miércoles, 29 de agosto de 2012

LAS DOS ESTANCIAS DE BALTASAR GRACIÁN EN GRAUS



             
Hace ahora diez años comencé mis colaboraciones en este tradicional Llibré de Fiestas con un artículo titulado “Gracián y Graus”. Escrito con motivo del cuarto centenario del nacimiento del gran escritor aragonés Baltasar Gracián (Belmonte de Calatayud, 1601 – Tarazona, 1658), en aquel ya lejano texto expuse lo que por esas fechas conocía de la relación del gran sabio jesuita con nuestra villa. En la década transcurrida desde entonces, he seguido estudiando esta vinculación añadiendo nuevas informaciones a las ya aportadas en aquel momento. Repetiré por tanto en las líneas siguientes algunos datos ya escritos en el año 2002 e incorporaré otros nuevos extraídos de algunas fuentes que no pude consultar en las investigaciones de aquel tiempo. Creo, aunque puedo estar equivocado, que a día de hoy esto es de manera resumida prácticamente todo lo que podemos saber de la presencia física de Baltasar Gracián en nuestra localidad.

Está suficientemente documentado que Baltasar Gracián estuvo cumpliendo castigo en Graus a principios del año 1658. Tras publicar en agosto del año anterior la tercera parte de “El Criticón”, con el seudónimo de Lorenzo Gracián y de nuevo sin pasar la censura previa de la Compañía, el escritor fue desposeído de su cátedra de Escritura en Zaragoza, reprendido públicamente por sus superiores y trasladado, con castigo a pan y agua, al entonces frío e incómodo colegio jesuita de nuestra villa. En su duro destierro, con la exigencia estricta de que se le impidiera escribir, se ordenó incluso revisar sus manos por si hubiera en ellas manchas de tinta que delataran desobediencia. Fue el padre Jacinto Piquer, provincial de la Compañía de Jesús en Aragón, quien propuso este severo castigo. En una carta fechada en Roma el 16 de marzo de 1658, el padre Goswin Nickel, entonces general de la Compañía de Jesús, contesta al citado padre Piquer dando por adecuada la sanción y añadiendo a ella aún mayores muestras de severidad.

 “Harto manifiestos son los indicios que hay para creer que el autor de aquellos libros 1ª, 2ª y 3ª parte de ‘El Criticón’ es el padre Baltasar Gracián y V. R. (Vuestra Reverencia) hizo lo que debía dándole reprensión pública, y un ayuno a pan y agua y privándole de la cátedra de Escritura y ordenándole que saliese de Zaragoza y fuese a Graus. Si él tiene juicio y temor de Dios, no ha menester otro freno para no escribir ni sacar a la luz semejantes libros que el que ha puesto V. R. de precepto y censura. Pero como se sabe que no ha guardado el que se le puso cuando sacó dicha Segunda Parte, conviene celar sobre él, mirarle a las manos, visitarle de cuando en cuando su aposento y papeles y no permitirle cosa cerrada en él, y si acaso se le hallase algún papel o escritura contra la Compañía o contra su gobierno, compuesta por dicho Padre Gracián, Vuestra Paternidad le encierre y téngale encerrado hasta que esté muy reconocido y reducido, y no se le permita mientras estuviere incluso tener papel, pluma ni tinta; pero antes de llegar a esto, asegúrese bien V. R. que sea cierta la falta que he dicho, por la cual se le ha de dar este castigo. Para proceder con mayor acierto será muy conveniente que cuando haya tiempo, oiga V.R. el sentir de sus consultores, y después nos vaya avisando de lo que ha sucedido y de lo que ha obrado. El valernos del medio de la inclusión, ya que otros no han sido de provecho, es medio necesario y justa defensa de la Compañía, a la cual estamos obligados en conciencia los Superiores de ella…”

Esta carta está recogida por Adolphe Coster en su libro “Baltasar Gracián”, traducido del francés por Ricardo del Arco y editado por la Institución Fernando el Católico en 1947. En un apéndice del mismo se publican algunos extractos de la correspondencia que entre 1651 y 1660 mantuvieron los generales de los jesuitas con los provinciales de Aragón.

Se deduce de esta misiva que el castigo impuesto a Gracián no es tanto por el contenido de “El Criticón” como por ser el belmontino reincidente en la desobediencia a las obligaciones que exigía la orden. En una época en que la Compañía extrema la censura y pretende restablecer la más estricta disciplina ante el avance del jansenismo, Gracián es juzgado como un rebelde que se salta las normas y los procedimientos reglamentarios.

