.


A unos cincuenta metros más al sur y en el extremo más elevado del pequeño cerro en que se encuentra la ermita, se observa un amontonamiento de piedras y una pequeña parte de la base de lo que parecen los restos de una antigua torre de vigilancia. El lugar domina bastante territorio en dirección al sur, en el curso bajo del río Isábena que cierra por su parte meridional la sierra del Castillo de Laguarres. Tal vez ermita y torre fueran parte de un mismo recinto fortificado, constituyendo un eslabón más de la línea fronteriza cristiano-musulmana de los tiempos medievales.


Aunque en algunos mapas el lugar es mencionado como Casihurtos, parece más propia y acertada la denominación de Casihuertos, topónimo seguramente procedente de “casa de los huertos”. No muy lejos de la ermita, en dirección sudoeste, se encuentran el barranco de los Huertos y la casa de los Huertos. A ésta última pertenecería probablemente la ermita y de ahí vendría la denominación Virgen de la casa de los Huertos, que derivaría después a Casihuertos.


Si seguimos nuestro paseo en dirección al norte, nuestro camino desemboca en lo alto de un cerro donde hay un almacén de reciente construcción. Ya por una pista mejor acondicionada llegamos enseguida a la antigua aldea de Santa Creu, hoy deshabitada y en ruinas. Desde allí, por otra buena pista de tierra, podemos descender hasta Torrelabad, muy cerca del río Isábena y de El Soler, el pequeño pueblo del que habíamos partido para nuestra excursión a Casihuertos.


Todavía menos conocida que la ermita de la Virgen de Casihuertos es la de San Martín de los Pueys. A la antigua aldea de los Pueys se accede también desde la carretera A-1605 que sube desde Graus, pero un poco más al norte. Hay que coger una pista de tierra que arranca entre los Kms 23 y 24 de dicha vía, un poco antes de la curva que da inicio a la llamada subida de la Huerta, junto a la casa de ese nombre. Después de recorrer unos tres kilómetros, llegamos a las ruinas de la antigua aldea. La ermita se encuentra a la izquierda de la pista, enfrente de las ruinas de una casa que según algunos mapas se denomina casa de San Martín. Si seguimos unos metros por el camino, nos encontraremos con el GR-18.1 que lleva de Güel a Roda de Isábena. Junto a este camino se encuentran las ruinas de otra casa que al parecer era la denominada los Pueys. No he podido confirmar si ambas casas pertenecían a la misma familia, pero el conjunto es ahora conocido como los Pueys, topónimo del habla ribagorzana oriental que corresponde al castellano los Pueyos, tan frecuente, sobre todo en singular, en la geografía aragonesa, y derivado claramente del término latino “podium” (elevación de terreno). No he logrado saber cuándo el lugar quedó despoblado, pero algunas personas mayores recuerdan haber oído decir que las misas no empezaban en Roda hasta que los amos de los Pueys no llegaban a la catedral.


Lo primero que sorprende al ver la ermita de San Martín dels Pueys es la amputación del antiguo ábside para abrir en su lugar una amplia entrada a su interior. Situada en una propiedad particular, ha sido acondicionada para su uso como garaje y almacén agrícola. Es de planta rectangular con una espadaña de doble ojo sobre su pared occidental. La antigua puerta, hoy casi tapada por la vegetación, se abre en el muro meridional y es de arco de medio punto con grandes dovelas. Antes de la entrada que ha sustituido al viejo ábside, se abren dos pequeñas capillas laterales que dan a la construcción la forma de cruz latina. Tanto el tejado que cubre la bóveda de la ermita como el de estas dos pequeñas capillas laterales son hoy de chapa. 


Se trata de una construcción románica en su origen, pero difícil de fechar para quienes no somos expertos en la materia. Son muy pocos los autores que han escrito sobre el arte religioso de estas tierras los que dan noticia de esta escondida ermita, que se encuentra junto a las ruinas de una antigua casa fuerte, de la que queda en pie uno de los muros de lo que podría haber sido una torre defensiva. Un poco más arriba quedan las ruinas de lo que sería una segunda casa. Ambas constituirían una pequeña aldea que se denominaba probablemente Els Pueys, aunque en algunos mapas aparece como los Pueos. 

Quede constancia en este modesto artículo de la existencia, en unos recónditos rincones de la comarca de la Ribagorza, de dos ermitas que son aún hoy casi completamente desconocidas para los aficionados y estudiosos del arte románico altoaragonés.

Carlos Bravo Suárez
Artículo publicado hoy en Diario del Alto Aragón.

