domingo, 17 de julio de 2016

NUNCA FALTA NADIE O LA METÁFORA DEL ÑU


 “Nunca falta nadie”. Catherine Lacey. Alfaguara. 2016. 256 páginas.

“Nunca falta nadie” es la primera novela de Catherine Lacey (Tupelo, Mississipi, 1985), una de las nuevas narradoras estadounidenses más aclamadas por la crítica. El libro, que fue publicado en Estados Unidos en 2014, fue considerado como la mejor novela del año por “The New Yorker” y otras importantes publicaciones norteamericanas y ha sido traducido a varios idiomas y editado en numerosos países. En España, ha sido publicado recientemente por Alfaguara, con traducción de Damià Alou. La autora, que antes sólo había publicado entrevistas, relatos y piezas de no ficción para distintos periódicos y revistas, está escribiendo su segunda novela, que se titulará “The Answers” y que Alfaguara ya ha anunciado que publicará próximamente en nuestro país.

“Nunca falta nadie” está narrada en primera persona por Elyria, una joven recién casada que, sin avisar a su marido ni a su familia, abandona repentinamente Nueva York para irse en avión nada menos que a Nueva Zelanda. Deja atrás una vida aparentemente estable, pero que se le revela como interiormente insatisfactoria, e inicia un viaje en autoestop por el país austral, donde solamente tiene la dirección de un escritor al que conoció en una fiesta y que vive en una alejada y solitaria granja. En una geografía totalmente nueva para ella, Elyria vive a salto de mata viajando de un lugar a otro, conoce a diferentes personas con algunas de las cuales hace algo de amistad, sube a coches de desconocidos pese a las advertencias que le hacen del peligro que eso puede suponer, experimenta situaciones diversas y a veces rocambolescas, duerme en casas de campo, bosques, prados o parques y desempeña diferentes y esporádicos trabajos en las dos islas neozelandesas. También habla por teléfono varias veces con su marido, que no consigue entender la causa de tan repentino e inesperado abandono. Tampoco ella racionaliza demasiado los motivos y se atormenta con el recuerdo de su hermana adoptiva, que se suicidó unos años antes y de quien su marido era profesor de matemáticas en la universidad. Elyria lo conoció a raíz del trágico suceso y se enamoró de él, hasta que el idilio culminó en un matrimonio aparentemente estable y feliz.

La novela presenta así a un personaje femenino que rompe con las ataduras y dependencias anteriores y se adentra en solitario en un territorio nuevo e inexplorado, donde caerá en nuevas contradicciones y en preguntas para las que no siempre consigue hallar respuesta. La explicación metafórica recurrente a su comportamiento es el ñu o animal indomable que lleva dentro, al que nunca consigue domesticar ni someter del todo. (“Todos tenemos nuestra parte de oscuridad, dirás; pero yo sé que la mía es más oscura, y oculta todo un rebaño de ñus furioso”). No hay una clara explicación racional a su huida; algo interior, incontrolable y salvaje parece haberla empujado a ello y, aunque haya un retorno al punto de salida, ya nada será igual que antes, porque es imposible recomponer aquello que se ha roto con tanto estrépito.

Puede observarse un cierto feminismo en el fondo del relato, especialmente por la valentía de Elyria de ser capaz de romper con todo y enfrentarse sola a lo desconocido, pero no es ese el principal mensaje de la novela. Si bien la joven viajera logra conquistar su independencia personal, lo hace a costa de una gran confusión interior, que a veces ella misma cree identificar con un posible desequilibrio psicológico, y de atormentarse con frecuencia en una inestable alternancia de placer y sufrimiento. A medida que viaja con ella por Nueva Zelanda, el lector conoce el pasado que la narradora le va desvelando de una manera retrospectiva. La novela se convierte así en un doble viaje, exterior e interior al tiempo, que tiene en cierto modo como tema principal la dolorosa búsqueda de sí misma vivida por Elyria, siempre envuelta en un mundo de claroscuros encontrados.

Según ha contado la autora en entrevistas recientes, tomó como fuente de inspiración un viaje que hizo a Nueva Zelanda para realizar algunos estudios naturales, aunque la novela no tiene nada más de autobiográfica y las notas tomadas en su recorrido por el lejano país austral sólo fueron el punto de partida para una obra puramente de ficción. Catherine Lacey se revela como una magnífica escritora, sincera, fresca, natural y a la vez intensa y profunda. Ella misma reconoce en Lorrie Moore, John Berryman o Jean Rhys a sus principales referentes literarios, pero posee una voz propia e innovadora que convierten a su primera novela en una verdadera y cautivadora sorpresa.

“Nunca falta nadie” supone un magnífico debut narrativo, que parece augurar a esta joven escritora una prometedora carrera literaria. Veremos si su ya esperada segunda novela confirma las elevadas expectativas depositadas en ella.

Carlos Bravo Suárez

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