Sobre esta reiterada falta de obediencia de Gracián en la publicación de sus libros, el padre Miquel Batllori, estudioso del escritor aragonés y jesuita como él, cree que pudo deberse a dos motivos distintos. Por un lado, a lo difícil que resultaba conseguir licencia para imprimir libros debido a la lentitud de la correspondencia entre Roma y las ciudades españolas. Por otro, a la desconfianza de Gracián en la capacidad de algunos censores para entender la materia tratada en sus obras. Probablemente pesara más la segunda cuestión que la primera, pero en cualquier caso resulta algo extraño, y parece incluso un desafío, que tras las amonestaciones recibidas anteriormente el escritor se atreviera a publicar la tercera parte de “El Criticón” recurriendo de nuevo al pseudónimo de Lorenzo Gracián con el que ya no podía engañar a nadie.

Como consecuencia de su estado de depresión y abatimiento, Gracián  pidió incluso a sus superiores el permiso para abandonar la Compañía y solicitar su ingreso en otra orden religiosa. Así se deduce de otra carta del general Níckel al provincial de Aragón, fechada el 10 de junio de 1658, cuando Gracián ya no estaba en Graus, aunque la petición a la que se alude habría sido formulada desde su reclusión en la villa o inmediatamente después de que acabara su destierro en ella.

“El P. Baltasar Gracián ha sentido mucho la penitencia que se le ha dado, y me pide licencia para pasarse a otra Religión de los monacales o mendicantes; no le respondo a lo del tránsito, pero le digo cuán merecidas tenía las penitencias que se le han impuesto por haber impreso sin licencia aquellos libros y por haber faltado al precepto de santa obediencia que se le había puesto. Y porque él refiere lo que ha trabajado en la Compañía y las misiones que ha hecho, también se lo agradezco, y después añado lo que he dicho. V. R. nos avise del estado y disposición de este sujeto y si ha habido alguna novedad…”

El padre Batllori cree que esta solicitud de cambio de orden religiosa, al parecer a los franciscanos, es una respuesta extrema y pasajera de Gracián, a quien la severidad de la condena que se le había impuesto habría herido profundamente en su amor propio. Finalmente, al escritor belmontino le fue levantado su castigo y a mediados de abril de ese mismo año fue trasladado al colegio jesuita de Tarazona. Su nombre aparece en un memorial escrito con motivo de la visita que en esas fechas realizó el padre Piquer a la ciudad turiasonense. Su destierro en Graus habría durado por tanto aproximadamente tres meses, desde mediados de enero hasta mediados de abril de 1658.

Gracián recuperó en parte la confianza de sus superiores y se le otorgó, entre otros, el cargo de Prefecto de Espíritu del colegio de Tarazona, aunque es posible que el severo castigo de Graus hiciera mella en su salud y dejara graves secuelas en la misma. Así lo cree Coster, quien escribe que el destino de Tarazona era de los peor considerados dentro de la provincia jesuita aragonesa, por lo que la rehabilitación de Gracián tal vez no fuera del todo completa. Los biógrafos posteriores creen en general que sí lo fue, en cierta medida por la intervención a su favor del anciano y prestigioso padre Franco, si bien su destierro habría contribuido a debilitar su ya precaria salud de una manera irreversible. Sea como fuere, Baltasar Gracián murió en el colegio jesuita de Tarazona el día 6 de diciembre de ese mismo año de 1658.

Además de esta estancia en Graus en los tres primeros meses del último año de su vida, parece más que probable que Gracián ya hubiera estado en nuestra villa seis años antes en unas circunstancias bien distintas.

Adolphe Coster, en su libro antes citado, sitúa a Gracián en Graus en el año 1652. Menciona una carta a Lastanosa, fechada en la población ribagorzana el 23 de noviembre de ese mismo año, en la que Gracián informaba al mecenas oscense sobre la epidemia de peste que en ese momento asolaba Graus y su comarca. Miguel Batllori y Ceferino Peralta, en su libro conjunto, y Emilio Correa Calderón y Conrado Guardiola, en sus respectivas biografías de Gracián, siguen al estudioso francés y señalan que el escritor jesuita se encontraba en Graus a finales de 1652. Según Coster, que lo aventura como hipótesis, Gracián habría sido enviado a la población ribagorzana por su amigo Esteban de Esmir, grausino de nacimiento y entonces obispo de Huesca y destacado protector de los jesuitas.

Esmir, consciente de las necesidades educativas de Graus y su comarca, había donado los terrenos necesarios para construir un colegio jesuita en su villa natal y había financiado los gastos de las obras, dotando al colegio con veinte mil ducados y destinando otros mil para cada año de su construcción. El obispo habría expresado su deseo de que fueran enviados al nuevo colegio algunos padres jesuitas elegidos por él mismo. Coster cree que entre ellos estaba Gracián. Tal vez con el encargo de poner en marcha el nuevo colegio, pero también con la intención de alejarlo de los problemas que ya tenía con sus superiores por la reiterada publicación de sus libros sin licencia y por algunas denuncias presentadas contra él por sus muchos enemigos en la Compañía. En todo caso, esta estancia en Graus no sería demasiado larga porque al año siguiente ya encontramos al escritor en Zaragoza. Hay que decir aquí que Esteban de Esmir, cuyos restos reposan en la basílica de la Virgen de la Peña, murió dos años más tarde, en 1654, y ya no pudo ayudar a su amigo Gracián cuando este fue desterrado a Graus a principios de 1658.