Fotos: Ermita de Casihuertos -cuatro primeras fotos-, restos de la torre defensiva junto a la ermita de Casihuertos y ermita dels Pueys - cuatro fotos-, y restos de la torre de la casa fuerte situada junto a la ermita de San Martín.

TAMARITE Y MONZÓN EN UNOS TIEMPOS DIFÍCILES


Regreso al alba. José Antonio Adell. Editorial Pirineo. 2010. 230 páginas

Aunque José Antonio Adell es conocido sobre todo como autor, casi siempre junto a Celedonio García, de numerosas obras sobre leyendas y costumbres altoaragonesas, los dos últimos libros publicados por el escritor literano han sido sendas novelas históricas. En 2008 apareció El último templario de Aragón -reseñado en su momento en estas mismas páginas- y a finales del pasado año se editó Regreso al alba, su obra más reciente hasta la fecha.

Regreso al alba
es, como lo era El último templario de Aragón, una novela del género denominado histórico. Si el anterior relato se ambientaba en los primeros años del siglo XIV durante la conquista del castillo templario de Monzón por parte del ejército real, Regreso al alba se sitúa en la primera mitad del siglo XVII, un periodo histórico de enormes convulsiones y dificultades en todo el territorio aragonés y sobre todo en la zona más oriental de la provincia de Huesca.

El marco geográfico de la novela son sobre todo las poblaciones altoaragonesas de Tamarite y Monzón. Ambas ciudades y sus respectivas comarcas son perfectamente conocidas por el autor y por ello descritas en el libro con gran precisión y detalle. También esta vez es muy destacable la ambientación histórica de la novela, fruto sin duda de una rigurosa documentación sobre el periodo que abarca el relato.

Éste comienza con la expulsión de los moriscos del Reino de Aragón en 1610 y termina con el final de la Guerra de Secesión catalana en 1652. Entre tanto, ocurren sucesos históricamente documentados como la ejecución en la horca de siete mujeres acusadas de brujería en Tamarite en 1626 o el destierro de Monzón del dominico Juan Francisco Andrada. El aspecto histórico más destacable de la novela es sin embargo la Guerra de Secesión catalana, que provocó la intervención del ejército francés en apoyo del principado rebelde. Las tropas francesas llevaron a cabo numerosos desmanes en la zona oriental de nuestra provincia y llegaron a ocupar entre otras las poblaciones de Tamarite y Monzón. Por si no fuera suficiente cúmulo de males, durante este conflicto se declaró una devastadora epidemia de peste que provocó una enorme mortandad. Adell vierte también en el libro algunos de sus muchos conocimientos sobre las tradiciones de la zona e inserta con acierto en el relato la proclamación de un morisco como momentáneo alcalde de Monzón. Un hecho no probado históricamente pero con gran tradición legendaria en la villa montisonense.

En ese marco histórico se inscribe el intenso romance entre Isabel y Omar. Tal vez la trama narrativa esté algo por debajo de la ambientación histórica, pero sirve al autor para contar una historia de amores, penalidades y abnegaciones en un contexto de gran dramatismo y adversidad, donde, pese a todo, consiguen aflorar algunas de las mejores virtudes y cualidades del ser humano.

Carlos Bravo Suárez

sábado, 19 de febrero de 2011

RU

Ru. Kim Thúy. Alfaguara. 2010. 145 páginas.

Ru fue, sin duda, una de las grandes sorpresas literarias del pasado año. Se trata de la primera novela de Kim Thúy, una mujer vietnamita que, cuando tenía diez años, huyó con sus padres de su país formando parte de los llamados “boat people”, aquellos miles de personas que abandonaron Vietnam en pequeñas embarcaciones tras el triunfo de los comunistas del norte en 1975. Después de una temporada en un campo de refugiados de Malasia, Kim y su familia llegaron a Canadá, país en el que fueron acogidos y donde la ahora debutante escritora ha desempeñado diversos oficios y sigue residiendo en la actualidad. Escrita originalmente en francés -la autora vive en la ciudad quebequesa de Montreal-, Ru ganó el pasado año el prestigioso Premio Lire.

Ru es una palabra que existe tanto en la lengua francesa como en la vietnamita. En francés significa “arroyuelo” y, en sentido figurado, “flujo”; en vietnamita quiere decir “arrullar” y “canción de cuna”. Aunque todos esos significados tengan que ver con la novela, tal vez sea el de “flujo” el que se ajusta más a las características del relato. “Ru” refleja una corriente de pensamiento, un fluir de recuerdos cronológicamente en desorden, aunque a veces encadenados, que la autora del libro escribe en primera persona. Una serie de secuencias cortas, que a veces ni siquiera llenan una página, escritas con una elevada dosis de lirismo y delicadeza.

