sábado, 28 de mayo de 2011

UNIVERSIDAD, HUMOR Y DESENGAÑO


Un momento de descanso. Antonio Orejudo. Tusquets Editores. 2011. 241 páginas.

Antonio Orejudo es de los pocos escritores españoles que destacan por el uso del humor como un ingrediente importante en sus novelas. Así ocurre en Un momento de descanso, libro recientemente editado con el que el autor madrileño se consagra como uno de los novelistas más interesantes de la narrativa española actual.

Un momento de descanso se inscribe dentro de las novelas llamadas de autoficción, en las que el propio autor se convierte en personaje importante del relato. En este caso puede hablarse incluso de una cierta parodia de este tipo de novelas que han proliferado recientemente en la narrativa española. Al final del libro, el mismísimo Orejudo, tras el discurso de un amigo que acaba de ser nombrado catedrático, se permite saludar a la princesa de Asturias que ha asistido a ese acto universitario.

Un momento de descanso puede considerarse también una novela de las que se ha dado en llamar de campus. Al contrario que en la literatura anglosajona, este tipo de relatos que tienen como protagonista la vida universitaria no son muy frecuentes en nuestro país. Orejudo critica con dureza la dictadura de lo políticamente correcto en la universidad estadounidense actual y muestra un panorama desolador de la universidad española donde, desde el franquismo hasta nuestros días, imperan por completo la mediocridad y los intereses espurios.

La novela está dividida en tres partes muy diferenciadas y algo inconexas entre sí. Cada una podría ser en cierto modo un relato independiente. En la primera, el protagonista es Arturo Cifuentes, un amigo del narrador con el que éste se reencuentra después de diecisiete años sin verse. Cifuentes, que ha trabajado como profesor de español en Estados Unidos, ha vuelto a España tras abandonar la Universidad de Missouri, donde una alumna negra le acusó falsamente de racismo para intentar así aprobar su asignatura. En algún momento del relato se dice que, además del poder negro ya en cierto declive, los lobbies feminista y homosexual gozan de un enorme poder en una sociedad que padece una dictadura de lo políticamente correcto, de la cual algunos se aprovechan en beneficio propio.

En la segunda parte, delirante y disparatada por momentos, Orejudo nos cuenta que se hizo escritor a consecuencia de unos experimentos médicos a los que se sometió como conejillo de indias para conseguir dinero. Vista la experiencia del autor, tal vez la palabra realidad debería escribirse siempre en cursiva, pues, al menos en su caso, resulta complicado diferenciarla de la ficción. La tercera parte del libro se adentra en algunas cuestiones referidas a la universidad española de los últimos tiempos, con Cifuentes de nuevo como protagonista.

Detrás del humor, la hilaridad o el disparate subyacen el desengaño y la decepción, en una novela que resulta a la vez tan divertida como desencantada.

Carlos Bravo Suárez

miércoles, 25 de mayo de 2011

CONOCIENDO AL ENEMIGO

El caso Kurílov. Irène Némirovsky. Salamanadra. 2010. 155 páginas.

Irène Némirovsky (Kiev, 1903 –Auschwitz, 1942) fue una escritora que, siendo casi una niña, huyó de Rusia tras la revolución bolchevique y se estableció con su familia en París, donde posteriormente desarrolló en lengua francesa una brillante carrera literaria. Por su condición de judía, durante la Segunda Guerra Mundial, fue deportada por los nazis al campo de concentración de Auschwitz donde murió asesinada junto a su marido. En una maleta, sus hijas hallaron el manuscrito de Suite Francesa, una novela inacabada sobre la ocupación de Francia por el ejército alemán. Su publicación en 2004 fue un verdadero acontecimiento literario que hizo que el conjunto de su obra fuera reeditada, en primer lugar en Francia y después en toda Europa. En España, diversas editoriales han ido publicando sus libros en los últimos años. Salamandra editó en 2010 El caso Kurílov, una novela que había permanecido inédita hasta la fecha y que está ambientada en la Rusia de los zares, en los años anteriores a la revolución soviética.