 Sobre la construcción del nuevo colegio de Graus, el más septentrional de la provincia jesuita aragonesa, Coster y otros estudiosos dan algunas noticias de interés. Las opiniones sobre el lugar en que se iba a levantar el edificio eran contradictorias. Así se constata en unas líneas de una carta enviada por el general de los jesuitas al ya citado padre Franco, entonces provincial de la orden en Aragón:

 “Muy debido era al señor Obispo de Huesca darle gusto enviando al nuevo colegio de Graus los sujetos que deseaba su ilustrísima para dar principio a aquella fundación. Lo mucho bueno que della y de la bondad de su sitio y disposición escribe V. R. como testigo de vista es materia de gozo; si bien nos lo ha aguado en parte otra información diferente de la que da V.R. porque dicen que el sitio es muy desacomodado, fuera de la villa, sin agua, debajo de un monte o peña muy alta, donde en invierno se han de helar de frío los moradores y en verano abrasar de calor, con otros achaques; y concluyen que ha de ser el destierro de la provincia, y que la elección de tan mal sitio se ha hecho porque era más barato”

 Esta primera estancia de Gracián en Graus se habría producido a finales de 1652 y tal vez se habría prolongado algunos meses de 1653. Como en la primavera de ese año se publicó en Huesca la segunda parte de “El Criticón”, puede pensarse con cierta lógica, y en Graus es tradición transmitida, que el libro o alguna de sus partes, tal vez el final, fuera escrito en nuestra villa.

Si a estas dos estancias añadimos el retrato de Baltasar Gracián que, tras sucesivas peripecias y ubicaciones anteriores, luce hoy restaurado en el Espacio Pirineos, podemos concluir afirmando que el más ilustre y excepcional de los escritores aragoneses, reconocido maestro de algunas de las mejores mentes del pensamiento europeo de los últimos siglos, permanece vinculado ya para siempre a nuestra villa.

Bibliografía:

 - Batllori, Miguel y Peralta, Ceferino, “Baltasar Gracián en su vida y en sus obras”, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1969.

 - Correa Calderón, Evaristo, “Baltasar Gracián, su vida y su obra”, Gredos, Madrid, 1970.
 - Coster, Adolphe, “Baltasar Gracián”. Traducción y notas de Ricardo del Arco, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1947.

         - Egido, Aurora y Marín, María Carmen (coords.), “Baltasar Gracián: Estado de la cuestión y nuevas perspectivas”, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2001

 - Guardiola Alcover, Conrado, “Baltasar Gracián, recuento de una vida”, Librería General, Zaragoza, 1980.

             - Laplana Gil, José Enrique, “Gracián y sus cartas. Problemas editoriales con una carta casi inédita de Manuel de Salinas a Gracián”, en Françoise Cazal (ed.), “Homenaje a / Hommage à Francis Cerdan”, Toulouse, CNRS - Université de Toulouse-Le Mirail, 2008, pp. 493-536.


Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado en El Llibré de las Fiestas de Graus de 2012.

Imágenes: Retrato de Baltasar Gracián conservado en el Espacio Pirineos de Graus y antiguo colegio de los jesuitas en la villa ribagorzana.

martes, 28 de agosto de 2012

EL CER Y LOS PASOS FRONTERIZOS DEL VALLE DE BENASQUE


    










Otro año más, el Centro Excursionista de la Ribagorza acude fiel a su cita con este Llibré de Fiestas. Y de nuevo lo hacemos con la satisfacción de una temporada llena de éxitos y de buenos momentos vividos, con un amplio programa de excursiones realizadas y con un incremento continuo en el número de socios del club y en el de participantes en nuestras actividades.

Ha sido, además, un año con un balance económico favorable, que desmiente a quienes argumentaron en su momento lo contrario para dejar de prestarnos su apoyo. Queremos agradecer la ayuda indispensable recibida desde el Patronato Municipal de Deportes y la permanente atención ofrecida por sus trabajadores y técnicos. Y, por descontado, debemos dar las gracias a quienes nos han acompañado domingo tras domingo en nuestras excursiones porque ellos constituyen la base esencial de los éxitos de nuestro club.

Como en años anteriores, queremos contribuir con una modesta colaboración a enriquecer, en la medida de lo posible, las páginas de este querido y tradicional Llibré. Lo haremos esta vez con algunas notas sobre los puertos y pasos fronterizos que unen el valle de Benasque con el de Luchón, poniendo así en contacto las dos vertientes de la cordillera pirenaica.

Las relaciones entre España y Francia a través de los valles de Benasque y Luchón se han producido de forma más o menos fluida desde tiempos muy antiguos. Por los pasos fronterizos que separan ambos valles han transitado a lo largo de los siglos peregrinos, montañeros, contrabandistas, mulateros, exiliados, comerciantes, refugiados, emigrantes, maquis y viajeros de todo tipo y condición.

