domingo, 10 de julio de 2016

LAS COSAS QUE PERDIMOS EN EL FUEGO

Las cosas que perdimos en el fuego”. Mariana Enríquez. Anagrama. 2016. 200 páginas.

“Las cosas que perdimos en el fuego” es el primer libro de Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) que se publica en España. Sin embargo, la precoz periodista y escritora argentina tiene una interesante trayectoria literaria en su país donde ha publicado las novelas ”Bajar es lo peor” (1995) y “Cómo desaparecer completamente” (2004), la novela corta o nouvelle “Chicos que vuelven” (2010), los libros de relatos “Los peligros de fumar en la cama” (2009) y “Cuando hablamos de los muertos” (2013), la crónica “Alguien camina sobre tu tumba: Mis viajes a cementerios” (2013) y la biografía “La hermana menor: Un retrato de Silvina Ocampo” (2014). Valorada y respetada por la crítica argentina, ha transcendido las fronteras literarias de su país con su último libro de relatos “Las cosas que perdimos en el fuego”, que se ha traducido a varios idiomas y editado en numerosos países. En el nuestro, el libro ha sido publicado por Anagrama.

“Las cosas que perdimos en el fuego” consta de doce relatos de terror. Aunque pueden rastrearse en estos cuentos numerosas influencias literarias, que van desde Poe a Henry James pasando por Mary Shelley o H. P. Lovecraft, son historias que tienen sin duda un toque personal diferente y una ambientación geográfica e histórica específicamente argentina, que las hacen singulares, distintas y sumamente sugerentes. Se trata en general de relatos urbanos, que suceden en arrabales y barrios pobres, marginales y peligrosos, con drogadicción, delincuencia y seres indefensos que viven en la calle a la intemperie. En esta línea está “El chico sucio”, relato que abre el libro y es, en mi opinión, uno de los mejores del mismo. También en “Bajo el agua negra”, en el que de la feroz represión policial sobre los pequeños delincuentes juveniles urbanos pasamos a una terrorífica procesión de claros tintes lovecraftianos. Porque esa es otra característica de los relatos de Enríquez: se inician de una manera realista y cotidiana y derivan casi sin que nos demos cuenta hacia lo terrorífico, lo fantástico y lo demencial. De esa manera, en esas historias vamos encontrado, insertados con habilidad y tino, muchos de los elementos clásicos de la literatura de terror: sacrificios rituales amparados en la superstición (“El niño sucio”), casas encantadas y malditas (“La casa de Adela”), fenómenos del pasado que vuelven al presente (”La hostería”), fantasmas y seres deformes (“Bajo el agua negra”, “Fin de curso”, el magnífico “El patio del vecino” o las mujeres quemadas de “Las cosas que perdimos en el fuego” que da título al libro), precoces asesinos en serie (“Pablito clavó un clavito: una evocación de Petiso Orejudo”), calaveras (“Nada de carne sobre nosotras”), efectos psicotrópicos (“Los años intoxicados”) y hasta, ya en un terror moderno, seres absorbidos en su identidad por la computadora con la que viven y se encierran (“Verde rojo anaranjado”).

Excepto “Pablito clavó un clavito: una evocación de Petiso Orejudo”, que trata sobre uno de los más famosos asesinos en serie de la historia argentina, todos los relatos del libro están narrados por mujeres. Aunque, como la propia Enríquez ha señalado en alguna entrevista, sean narradoras en las que no se puede confiar demasiado, porque no están cuerdas y en su desequilibrio mental pueden estar mintiendo o no viendo las cosas como son. Todas, eso sí, tienen su nombre y sus circunstancias, su contexto histórico y sociológico y hasta incluso sus motivos psicológicos. Esa visión femenina se convierte en algunos momentos, aunque no demasiado y sin excesos militantes, en una cierta perspectiva feminista al abordar las relaciones de pareja. Eso sucede sobre todo en el último relato, que da título al libro. También en el magnífico “Tela de araña”, que tiene ciertos aires de “road movie” literaria.

Un aspecto que se ha destacado de este libro es la presencia, y persistencia, en algunos cuentos de la fatídica historia reciente argentina. El recuerdo de la dictadura y sus siniestras escuelas militares aparecen en el relato “La Hostería”, el alfonsinismo de los noventa surge de fondo en “Los años intoxicados” y los abusos policiales y la contaminación de los ríos en “Bajo el agua negra”.

Escritos con gran oficio literario y dominio del lenguaje y de los ritmos, los cuentos de “Las cosas que perdimos en el fuego” hacen que el horror y el terror penetren en todos los espacios, sobre todo en aquellos aparentemente más protegidos como la casa, la pareja, la familia, el barrio o la escuela. Nada queda a salvo de lo irracional y lo terrible en este libro de lectura más que recomendable.

Carlos Bravo Suárez

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