Excepto el capítulo inicial, El caso Kurílov está contada en primera persona por León M., un militante comunista, ahora enfermo y próximo a la muerte, al que el partido encargó en 1903 el asesinato de Kurílov, uno de los ministros más impopulares del gobierno del zar Nicolás II. León M., que fue educado desde niño en los más estrictos principios comunistas, tiene una fe ciega en el partido al que entrega sus creencias y su vida de la manera más acrítica y fanática. Para cumplir la misión que sus superiores le han encargado, se infiltra en los círculos del ministro, de quien acaba siendo médico y persona de confianza. Esto le permite conocer de cerca a su enemigo y darse cuenta de que no es un monstruo como él creía, sino una persona con sus miserias y sus grandezas, sus defectos y sus virtudes, como cualquier otro ser humano.

La novela tiene una gran profundidad psicológica, sobre todo en el retrato íntimo del personaje Kurílov, un hombre esclavo del poder y de las intrigas y camarillas de la corte zarista. De fondo se dibuja una sociedad enfrentada y tremendamente dividida, con dos fanatismos opuestos y en cierto modo simétricos: el de los defensores del caduco régimen del zar y el de los revolucionarios adoctrinados en el dogma y en la consecución de sus objetivos a cualquier precio. Tremendo resulta el personaje de la revolucionaria Fanny, una mujer impregnada de odio y fanatismo, que deshumaniza al adversario para poder eliminarlo físicamente sin ningún remordimiento.

Justamente lo que vive el narrador de la novela es un progresivo, aunque al final inacabado, proceso de humanización que afecta tanto a su propio interior como a la percepción del individuo al que le han encargado asesinar.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 15 de mayo de 2011

UNA RUTA ROMÁNICA POR EL VALLE DE BARDAJÍ


El PR-HU50 es un sendero ribagorzano que une las localidades de Campo y San Martín de Veri en dirección noreste, entre el macizo del Turbón y las sierras de Cervín y Baziero. Con una longitud de algo más de veinte kilómetros, el itinerario lleva primero desde Campo al pequeño núcleo de Belveder, atraviesa después varias localidades del valle de Bardají, asciende hasta el refugio de la Margalida y el puerto de la Muria y desciende finalmente hasta San Martín de Veri, donde conecta con el GR-15 que llega desde el oeste procedente de Gabás y se dirige por el este hacia Abella, Espés Bajo y Bonansa.

De este bonito recorrido, que se puede hacer andando en alrededor de siete horas, quiero referirme aquí al tramo que va desde Biescas de Bardají hasta Esterún, pasando por las localidades de Aguascaldas y Llert. Estas cuatro poblaciones, junto a la aldea de Santa Maura (Santa Muera en el habla de la zona), constituyen el municipio denominado Valle de Bardají. Sus cuatro iglesias parroquiales se inscriben, en mayor o menor medida, dentro del estilo románico. A estas iglesias y a algunas características del sendero que las comunica voy a dedicar las siguientes líneas.

Empezamos nuestro recorrido en Biescas de Bardají, una pequeña población situada a unos cuatro kilómetros de Campo. La iglesia parroquial de San Saturnino se encuentra a las afueras del pueblo, en su lado oeste, muy cerca de la casa Nadal. Restaurada hace unos años, tiene como rasgo más destacado su ábside con arquillos ciegos y lesenas, perteneciente a un románico lombardo de tipo popular. En la fachada meridional se abre la actual puerta de entrada, que parece más moderna. También orientada al sur se levanta una espadaña de doble ojo, uno de los cuales conserva su campana. A la nave rectangular, cuya bóveda es de piedra tosca o toba, se le añadieron con posterioridad dos capillas laterales asimétricas. El interior del templo luce espléndido con la piedra desnuda y alberga una bonita pila bautismal de las denominadas gallonadas por la forma externa de su decoración.