Cuatro han sido los pasos fronterizos utilizados históricamente en el alto valle de Benasque. El Puerto Viejo o Paso de los Caballos, al parecer usado ya por los romanos, fue el más antiguo. En la Edad Media, el más transitado fue el Puerto de la Glera o de Gorgutes. Posteriormente, el protagonismo pasó al llamado Puerto Nuevo, también denominado Portillón o Puerto de Benasque. Algo más al este, y ya acondicionado desde el siglo XIV, se encuentra el Puerto de la Picada, que conecta el valle de Benasque con el vecino valle de Arán a través de la Artiga de Lin, por lo que es también conocido como Puerto de los Araneses. Desde él se puede acceder al Hospital de Bañeras de Luchón por el llamado paso de la Escaleta.

El Puerto de la Glera fue acondicionado por los Caballeros Hospitalarios de la Orden de San Juan de Jerusalén en el siglo XII. Esta misma orden religioso-militar se hizo cargo de los dos hospitales construidos para acoger a los viajeros a ambos lados de la frontera. La palabra “hospital” tenía entonces un significado diferente del que tiene en nuestros días. Los hospitales no sólo servían para acoger a enfermos sino, sobre todo, a los peregrinos y viajeros de todo tipo que se atrevían a cruzar los difíciles y siempre peligrosos puertos pirenaicos. Con ellos, las órdenes religiosas encargadas de su custodia ponían en práctica la virtud de la hospitalidad a la que por su condición estaban obligadas. Del viejo hospital medieval español del Puerto de la Glera sólo han quedado algunas ruinas. Las excavaciones realizadas recientemente han  permitido sacar a la luz los restos de una antigua capilla románica construida junto al albergue. En el año 1200 está documentado el Hospital de Saint-Jean-de-Jouéou, equivalente francés del hospital español ubicado al otro lado de la frontera. En el mismo lugar donde se hallaba antiguamente este refugio hospitalario, existe hoy un edificio usado por  la Universidad de Toulouse como laboratorio científico de investigación.

Por motivos que desconocemos -tal vez fuera destruido por un alud-, el viejo hospital benasqués de Gorgutes o de la Glera fue abandonado y sustituido por otro al que se llamó Hospital Nuevo en contraposición al anterior. Este nuevo edificio hospitalario, ya propiedad del Ayuntamiento de Benasque que lo ponía en régimen de arriendo, sería construido a finales del siglo XVI y estaría al servicio del también reciente, y cada vez más transitado, paso fronterizo que se había abierto entre los picos Salvaguardia y de la Mina, entonces aún con la denominación francesa de pico de la Fraiche. Las ruinas de la planta rectangular de este edificio pueden verse en la actualidad en un extremo del llano del Hospital, casi al pie de la ladera que queda a la derecha del curso descendente del río Ésera. .En esa misma época fue también construido el llamado Hospice de France, situado al otro lado de la frontera, a unos once kilómetros de la villa de Bagnères de Luchon.

Sabemos que el nuevo hospital de Benasque fue destruido por un devastador alud el día de Reyes del año 1826. En el terrible suceso murieron cinco mujeres: la esposa y las tres hijas del hospitalero y una criada que trabajaba en el lugar. El hospitalero pudo salvarse porque en el momento de la tragedia se hallaba fuera del edificio. Este trágico suceso obligó a construir un nuevo hospital, que ya estaba terminado en 1840, en una ubicación más protegida que el anterior. Se trata ya del hospital actual que, tras abandonos, ampliaciones y distintas peripecias, es desde hace unos años un moderno hotel de montaña, punto de partida de un circuito invernal de esquí de fondo. La primera foto conocida de este edificio fue realizada en 1875 por el gran pirineísta francés Maurice Gourdon.

En el lado español, a pocos metros del paso del Portillón y en su confluencia con el camino de la Picada, existió en la segunda mitad del siglo XIX y hasta los años treinta del pasado siglo XX un pequeño refugio albergue conocido como Casa Cabellud. Estuvo regentado por Francisco Cabellud, bodeguero y comerciante de Benasque que quiso aprovechar económicamente el auge del pirineísmo y el creciente tránsito de viajeros por el Puerto de Benasque. Se conservan algunas fotos de la casa, de la que aún quedan algunas ruinas, y al menos una del propio Cabellud, un hombre alto y encorvado, tuerto, de nariz aguileña y larga barba blanca. Al parecer tenía un gran sentido comercial. Tal vez algo excesivo, pues en aquellos tiempos llegaba a cobrar una peseta a cada montañero que ascendía al pico Salvaguardia, aduciendo que disponía de autorización real para efectuar dicho cobro y que el dinero recaudado era para acondicionar el camino de subida a la cumbre del pico, que algunos comenzaron a llamar tuca Cabellud. La Casa Cabellud fue lugar de parada de muchos excursionistas franceses en su paso por la frontera. Con algunos de ellos, su propietario mantuvo buenas relaciones de amistad. Sobre todo con Henri Russell, de quien se conserva una postal que el excéntrico conde franco-irlandés envió al avispado comerciante ribagorzano en 1903.