Tiene la novela por tanto mucho de autobiográfica. Kim Thúy evoca su infancia en Vietnam, cuando su familia disfrutaba de una privilegiada situación social y económica en Saigón, el posterior vuelco provocado por el triunfo comunista, las expropiaciones forzosas, los campos de reeducación para los vietnamitas del sur acusados de colaborar con los estadounidenses, la desesperada huida en barco por el golfo de Siam, el internamiento en los terribles y antihigiénicos campos de refugiados de Malasia, la llegada a Canadá y la buena acogida allí dispensada, la adaptación a un país y a una cultura totalmente diferentes, la persecución del sueño americano, la añoranza y el recuerdo evocador de las comidas, los olores o las vidas de los familiares del país de su infancia. En esos recuerdos juegan un papel preponderante las mujeres vietnamitas, cuyo callado esfuerzo resulta fundamental para sobrevivir a la desdichada situación en que durante tanto tiempo estuvo sumido el país.

Ru es una novela llena de poesía, donde a la presencia a veces abrumadora de la adversidad y la desgracia se oponen respuestas y emociones tan profundas y universales como el amor, la abnegación, la austeridad y la ternura.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 13 de febrero de 2011

LOS ARTÍCULOS FILOLÓGICOS DE JOAQUÍN COSTA



A finales del pasado año, y con motivo del centenario de la muerte de Joaquín Costa que celebramos en el presente, la editorial Aladrada publicó dos pequeños pero interesantes libros que contienen algunos escritos filológicos del gran polígrafo altoaragonés. Con el título genérico de Textos sobre las lenguas de Aragón, se han editado dos tomos titulados respectivamente Los dialectos de transición en general y los celtibérico-latinos en particular y Artículos y otros escritos. El lingüista Ramón Sistac escribe la introducción de la obra, cuya edición ha corrido a cargo de José Ignacio López Susín.

Desde el punto de vista filológico, el primer tomo es sin duda mucho más interesante que el segundo. Contiene una serie de artículos que Joaquín Costa publicó en los años 1878 y 1879 en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (BILE). Como es sabido, Costa estuvo muy estrechamente ligado a esta institución de ideas renovadoras y regeneracionistas que dirigía el malagueño Francisco Giner de los Ríos.

Los dialectos de transición en general y los celtibéricos-latinos en particular constituye un estudio filológico serio y riguroso, abordado con metodología y documentación, que demuestra una vez más el enorme bagaje cultural y la vasta erudición de nuestro ilustre paisano. Leídos algo más de ciento treinta años después de ser escritos, tal vez puedan apreciarse en ellos algunos errores de enfoque y diagnóstico, pero su autor no sólo incorpora muchas de las tendencias de la filología románica de la época sino que en algunos aspectos puede considerarse un pionero de los estudios lingüísticos, etnográficos y folklóricos que se impondrían en aquellos años y en los siguientes en casi toda Europa. Y en lo que se refiere a la descripción del estado y de las principales características del dialecto ribagorzano y de los demás dialectos de transición entre el aragonés y el catalán, las apreciaciones de Costa tienen un enorme valor y un considerable acierto.

El método de investigación utilizado va de la teoría a la práctica o, como en el gozne entre ambos pasos escribe el propio Costa, de la doctrina a los ejemplos prácticos y a los testimonios de observadores y eruditos. La teoría, que se argumenta con gráficas comparaciones con la física, la química, la geometría o la paleontología, defiende que existen lenguas mestizas o híbridas, que se forman por el encuentro de otras dos de las que sale una nueva e intermedia. Se analizan los diversos tipos de contacto y la génesis de los nuevos dialectos de transición. Costa define incluso, con gran modernidad, el término isoglosas: “las líneas que enlazan los diferentes lugares de la zona de transición donde se habla un mismo dialecto híbrido”.