A unos doscientos metros de la iglesia y de la citada casa Nadal, se encuentra el caserío principal de Biescas. En lo más alto destaca la casa Tozalet y un poco más al norte se halla la casa Botiguero. El PR-HU50 procedente de Campo pasa junto a la casa Cosculluela, en la que se abre un largo pasadizo abovedado, y continúa hacia el este en dirección a Aguascaldas.

El camino entre Biescas y Aguascaldas es una insulsa pista de poco más de dos kilómetros que se recorren andando en apenas media hora. A mitad del recorrido veremos a nuestra izquierda la pequeña ermita de San José. De escaso interés arquitectónico, es una construcción popular que parece haber sido arreglada recientemente.

La pequeña población de Aguascaldas tiene en su parte alta una plaza abierta con el remozado edificio de la antigua escuela convertida hoy en ayuntamiento. Desde allí parte un camino que en apenas un cuarto de hora nos lleva a la fuente pública del lugar. Si seguimos el PR-HU50, bajamos por una calle hasta la iglesia parroquial. Se trata de un templo de origen románico muy modificado y desprovisto de su ábside semicircular. La puerta de entrada se orienta al sur y lleva fecha de 1712. Destaca la alta torre de tres cuerpos que se levanta casi en el centro de la construcción.

Fuera de nuestro camino, en un cerro divisable desde el pueblo y algo alejado de éste en dirección al sur, se encuentran los restos de la ermita de San Saturnino, a veces denominada de San Salvador. Conserva en pie, tal vez no por mucho tiempo, su ábside de arcos ciegos y lesenas, en la tradición del románico lombardo que acabamos de ver en su homónima y mucho más afortunada iglesia de Biescas.

Volviendo a nuestro PR-HU50, el recorrido entre Aguascaldas y Llert está bastante descuidado en algunos tramos, sobre todo a la salida del primero en dirección al barranco homónimo que se atraviesa sin dificultad. Tras cruzarlo, salimos a una pista que deja a su izquierda y a escasos metros lo que queda de la ermita de San Jorge. De ella fueron despojadas las dovelas de su puerta y las losas de la cubierta, quedando hoy como única techumbre las piedras toscas que conforman su bóveda. En su interior permanece como recuerdo una vieja máquina segadora.

Siguiendo con atención las marcas blanquigualdas, bajaremos hasta la carretera que lleva a Llert. La abandonaremos poco después para tomar un sendero que enseguida gana altura por su izquierda. En pocos minutos pasaremos frente a las famosas fuentes de Llert o de San Pedro, que quedan en la otra orilla del barranco de las Ziallas. Junto a estas fuentes, cuyas apreciadas aguas bajan desde lo alto del Turbón, realizaban antiguamente sus conzellos los habitantes de la Val de Bardaxí.

Siempre atentos a las marcas, y tras cruzar varias veces el barranco de las Ziallas por donde transita el sendero, éste nos lleva hasta la localidad de Llert, a la que ascendemos por un camino algo borrado pero sin pérdida posible. Entre Aguascaldas y Llert habremos invertido aproximadamente una hora de camino.

Entraremos en Llert por una plazuela donde se hallan las casas Arnal -con un bonito escudo-, Chuanalins, Marcantoni y Gabás. Por la derecha ascenderemos hasta la magnífica iglesia parroquial del lugar. De estilo románico y recientemente restaurada, es de planta rectangular con ábside semicircular y dos naves laterales. Sorprende mucho su interior, que alberga, además de un cuadro sobre el bautismo de Cristo y una pila bautismal gallonada, un magnífico coro de madera labrada. En dos piedras de su pared septentrional hay algunas inscripciones de difícil interpretación. Aquí se guardó también durante años una talla en madera de San Adrián, fechada en el siglo XIV, que procedía de la ermita homónima también románica situada cerca de la cima del Turbón, de la que sólo quedan algunos restos de sus cimientos. La talla fue trasladada hace un tiempo para mayor seguridad al museo diocesano de Barbastro. De la iglesia de Llert destaca también su elevada torre de tres cuerpos. Añadida en el siglo XVI, proporciona a la población una bonita silueta que contemplaremos desde el sendero que nos lleva a Esterún.

