domingo, 27 de abril de 2014

LA PAZ DE LOS SEPULCROS

    
La paz de los sepulcros. Jorge Volpi. Alrevés. 2013. 256 páginas.

Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968) es uno de los más importantes escritores mejicanos actuales. Autor de novelas, ensayos y relatos, articulista en importantes diarios de habla hispana, gran conocedor de la cultura europea, ha recibido importantes premios y muchas de sus obras han sido traducidas a numerosos idiomas. La paz de los sepulcros es una de sus primeras novelas, publicada en México en 1997, que recientemente ha sido reeditada en nuestro país por la editorial Alrevés.

La paz de los sepulcros es mucho más que una novela negra en la que, sin embargo, no hay policías ni detectives. Es, sobre todo, una novela ética y política. Casi una alegoría sobre el México actual y una reflexión crítica sobre la corrupción y la manipulación informativa que ejerce el poder en las sociedades modernas. El relato comienza con el macabro descubrimiento, en un hotel de las afueras de Ciudad de México, de los cadáveres de Alberto Navarro, ministro del Interior del gobierno del país, y un joven desconocido que aparece cruelmente decapitado. Los primeros en llegar al lugar del crimen son Agustín Oropeza, periodista de Tribuna del escándalo, y un fotógrafo de esta misma publicación sensacionalista y amarilla que utiliza cualquier recurso para vender el mayor número posible de ejemplares. Por un detalle que solo él conoce, Oropeza identifica al joven asesinado junto al ministro y comienza una investigación en solitario sobre el suceso, que le llevará al sórdido submundo de las redes de la prostitución infantil y las prácticas sexuales más insospechadas y morbosas.

Con una prosa rica y cultivada, Jorge Volpi reflexiona sobre la hipocresía de la política mejicana –extensible sin duda a muchas otras geografías– en la que detrás de una fachada amable y de apariencia impecablemente democrática se esconden vicios ocultos, sórdidos apetitos y ambiciones maquiavélicas. Dos planos antitéticos –como unos nuevos doctor Jekyll y míster Hyde– que se contraponen literariamente en un juego de metáforas clásicas basadas en la oposición entre el día y la noche, la luz y la oscuridad, la verdad y la mentira. Nada es lo que parece y la verdadera realidad se esconde al público recurriendo a las estrategias de la confusión y la manipulación informativas más refinadas y cínicas. La conclusión no puede ser además más pesimista; pues, como dice el padre del narrador Oropeza, en la política siempre ganan los malos.

La acción de La paz de los sepulcros se sitúa en un México de ficción pero perfectamente reconocible. Un país en el que los herederos de la revolución y quienes instauraron los principios democráticos se han convertido en consumados maestros de la hipocresía, cuya única preocupación es mantenerse en el poder y satisfacer sus vicios clandestinos a cualquier precio. Para lograr ese objetivo se recurre, entre otras cosas, a la existencia de un viejo grupo terrorista o guerrillero a quien poder culpar de todos los males del país.

Pese a su inicio con un doble asesinato cuya autoría se investiga a lo largo de sus páginas, La paz de los sepulcros transciende en buena medida el género negro –aunque este sea hoy muy a menudo el mejor vehículo literario para denunciar al poder establecido– y se convierte en un grito ético y moral contra el grado de refinamiento que pueden alcanzar la hipocresía y la manipulación en manos de quienes tienen como objetivo prioritario mantener sus privilegios a toda costa y esconder sus verdaderas y corruptas intenciones.

Carlos Bravo Suárez

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