Para saber más sobre el tema aquí tratado es muy recomendable la lectura del libro “Los hospitales de Benasque y Bañeras de Luchón”, de José Luis Ona González y Carine Calastrenc Carrére, editado en español y en francés por la Fundación Hospital de Benasque en 2009.

Sólo nos queda despedirnos deseando a todos los grausinos y ribagorzanos unas muy felices Fiestas Mayores.

Centro Excursionista de la Ribagorza.

(Artículo publicado en El Llibré de las Fiestas de Graus de 2012)

Imágenes: Hospital de Benasque (dos fotos antiguas -la primera de Maurice Gourdon- y otra actual), Hospice de France en Luchon (una foto de finales del siglo XIX y otra actual), Casa Cabellud (tres fotos antiguas) y el Puerto Nuevo de Benasque o Portillón por el lado español y por el lado francés.

viernes, 10 de agosto de 2012

LAS VACACIONES ALTOARAGONESAS DE TERESA PÀMIES




El pasado 13 de marzo murió en Granada, en casa de uno de sus hijos, a los 92 años de edad, la escritora catalana Teresa Pàmies. Nacida en 1919 en la población leridana de Balaguer, durante la Guerra Civil española fue dirigente de la rama juvenil del PSUC, partido del que entre 1965 y 1981 fue secretario general su marido, Gregorio López Raymundo, originario de la localidad zaragozana de Tauste. Durante la dictadura franquista, ambos vivieron un largo exilio que los llevó a residir en Francia, República Dominicana, Cuba, México y Checoslovaquia.

 En 1971, gracias a un visado especial, Teresa Pàmies pudo regresar a Cataluña para recibir el Premio Josep Pla por su primera novela, Testament a Praga, que había escrito conjuntamente con su padre. A partir de entonces, inició una brillante carrera literaria que abarca alrededor de una treintena de obras, casi todas con un fondo autobiográfico y en su mayor parte escritas en lengua catalana, aunque usó también el castellano en algunos de sus escritos. En el año 2001 recibió el Premio de Honor de las Letras Catalanas. Su hijo, el conocido escritor Sergi Pàmies, ha heredado de su madre el buen oficio literario.

En 1978, la escritora catalana y su marido pasaron sus vacaciones de verano en la localidad oscense de Broto. Fruto de aquella estancia de un mes en tierras pirenaicas fue Vacances aragoneses, publicado por la editorial Destino en 1979. De cuidada prosa, hermosas descripciones y vocabulario preciso, Vacances aragoneses es un magnífico ejemplo de la denominada literatura de viajes.

Teresa Pàmies cuenta en las doscientas páginas del libro una serie de excursiones andando por los alrededores de Broto y otras en coche a algunos de los lugares más destacados de nuestro Pirineo. Las visitas a San Juan de la Peña, Ordesa, Bujaruelo, Panticosa o Jaca están narradas con detalle y salpicadas de certeras y agudas observaciones. Además, la autora añade algunas interesantes notas de tipo más costumbrista e incluso algunas incisivas críticas al nuevo urbanismo de mal gusto que empezaba a aflorar en aquellos años en algunos pueblos pirenaicos.

Broto es visto como “un pueblecito de cuento” y, desde el primer momento, los veraneantes     –como eran llamados en la época los turistas estivales  tienen la sensación de haber elegido el lugar adecuado para pasar unas días de descanso lejos de Barcelona. Estas son sus primeras impresiones al llegar a la localidad sobrarbense: “Entre escarpadas montañas se extendía un conjunto armonioso de casas bajas con tejados de pizarra o de losa. El espumoso río azulaba entre huertos y abedules. La visión era ya una promesa de buenas vacaciones, las que yo necesitaba al rondar los sesenta años, caminando por la vida con un hombre que ya los había superado y que, por cierto, es hijo de Aragón”.

La pareja se instala en el paseo del río, en una sencilla habitación alquilada a buen precio a Ángel Pérez, uno de los dos carpinteros de Broto. Desde la ventana de su cuarto pueden contemplar el Mondarruego, la más original de las imponentes montañas que rodean la localidad. Su primera excursión consiste en ir andando hasta Torla por un viejo camino. Al volver a Broto y observar a los jóvenes en el bar del hotel de la plaza, la escritora hace esta acertada reflexión: “Viejos y todo, habíamos subido desde Broto por el antiguo camino, calzados con alpargatas, entre charcos y piedras resbaladizas, mientras los jóvenes se aburrían mortalmente entre las paredes de un bar impersonal, de espaldas a las bellezas de los parajes que se abrían allí mismo. ¿No eran ellos los viejos?”. Eran los días en que entre la juventud española triunfaban John Travolta y la “fiebre del sábado noche”.