Para tomar este camino, saldremos de Llert en dirección al norte y poco antes de llegar a la casa Plana, giraremos a nuestra derecha. Siguiendo las marcas, en aproximadamente media hora llegaremos a Esterún. Es esta una pequeña localidad de tres casas. Sólo una de ellas -casa Pedro- se encuentra habitada por el único vecino que resiste en el lugar. Las otras dos -casa Chuansala y casa Mariñosa- están abandonadas y en ruinas. Aún se mantiene en pie la iglesia parroquial de la aldea, también románica aunque con algunos añadidos posteriores. Tiene dos capillas laterales y los restos de un pequeño coro de madera ya prácticamente caído. La puerta de acceso está orientada al sur y en su lado de poniente, frente al ábside semicircular aún bien conservado, se levanta una espadaña de doble ojo.

Desde Esterún, un bello camino entre el bosque nos llevaría en una hora al pequeño refugio de la Margalida, desde donde se puede abordar la ascensión al Turbón o continuar el PR-HU50 hasta San Marín de Veri. En este artículo he querido centrarme, sin embargo, en la parte de este itinerario que permite recorrer una poco conocida ruta románica del pequeño municipio ribagorzano de Valle de Bardají.

Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón)

Imágenes: Iglesia de Biescas de Bardají -una foto del exterior y otra del interior-, Aguascaldas -dos fotos del exterior-, Llert -dos fotos del exterior y dos del interior-, Esterún - dos fotos del exterior, una de la puerta y una del interior-, tres fotos de la ermita de San Saturnino de Aguascaldas y restos de la ermita de San Adrián.







sábado, 14 de mayo de 2011

DENUNCIAR ANTES DE MORIR

Un lugar en el que yo nunca estuve. Paul Mushin. R.U. Editors. 2010. 302 páginas.

Lo primero que llama la atención de esta novela es su peculiar edición. En su portada sólo aparece la fotografía de un viejo pasaporte argentino, cuyo color azul marino destaca sobre un fondo en azul cielo. Únicamente en su lomo puede leerse el título del libro y el nombre de su autor. Paul Mushin es en realidad un pseudónimo de Ignasi Riera Julià y Un lugar en el que yo nunca estuve su primera novela publicada.

Ignasi Riera Julià, hijo de catalanes, nació en Buenos Aires en 1950. Se licenció en Biología en la Universidad de Barcelona y trabajó trece años como inspector de pesca en África, primero en Namibia y después en las islas Seychelles. Fue asesor de la Unión Europea en los campos de refugiados de Ruanda y Burundi y trabajó posteriormente en Uruguay y Argentina. Hoy vive entre Montevideo y Barcelona.

Presentada en la librería Negra y Criminal del barrio de la Barceloneta, Un lugar en el que yo nunca estuve es a la vez, como ocurre con frecuencia en el género policiaco, una novela negra y una novela de denuncia. Su protagonista es Juan Nasebur, alter ego del autor en muchos aspectos aunque es obvio que no en todos. Un hombre que, aquejado de una enfermedad en fase terminal, afronta con toda la entereza posible el último tramo de su vida. Juan, que se autodenomina Pedro ante la policía, ha trabajado como inspector de pesca en el puerto franco de Monroe Harbour, un nombre ficticio en una novela que evita los nombres geográficos reales. Allí conoció toda la corrupción que rodea al mundo de la pesca de altura a escala internacional. Cuando su sucesora en el cargo muere en extrañas circunstancias, Juan sabe que ha sido asesinada. Urde entonces una sangrienta venganza y busca la manera de denunciar a las compañías y administraciones que permiten ilegalidades de las que se aprovechan algunos de sus miembros. Dos honrados y peculiares policías, el inspector Fernández y su ayudante apodado el Muerto, se hacen cargo de la investigación. Sus diálogos introducen algunas notas de humor y distensión en un relato de tono general serio y dramático.