Desde el punto de vista de la lengua aragonesa, y por lo bien que como ribagorzano el propio Costa conoce el tema, el apartado más interesante del estudio es el que lleva el largo título de Dialectos ribagorzanos y demás aragoneses-catalanes y catalanes-aragoneses; realización de la ley genética dialectal, zonas isoglosas exteriores; subzonas; cruzamientos de vocabulario y de la gramática; ejemplos; avances progresivos de esos dialectos; zonas isoglosas interiores, etc.. En este apartado, que Eloy Fernández Clemente incluyó íntegramente en sus Estudios sobre Costa publicados por la Universidad de Zaragoza en 1989, el llamado León de Graus hace una precisa descripción de la realidad lingüística de la zona más oriental del territorio aragonés en la que se producen los diversos dialectos de transición entre lo que él llama el castellano-aragonés y el catalán. Establece nada menos que quince zonas isoglosas para la provincia de Huesca, lo que da idea de la complejidad lingüística existente. Sitúa los puntos principales de esos pequeños territorios dialectales en Graus, Lascuarre, Torres del Obispo, Laspaúles, Benabarre, Tolva, Arén, Campo, Castejón, Bisaurri, Benasque, Camporrells, Tamarite, Zaidín y Fraga. Costa clasifica en varios puntos algunas características léxicas, fonéticas, morfológicas y sintácticas de estas formas dialectales híbridas que constituyen una magnifica descripción de la realidad lingüística de la zona más oriental de nuestra provincia.

Por su conocimiento directo de la misma, es de la comarca ribagorzana de la que Joaquín Costa aporta más datos y ejemplos en su extenso estudio lingüístico y filológico. Así estima que “es lógico y natural que en la zona isoglosa de Graus impere la lengua castellana antes que en la de Benabarre, y en ésta antes que en la de Tolva; pero dentro de la de Graus, ha de castellanizarse antes en esta villa, centro lingüístico de la zona y el más populoso y de más extensas relaciones mercantiles y literarias, que en Capella o en Perarrúa, y aquí antes que en Benavente, y en Benavente antes que en Bellestá”. También destaca cómo las gentes de Benabarre son en realidad trilingües, pues “hablan en catalán con los catalanes, en castellano-aragonés con los aragoneses o castellanos, y en su dialecto nativo cuando conversan entre sí”.

Nuestro gran polígrafo, que lo era porque escribía de los más diversos temas, termina su detallado estudio sobre los dialectos mestizos con un recorrido por otras zonas geográficas en las que se da, o se ha dado, un fenómeno que, según él, responde en todos los casos a unas leyes casi científicas que ha explicado con detalle en el apartado teórico inicial. Así alude a los dialectos castellano-valencianos, berzianos (del Bierzo y por tanto castellano-gallegos), asturiano-gallegos, español-araucano, hispano-quechua, euskaro-castellano, muzarábigos o mozárabes y aljamiados o mudéjares, dialectos diplomáticos hispano-latinos y algunos otros menos importantes. A posteriori, podemos comprobar el error de cálculo de Costa al considerar que el eusquera, al que él denomina euskaro, estaba irremisiblemente condenado a desaparecer a lo largo del siglo XX. El altoaragonés demuestra de nuevo su gran erudición en el extenso apartado que dedica a los dialectos hispano-latinos usados en los textos cancillerescos medievales.

El segundo tomo, Artículos y otros escritos, contiene una serie de textos de Joaquín Costa que tratan sobre todo aspectos del folklore tradicional. Costa recoge refranes, adivinanzas, tópicos, canciones y frases vinculadas principalmente a su comarca ribagorzana y a todo el Alto Aragón. Se incluye también una pastorada del pueblo de Capella, un texto del que hay una copia en la Biblioteca de París, pero del que el libro recoge una versión corregida que Costa envió al lingüista francés M. G. Hérelle, amigo y compatriota de Jean-Joseph Saroïhandy, pionero investigador de la lengua aragonesa cuya presencia en el Alto Aragón en los años finales del XIX y primeros del XX ha sido bien estudiada por el serrablés Óscar Latas. El prólogo de Costa al “Informe del señor Saroïhandy” se incluye también en el segundo de los libros editados por Aladrada.

Aunque los textos recogidos en los dos pequeños tomos que aquí se han comentado no figuren entre lo más importante de la extensa obra de Joaquín Costa, nos muestran su entrañable vinculación con la tierra que lo vio nacer y que, ahora hace exactamente cien años, también lo vio morir.

Carlos Bravo Suárez

Imágenes: Monumento a Joaquín Costa en Graus y portadas de los libros citados.
Artículo publicado en Diario del Alto Aragón

viernes, 11 de febrero de 2011

EL ARTE DE LO SENCILLO


Un padre de película. Antonio Skármeta. Planeta. 2010. 147 páginas.

El escritor chileno Antonio Skármeta (Antofagasta, 1940) logró hace unos años un gran éxito mundial con su novela El cartero de Pablo Neruda. Es, además, autor de otros magníficos libros que han obtenido importantes premios en diferentes lugares del mundo. Su última novela, Un padre de película, es un ejercicio de sencillez con gran fuerza literaria y poética, que se ajusta plenamente a la máxima graciana de “lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

La historia está contada en primera persona por Jacques, que ejerce como maestro en un pequeño pueblo llamado Contulmo, en el Chile más rural y atrasado. Jacques vive con su madre porque su padre, Pierre, se marchó supuestamente a París al no poder soportar por más tiempo la triste vida del pueblo. Los habitantes de Contulmo son en su mayoría de etnia mapuche y en el lugar hay una escuela, un molino harinero y poco más. A unas dos horas de tren se encuentra Angol, una población algo más grande que cuenta con cine y burdel.