Otras excursiones por las proximidades de Broto los llevan a la ermita de Morillo, a la cascada del Sorrosal o a los pueblecitos próximos de Sarvisé y Oto. Disfrutan de los bellos paisajes y respiran un aire puro que los vigoriza a la vez que los sosiega. Todo es bello en la localidad sobrarbense y sus alrededores excepto la urbanización denominada Nuevo Broto, que  la escritora ve como “una violación del paisaje imponiéndole un conjunto de casas de cemento que parecen nichos, un cementerio gris para gente viva y respetable, de cara a las crestas blancas y luminosas del Pelopín (2.007 m.) y delante de un lugar encantador construido hace siglos por hombres que sabían elegir el marco adecuado para vivir a la vez en sociedad y en la naturaleza”.

En el paisaje humano de Broto, destaca la relación de nuestros turistas con el vitalista y campechano párroco mosén Estanislao, un cura abulense, nacido en una Castilla a la que  -asegura Pàmies- “los catalanes no podemos tildar de opresora sin tergiversar la historia”. Por iniciativa de mosén Estanislao, Teresa Pàmies y Gregorio López Raymundo son invitados a una comida con todas las fuerzas vivas del pueblo bajo la presidencia del obispo de la diócesis, que se encuentra de visita pastoral al lugar. Tanto el cura de Broto como el señor obispo dialogan amistosamente sobre diferentes temas de actualidad con los dos ilustres veraneante comunistas, buscando puntos en común que les permitan entenderse. No ocurre así con el párroco de Torla y otros comensales que no participan con tanto agrado de la situación.

La cuestión de la relación de los catalanes con los aragoneses y con el resto de España aparece en el libro en diversas ocasiones. Nada más llegar a Broto, la escritora y su marido encuentran a las afueras del pueblo unas pintadas ofensivas contra los catalanes que les sorprenden negativamente y que intentan corregir añadiendo frases conciliadoras. En otra ocasión, Teresa Pàmies muestra en el libro su enfado e indignación al oír a unos turistas catalanes utilizar la palabra “murcianos” para referirse a turistas procedentes de otros lugares de España. El término “murciano” era usado de manera despectiva para referirse a los emigrantes llegados a Cataluña desde otros puntos de la geografía española. Hay un párrafo que resume el pensamiento de la escritora de Balaguer sobre esta cuestión y que, como todas las citas textuales de Vacances aragonesas, traduzco directamente del catalán: “Es esto conocer la tierra en la que has nacido, Aragón es también nuestra tierra, porque, además de catalanes, somos españoles”. Y añade: “Respeto la opinión de los compatriotas que no piensan así, que sólo se consideran catalanes; nadie puede mandar en los sentimientos de otro, y este es un principio que no se puede aplicar en sentido único”.

Otra de las actividades veraniegas de Teresa Pàmies durante sus vacaciones en Broto es la lectura, para la que ya venía bien provista de libros desde Barcelona. Entre sus lecturas de verano figura también un librito sobre el idioma aragonés que compró esos días vacacionales en el propio Broto. Se trata de El aragonés: identidad y problemática de una lengua, de los autores Ánchel Conte, Chorche Cortés, Antonio Martínez, Francho Nagore y Chesús Vázquez. Le sirve para conocer algunos aspectos de la lengua aragonesa, porque, como ella dice, en una autocrítica que le honra, “los catalanes somos muy ignorantes de las realidades de otros pueblos de España y nos quejamos de que ellos ignoren la nuestra”. Sin embargo, tras la lectura del libro, Pàmies asegura no haber quedado en absoluto convencida de que el aragonés sea una lengua ni de que Aragón pueda ser considerado como una nación.

En Vacances aragoneses encontramos también un capítulo dedicado al último domingo de agosto, cuando casi todo el mundo se afana en el pueblo en la recogida de la hierba y el forraje. En otro momento, el río Ara lleva a la escritora a recordar de manera retrospectiva a otros ríos más universales presentes en su vida en los largos años de forzado exilio: el Sena, el Vltava, el Elba, el Danubio, el Plata, el Mississipí…. También hay algunas páginas dedicadas a la trucha o a la presencia en Broto de la Compañía Arniches, un grupo de teatro leonés o vallisoletano que durante una semana del mes de agosto representó en la localidad sobrarbense obras de Alfonso Paso, Jacinto Benavente, Muñoz Seca o Jaime Salom. En su viaje de vuelta a Barcelona tras finalizar sus vacaciones, los veraneantes se detienen a visitar Boltaña, Aínsa, Graus y Monzón, y a cada una de estas poblaciones les dedica la escritora de Balaguer unas líneas en su libro.