La narración alterna el uso de la primera y la tercera personas, y sirve al protagonista como desahogo antes de morir, para ajustar cuentas con su presente y su pasado. Principalmente, para sacar a la luz una corrupción que va desde el conocido uso por los barcos de banderas de países sin tradición pesquera y a veces incluso sin mar, hasta la captura ilegal de pequeños ejemplares de merluza negra, muy cotizados entre la alta sociedad. Se nota que el autor conoce de primera mano y por propia experiencia aquello sobre lo que escribe.

El libro supone a la postre una denuncia de la hipocresía occidental que cierra los ojos o mira hacia otro lado ante un problema que todos conocen pero nadie se atreve a resolver. Un aspecto más de la corrupción global que parece manejar los hilos del planeta y cuyo objetivo primordial es el beneficio económico a cualquier precio.

Carlos Bravo Suárez

viernes, 6 de mayo de 2011

DESGRACIA, AZAR Y CULPA

Némesis. Philip Roth. Mondadori. 2011. 208 páginas.

En los últimos tiempos, el veterano escritor estadounidense Philip Roth, ya próximo a los ochenta años, atraviesa una etapa de intensa creación literaria que le lleva a publicar prácticamente un libro cada año. Tras Indignación y La humillación, ambas reseñadas en estas páginas, acaba de editarse en España su última novela titulada Némesis que, manteniendo algunos puntos en común con las dos anteriores, las supera, a mi entender, en interés, profundidad y perfección literaria.

Némesis vuelve a situarse en la ciudad de Newark, en New Jersey, en una comunidad judía cuya base son los principios familiares y religiosos más conservadores. La novela transcurre en el verano de 1944, cuando muchos jóvenes estadounidenses estaban combatiendo y muriendo en Europa y en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Para aumentar las desgracias, en aquellos días de sofocantes calores, se produce en Newark una epidemia de poliomielitis que se ceba principalmente con los niños y los más jóvenes.

El protagonista de la novela es el joven Bucky Cantor, sensato y responsable monitor de las actividades al aire libre de los alumnos de una escuela judía. Tanto los padres como los niños adoran al joven, que se ha prometido con la hija de un prestigioso médico de la ciudad. Bucky es muy exigente consigo mismo y vive como una enorme frustración que sus problemas con la vista le hayan impedido participar en la guerra como están haciendo casi todos sus amigos. Las muertes producidas por la polio y por el lejano conflicto bélico tendrán como consecuencia que sus principios religiosos y su creencia en Dios acaben desmoronándose. La búsqueda de una explicación a tanta desgracia y la no aceptación de ésta como contingencia o azar harán que la tragedia vivida acabe convirtiéndose en su interior en un desasosegante y angustioso sentimiento de culpa.

La novela, como las anteriores del autor, está dividida en tres partes, siguiendo de nuevo el esquema clásico de la tragedia griega, cuyo espíritu flota sobre el libro ya desde su título. El narrador externo, que no se descubre hasta muy avanzada la novela y no se conoce del todo hasta casi su final, contribuye a aumentar el aspecto trágico del relato. Roth utiliza un lenguaje descriptivo, con una objetividad casi periodística, pero, a lo largo del texto, introduce reflexiones profundas sobre el caprichoso azar que rige los destinos del ser humano y sobre la angustia y la culpa con que deben cargar quienes se hacen preguntas que no tienen respuesta. La novela plantea, a través de una historia muy bien contada, numerosas y perturbadoras cuestiones sobre las incomprensibles y arbitrarias fuerzas que reparten a discreción y de manera inexplicablemente injusta las desgracias que padecemos los humanos.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 1 de mayo de 2011

UNA EXCURSIÓN POR EL BIELLO SOBRARBE

Hace unas fechas, con el Centro Excursionista de la Ribagorza, primero en pequeño grupo explorando el terreno y luego en una salida oficial del club, realicé una bonita excursión por tierras de la comarca del Sobrarbe que voy a explicar brevemente en el espacio de este artículo. La caminata, de algo más de cinco horas de duración, transcurrió por varios pueblos y algunos hermosos parajes del Viejo y Bajo Sobrarbe. Viejo o biello, por su rico pasado histórico; bajo, por su situación geográfica al sur de la comarca sobrarbense.