Con unos pocos personajes, Skármeta crea una historia entrañable y conmovedora, verdaderamente hermosa y tierna. Que habla de amores perdidos y de amores que nacen, de parejas que tal vez se reencuentren, de viajes en un viejo tren en busca de
sexo y compañía, de prostitutas que hablan de geografía y adivinan capitales de países, de la urgencia adolescente por perder la virginidad, de cines con sesión “vermouth” que pasan películas como Río Bravo y Un viento salvaje, de discos de 45 r.p.m. con canciones de Lucho Gatica, Johnny Ray, Paul Anka o Elvis Presley, de permanentes apuros económicos, de amistades que se ayudan en la común carencia, de traducciones del francés de “versos de aldea y no catedrales de palabras” para un periódico comarcal, de la receta para hacer el pan de “baguette”, de alumnos que escriben “El cacareo del sol revienta los tímpanos del gallo”, del maestro que pone largos dictados para mantener a los alumnos en sus asientos.

Un relato contado como un susurro o una confesión, con un lenguaje de frases cortas, rápidos diálogos con las palabras justas, una brevedad exquisita, una ironía triste, una cadencia dulce y llena de ternura.


Un padre de película es una pequeña joya, una novelita deliciosa en la que el lector descubre múltiples sensaciones y disfruta plenamente del difícil arte de lo sencillo.

Carlos Bravo Suárez

viernes, 4 de febrero de 2011

LA SÉPTIMA OLA

Cada siete olas. Daniel Glattauer. Alfaguara. 2010. 272 páginas.

Hace unos meses escribí en esta misma sección, con el título de Amor virtual, una reseña de Contra el viento del norte, el libro del escritor austriaco Daniel Glattauer que supuso un verdadero fenómeno editorial en buena parte de los países europeos. Ya entonces se anunciaba la próxima aparición de una segunda parte la novela que se iba a titular Cada siete olas. A finales del pasado año, y en las vísperas navideñas, llegó esa esperada continuación que, si atendemos a su final, parece cerrar definitivamente el relato.

En Cada siete olas continúa el intercambio de mensajes enviados por ordenador entre Leo Leike y Emmi Rothner que llenaba las páginas de Contra el viento del norte. Seguimos por tanto dentro de un género de novela epistolar de nuevo cuño: una sucesión de correos electrónicos sin ningún tipo de narrador externo y con la única indicación del tiempo que transcurre entre un mensaje y el siguiente. También aquí, este cruce de e-mails entre ambos personajes es en ocasiones frenético y casi compulsivo, y adquiere el ritmo de un rápido diálogo que podría equivaler a una conversación telefónica. Otras veces, los correos contienen textos más largos en los que Leo y Emni reflexionan con más profundidad sobre su estado de ánimo o la situación que atraviesa la relación entre ambos.

Si en Contra el viento del norte asistíamos a la continua dilación del encuentro físico entre los personajes, éste se produce por fin y en varias ocasiones en Cada siete olas. Ambas son novelas que relatan con detalle una intensa relación amorosa, pero en la segunda ya no se trata de un amor exclusivamente virtual y vivido a distancia. El lector sabe del desarrollo y las consecuencias de estos encuentros presenciales por los correos que los personajes se cruzan inmediatamente después de sus citas.

Aunque suele decirse que nunca segundas partes fueron buenas, Contra el viento del norte es para mí algo mejor que el libro precedente. Hay una mayor presencia de los personajes externos que marcan las circunstancias personales de los protagonistas y condicionan su mutua relación: el marido y los hijos de éste en el caso de Emni y la novia bostoniana en el de Leo. Además, se refleja con mayor detalle el proceso de enamoramiento entre ambos, con sus altibajos, desánimos, celos y arrebatos pasionales. Incluso el ingenio, el sentido del humor y el lenguaje de la seducción se despliegan aquí si cabe con una mayor brillantez y acierto que en la novela anterior.

En algunas ocasiones, tras seis olas monótonas y rutinarias llega una séptima ola que se eleva sobre las anteriores y con su poderosa fuerza todo lo modifica y transforma. El lector comprobará los efectos que este oleaje produce en la pareja protagonista del libro.

Carlos Bravo Suárez