Vacances aragoneses fue publicado hace ya más de treinta años, pero aún se lee hoy con cierto gusto. Yo he vuelto a hacerlo recientemente como un homenaje personal a Teresa Pàmies, que en este 2012 nos ha dejado para siempre tras una larga vida, fecunda y provechosa.

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado hoy en Diario del Alto Aragón, en el número especial de las Fiestas de San Lorenzo de Huesca.
Imágenes: Teresa Pàmies (1919 - 2012), portada del libro Vacances aragoneses y vista panorámica de Broto con la cascada de Sarrosal al fondo.

domingo, 5 de agosto de 2012

POR EL ROMÁNICO DE SANTORENS

 


























Mis dos últimos artículos en este suplemento han tratado sobre Betesa y las ruinas de la iglesia de San Pedro de Cornudella, en la zona más oriental de la comarca de la Ribagorza, casi en el límite con la comunidad catalana. Muy cerca de ambos lugares se encuentra Santorens, otra pequeña población ribagorzana, situada a 1.041 m. de altitud, entre las estribaciones orientales de la sierra de Sis y el río Noguera Ribagorzana por su margen derecha.

A diferencia de Betesa y Cornudella, que pertenecen al extenso municipio de Arén, Santorens se incluye en el más reducido de Sopeira, lugar donde se encuentra el importante monasterio medieval de Alaón. Santorens es un pueblo de atractivo caserío y bellas calles, que hoy tiene poca población pero que sin duda tuvo su importancia en el pasado. Parece evidente que su nombre procede de San Orencio (Sant Orenç), al que está dedicada su iglesia parroquial, que sólo conserva el ábside semicircular orientado al este de sus primitivos orígenes románicos. El resto, incluida su gran torre prismática, parece corresponder al siglo XVIII.

La primera cita documental de Santorens es de finales del siglo X y ya desde mediados de esa centuria se acredita su pertenencia al incipiente condado de Ribagorza. Durante los siglos XII y XIII, el lugar estuvo vinculado a la poderosa familia ribagorzana de los Erill. Desde el siglo XVI, Santorens fue cabeza de una bailía a la que pertenecían Iscles, Torm, Buira, Cirés y Gabarret. En el siglo XVIII, la familia Ardanuy fue la más influyente de la localidad.

Las muestras más importantes del románico dentro del término de Santorens son las ermitas de San Pedro (o Sant Pere) de Iscles y de Santa María de Torm. A la primera es muy fácil llegar; a la segunda, no tanto. Ambas pertenecían a dos despoblados que dejaron de existir hace ya mucho tiempo.

San Pedro de Iscles está a escasamente media hora andando desde Santores, por un sendero recientemente acondicionado dentro del programa Ribagorza Románica. Se encuentra a 1.385 m. de altitud, entre el destacado tozal de San Salvador y una roca alta y puntiaguda conocida como el castell (castillo) de Pey, muy cerca del collado de Santa Bárbara. La iglesia pertenecía al antiguo pueblo de Iscles (o Isdes), que no hay que confundir con otro del mismo nombre situado en la misma sierra de Sis a no mucha distancia de éste.

Del antiguo pueblo de Iscles o Isdes, donde al parecer también hubo un castillo, no queda ningún rastro. Se cita, siempre vinculado al cercano monasterio de Alaón, en documentos de los siglos XI y XII, pero posteriormente se va perdiendo toda referencia al mismo.

Según nos contaron la pasada primavera, cuando realicé con unos amigos una excursión por los lugares que aquí cito, la ermita de San Pedro de Iscles ha sido restaurada en los últimos años por un grupo de franceses procedentes de Bretaña, que han llevado a cabo sus trabajos sin ninguna ayuda oficial, y que este verano, con la colocación de las baldosas del suelo, van a dar por concluidas sus meritorias tareas de recuperación de un templo que amenazaba ruina.

La iglesia de San Pedro de Iscles es un edificio de una sola nave rectangular con un ábside poligonal orientado al este y una pequeña espadaña en el muro de poniente. La nave está cubierta por bóveda de cañón y tiene su puerta de entrada, de arco de medio punto, en la pared meridional. Dos ventanas iluminan el templo, que está construido con sillares de roca calcárea de color blanquecino y bastante bien alineados; siendo los de las esquinas más grandes que el resto. Actualmente está cubierto por un tejado de tejas rojas alineadas a dos aguas.

San Pedro de Iscles parece ser el resultado de dos momentos diferentes en su construcción. De origen románico, probablemente de finales del siglo XII, habría sufrido transformaciones en el siglo XVI, destacando la sustitución del ábside semicircular por el actual poligonal.