El itinerario comienza en Santa María de la Nuez, pequeña población perteneciente al municipio de Bárcabo y situada en la entrada nororiental del Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara. Lo más interesante de la localidad es el santuario del que toma su nombre. Santa María de la Nuez, Santa María de Dulcis en Buera y Nuestra Señora del Pueyo junto a Barbastro constituyen los tres principales santuarios marianos del valle del río Vero.

El santuario de Santa María de la Nuez es un edificio de dos plantas construido en el siglo XVI y remodelado en las dos centurias siguientes. Distribuye sus diversas dependencias a partir de un patio central descubierto con escalera al fondo. En el lado oriental se encuentra la iglesia, encalada y con cromáticas pinturas en su cabecera. Además de cuadra, bodega y cementerio, el resto del edificio alberga diversas dependencias denominadas casales, utilizados por los diferentes pueblos que acudían a la importante romería que se celebrada en mayo. Según la tradición, una imagen de la Virgen fue escondida en época musulmana en el hueco del tronco de un nogal. Cuando tiempo después el árbol fue talado, apareció esa misma imagen con la Virgen aguantando en su mano una ramita de nogal de la que colgaba una nuez.

Para iniciar nuestra caminata, buscamos la tablilla del PR-HU58 que nos indica que desde aquí hasta Almazorre, el siguiente pueblo de nuestra ruta, tardaremos una hora y cuarenta y cinco minutos. Atravesamos el escaso caserío de Santa María con varias casas blasonadas y, siempre en dirección al este y con magníficas vistas del Pirineo, nos adentramos progresivamente en un bonito bosque de carrascas, algunos enebros y abundantes bojes. Relacionada con este arbusto, floreció en el siglo XIX en Santa María de la Nuez una pequeña industria que tuvo vigencia hasta la pasada Guerra Civil. Los redondeados nudos de las raíces del boj eran convertidos en pequeñas bolas y exportados a Francia donde se utilizaban para un juego de petanca. Por este motivo, esta zona del alto Vero fue denominada Tierra Bucho.

Al cabo de poco más de una hora, y siguiendo siempre las tablillas que indican Almazorre, llegaremos al cauce del río Vero, en cuya orilla derecha se alzan unas paredes bastante agrestes. Atravesaremos de un salto el escaso caudal del río y ascenderemos hacia Almazorre por una corta subida que en pocos minutos nos dejará en el pueblo. Poco antes de llegar a él, veremos indicado el camino que lleva al dolmen conocido como “la caseta de las balanzas”, así llamado porque la losa superior mantenía sobre las laterales un equilibrio bastante precario. Almazorre es una bonita localidad cuyo bien arreglado caserío se distribuye en dos barrios, el alto y el bajo. Nuestro camino nos ha dejado en lo más alto del pueblo, junto a la restaurada iglesia románica de San Esteban. Es una construcción de los siglos XII o XIII con algunos añadidos posteriores como la torre campanario. Su interior alberga fragmentos de pinturas románicas en el ábside y en el arco preabsidal. En el centro del ábside puede distinguirse buena parte del Pantocrátor y, en un lateral, un fragmento de la figura de un guerrero a caballo. A pocos metros de la iglesia se conserva un esconjuradero, usado antiguamente para bendecir los campos y tratar de alejar las tormentas.