Llegar a la ermita de Nuestra Señora de Torm entraña cierta dificultad, al menos si uno va por primera vez y sin alguien que haya estado antes en ella. Nosotros fuimos andando desde Sant Pere de Iscles hasta el collado de Santa Bárbara, donde hay un “pilaret” dedicado a la patrona de las tormentas, que aquel día nos libró de una por bien poco. En este punto hay una tablilla de madera que indica el camino a la ermita. Éste se dirige hacia el barranco de Ingllada o de Solá, que nosotros bordeamos con bastante dificultad por su cabecera, sin sendero visible en su última parte. Por aquí transitaba, al parecer, el antiguo camino que llevaba de Santorens a la Torre de Buira. A la vuelta descubrimos un sendero más visible que desemboca en la llamada “pista de las bordas”. Para ir a Santa María de Torm es por tanto más recomendable seguir por ella y desviarse luego hacia la derecha. Se pasa junto a unas oquedades en la roca que sirven de abrigo al ganado y se llega más fácilmente a la ermita, que se encuentra algo escondida en medio de un bosque de robles.

Del pueblo de Torm, que al parecer dependía del antiguo castillo de Iscles, tenemos noticias desde el siglo XI. En el siglo XII la poderosa familia Erill tenía derechos y bienes en él. En los fogajes de 1385 y 1549 aparecen los nombres de los trece vecinos que entonces lo habitaban. En el siglo XIX el lugar ya ha desaparecido por completo. Hoy sólo queda su iglesia en proceso de ruina y un pajar próximo a ella que parece recientemente arreglado.

La ermita de Santa María de Torm, datada posiblemente en el siglo XII, es una bonita construcción románica de planta rectangular, cubierta con bóveda de cañón y ábside semicircular canónicamente oriento al este en cuyo centro se abre una ventana.  La puerta de acceso al templo se halla en el muro meridional y es de arco de medio punto. Sobre ella había un crismón trinitario que desapareció no hace mucho tiempo. En la primera edición del libro de Manuel Iglesias Costa sobre el arte románico en el Alto Aragón oriental, del año 1987, todavía puede verse este crismón en alguna fotografía.

Lamentablemente, el estado de ruina de la ermita está avanzando de manera que parece inexorable. En el tramo más occidental de la bóveda de su techumbre se ha abierto un boquete que, como puede comprobarse en fotos relativamente recientes, se ha ido agrandando en los últimos años. Por otro lado, la cubierta del ábside también amenaza ruina, pues sobre ella caen deslizamientos de las tierras colindantes. Sabemos que los vecinos de Santorens están intentando por todos los medios su restauración, pero sin haber logrado hasta ahora resultados positivos. Ojalá lo consigan antes de que la ruina se apodere por completo de esta pequeña joya del románico ribagorzano.

También está muy vinculada a Santorens, aunque casi siempre se incluya en el término del hoy despoblado Aulet, la arruinada ermita de San Saturnino, que aquí todos conocen como San Cerni. Se encuentra a pocos metros del cruce entre la N-230 y la carretera que lleva a Betesa y Santorens, a unos cinco minutos andando desde este punto. Su estado es muy ruinoso y su antigua techumbre se ha desmoronado por completo. Un par de vigas de madera que han quedado al descubierto en la pared de poniente indican la existencia anterior de un porche sobre la puerta de acceso al templo. Esta ermita aparece ya documentada en el siglo X y es probablemente la más antigua de todas las que se citan en estas líneas.

En el término de Aulet, hay otras dos ermitas románicas: la muy arruinada de Santa Justa o San Clemente y la recientemente restaurada de la Virgen de Rocamora, ambas situadas a la derecha de la carretera N-230 si vamos en dirección norte y muy cerca de la orilla derecha del pantano de Escales.

Estas tierras de la Ribagorza oriental, próximas al monasterio de Alaón, albergan un rico patrimonio románico que merece la pena descubrir y, en su caso, proteger de la ruina y el olvido que desgraciadamente lo amenazan.

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado hoy en el suplemento Domingo del Diario del Alto Aragón.

Imágenes: Santorens (cinco fotos: panorámica, iglesia de frente, iglesia de espaldas, ábside románico e interior), San Pedro de Iscles (cuatro fotos), pilaret de Santa Bárbara (una foto), ermita de Santa María de Torm (nueve fotos: exterior, ábside, interior, derrumbe de la bóveda, puerta sin crismón, ventana del ábside, pila bautismal, pila del agua bendita y ubicación en el robledal), vista del pantano de Escales desde el camino de Torm (una foto), ermita de San Saturnino o San Cerni (dos fotos de sus ruinas) y ermita de la Virgen de Rocamora (tres últimas fotos)

sábado, 4 de agosto de 2012

LA AVENTURA HIDROELÉCTRICA DEL VALLE DEL ÉSERA


Ya ha sido editado por la Diputación de Huesca, y creo que pronto estará en las librerías, el libro "La aventura hidroeléctrica del valle de Ésera", con textos de José Antonio Cubero sobre la central hidroeléctrica de Seira y míos sobre el contexto histórico previo y posterior a la construcción de la central. El libro, con tapa dura y muchas y magníficas fotografías, ha quedado realmente bonito. Esta es su portada.