Descendemos al barrio bajo de Almazorre donde se encuentra la pequeña iglesia de la Esperanza y, enseguida, tomamos el sendero señalizado que en un cuarto de hora nos lleva al tejar y al molino de la localidad. Ambas construcciones han sido recientemente restauradas y se encuentran a orillas del río Vero. El edificio más grande alberga en realidad dos molinos en dos dependencias independientes, cada una con su propia puerta de acceso. En el lado más próximo al río se encuentra el molino harinero que funcionaba con la fuerza hidráulica del agua del río. El molino de aceite, que conserva una magnífica prensa y funcionaba con tracción animal, ocupa la otra mitad del edificio. En los dinteles de ambas puertas aparece la fecha de 1846. Merece la pena conseguir en el pueblo la llave de este magnífico molino doble perfectamente conservado.

Para dirigirnos a Hospitaled, podemos tomar una pista de tierra que conecta con el PR HU-54 que desciende desde Almazorre. El camino nos lleva hasta una explotación ganadera donde debemos tomar el camino de la derecha. En poco tiempo salimos a la carretera que enseguida nos deja en Hospitaled. Se trata de una población muy pequeña que al parecer surgió como hostal o posada en la ruta del ganado que unía el somontano y la montaña. La iglesia, del siglo XVI y de poco interés, queda un algo alejada del escaso caserío. Al entrar en el pueblo, junto a una cruz de término, veremos el indicador de PR-HU55 que nos dirige hacia el castillo de Esplubiello.

Los restos del castillo de Esplubiello quedan a la derecha de nuestro camino. Para visitarlos hay que salirse de él y adentrarse en unos campos de labor. De la antigua fortaleza medieval, muy mimetizada hoy con el terreno, quedan los restos de dos torres circulares y una cuadrangular que sería la del homenaje. A la derecha del castillo se hallan las ruinas de una antigua ermita probablemente tardorrománica. Tiene una gran puerta adovelada de arco de medio punto en su fachada meridional. En el interior, totalmente invadido por la vegetación, se conservan dos grandes arcos apuntados. Muy cerca de la ermita hay unas rocas con algunas pequeñas cuevas. Al parecer, hubo aquí un poblado troglodita con viviendas excavadas en la roca, tal vez ibérico o quizás de época musulmana. En el periodo medieval encontramos documentado el lugar de Espluguiello o Esplubiello, que habría desaparecido alrededor del siglo XV. En documentos antiguos se denomina al actual pueblo de Hospitaled como Spitaled de Spluguiello. Los topónimos Espluguiello y Esplubiello están relacionados con el término latino “spelunca”, que significa cueva y de donde derivan los numerosos Espluga y Esplugas de nuestra geografía.

Retornando a la pista de tierra que hemos abandonada para ver el interesante y algo enigmático lugar de Esplubiello o Espluguiello, llegaremos en menos de una hora a la localidad de Olsón. Dejando a nuestra izquierda la solitaria casa Pena, ascenderemos a lo más alto del pueblo donde se levanta la magnífica iglesia de Santa Eulalia, conocida por sus grandes dimensiones como la catedral del Sobrarbe. Construida en el siglo XVI por el arquitecto Joan Tellet, destaca en ella sobre todo un bello y bien labrado pórtico-retablo de estilo renacentista. El interior del templo es elegante y sobrio. Si subimos a lo alto de la torre, hasta donde se accede por una estrecha escalera de caracol, divisaremos una extraordinaria panorámica. Magnífica es también la que podemos contemplar desde detrás de la iglesia, en lo alto del cerro donde quedan algunos restos del antiguo castillo medieval y de su iglesia castrense, y en cuyo extremo septentrional hay un espléndido mirador con un panel informativo que permite identificar numerosos puntos del Pìrineo y de la geografía más próxima.

Olsón y su magnífica iglesia parroquial constituyen un broche de oro para nuestra caminata por estas hermosas tierras del Biello Sobrarbe.

Carlos Bravo Suárez.

(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón)

FOTOS: Santa María de la Nuez (Santuario: exterior e iglesia), Almazorre (Iglesia de San Esteban, pinturas del interior, esconjuradero, iglesia de la Esperanza, molino y tejar -tres fotos), Esplubiello (cuevas, ermita y restos del castillo) y Olsón (casa Pena e iglesia de Santa Eulalia -exterior e interior)