lunes, 29 de agosto de 2016

GRAUS EN NOVIEMBRE DE 1794


Entre los años 1793 y 1795 tuvo lugar la llamada Guerra contra la Convención que enfrentó a Francia y España. El conflicto tuvo su origen en el triunfo de la Revolución Francesa que se había producido en el país vecino en 1789. Las ideas anticlericales y antimonárquicas de la Revolución y la muerte en la guillotina del rey Luis XVI, primo del monarca español Carlos IV, pusieron en alerta a la Corona española. La nobleza y el influyente y beligerante clero español intentaron, y en un principio consiguieron, la movilización popular apelando sobre todo a la defensa de los valores religiosos y monárquicos que veían amenazados por el expansionismo ideológico de los revolucionarios franceses.

La guerra fue corta y su escenario geográfico se limitó a las regiones fronterizas entre los dos países. Tuvo especial incidencia en Cataluña y el País Vasco, pero también hubo algunas escaramuzas de poca intensidad en el Pirineo aragonés. Estos episodios en la parte central de la cordillera han sido ampliamente estudiados por José Antonio Ferrer Benimelli y, siguiendo sobre todo sus informaciones, yo mismo escribí en el Llibré del año pasado un artículo sobre la repercusión de esta guerra en nuestra comarca ribagorzana. No hice, sin embargo, referencia en esa colaboración a “Viaje por el Alto Aragón. Noviembre del año 1794”, que en 1997 publicó en la editorial La Val de Onsera el recientemente fallecido León J. Buil Giral. En estas líneas voy a centrarme en dicho libro y en las páginas que en él se dedican a nuestra villa de Graus.

En “Viaje por el Alto Aragón”, y tras una muy interesante y necesaria introducción, León Buil transcribe, con algunas notas a pie de página, un informe manuscrito que se halla en la Biblioteca de Palacio y del que el historiador Ricardo del Arco dio la primera noticia. Aunque Buil no lo precisa, suponemos que se trata de la Biblioteca del Palacio Real de Madrid, lugar de residencia de los reyes de España en aquel tiempo. El informe relata, a modo de diario, un viaje realizado por el Alto Aragón en el mes de noviembre de 1794. Aunque el francés Max Dumas, en su “La vie rurale dans le haut Aragón oriental” de 1976, atribuye el informe al Teniente visitador Bernardo López, León Buil argumenta que su autor fue probablemente Francisco de Zamora, que actuaría como enviado real para informar del estado de las defensas en las poblaciones altoaragonesas, sobre todo en las pirenaicas y más próximas a la frontera, con motivo de la Guerra contra la Convención que se había declarado en el mes de marzo del año anterior. El informante, que parece ajeno a la geografía aragonesa y posiblemente fuera de origen castellano, muestra una cierta formación ilustrada y estaría dotado de una fortaleza física notable, pues realiza en un mes un intenso y rápido viaje por los difíciles e incómodos caminos de herradura de aquel tiempo. Sus principales preocupaciones son informar de la situación del ejército en los lugares donde hay guarnición y constatar sobre el terreno los medios económicos y defensivos aprovechables en caso de que la guerra llegara a extenderse. No menos importante es comprobar “la receptividad que encontrarían entre la tropa, y entre los paisanos, las doctrinas de la Convención y la adhesión a la religión católica y a su Católica Majestad”.

El viaje se inicia el día 1 de noviembre en Monzón y termina en Jaca el día 30 de ese mismo mes. El comisionado real llega a Graus el 10 de noviembre, procedente de Barbastro, desde donde dice que se tarda seis horas en llegar a nuestra villa, tras hacer una parada en Artasona y pasar por La Puebla de Castro. Las notas que escribe sobre Graus muestran cierto desorden y hay alguna información no del todo comprensible. Hay que tener en cuenta que, según explica León Buil en su prólogo, el texto parece tener al menos dos amanuenses y uno de ellos escribe con ortografía y caligrafía bastante deficientes. Con la intención de que su lectura resulte más fácil y comprensible, he ordenado aquí las notas de manera algo diferente a como aparecen en el informe, y he entrecomillado sus transcripciones literales.

Se dice de Graus que “tiene 400 vecinos”, que hay que entender como casas o familias, y que estos son “bastante aplicados e industriosos”. Sobre su ubicación, el informante escribe que “esta villa está situada al pie de un elevado y escarpado monte, entre el cual y el río Ésera está el pueblo”, que “por eso es muy corto para edificios” y carece de ellos. Pero, “aunque está encerrado entre montes”, tiene delante “una veguita bien arbolada de moreras que la hacen agradable”. Estas moreras, que “se plantan en las lindes de los campos a seis pasos”, no se podan, sino que sólo “se limpia lo seco” y, “si no se hielan, se hacen eternas y dan mucho”. De ellas se extraía bastante seda a través de la cría de gusanos. Esta pequeña industria perduró hasta años más tarde en algunos pueblos de la comarca. Así ocurrió en Torres del Obispo, como indica el historiador local Ramón Burrel en su historia del lugar publicada en 1899.

De otros productos agrícolas fundamentales, se dice que en Graus “el vino abunda mucho, se coge algún aceite” y “le falta trigo”. También habla de las patatas y explica que “fueron los alemanes que cultivaron la mina de cobalto” quienes “introdujeron en Benasque y en Plan el uso de las trufas o criadillas que han sacado el hambre en esta montaña”. Como bien matiza León Buil en una nota a pie de página, el término para referirse a las patatas no debería ser trufas sino “trunfas”, que es como las gentes de la zona llamaban hasta hace bien poco a las patatas. El cultivo de la patata, que sustituyó en buena medida al de los nabos, se extendió por las zonas de montaña altoaragonesas en el último tercio del siglo XVIII, y fue probablemente decisivo para erradicar el hambre todavía bastante frecuente en estas regiones. Sobre la ganadería solo se dice en el informe que “trashuman los ganados de los montes de Aragón a la tierra baja y la lana es de última”. Lo cual parece significar que se trataba de una lana de fibra corta que se utilizaba en tejidos bastos.

El enviado real escribe que “en una hora de circunferencia de Graus hay 19 o 20 lugares de 15 o 20 casas”. Deduce de ello que “así la agricultura está en buen pie”, a pesar del “mal terreno y no tan buen temple como la tierra baja”. Y concluye, según el criterio general de los ilustrados españoles, que “esto indica que la montaña de Aragón es lo más poblado de este Reino”. Es posible que, como hace notar el editor en su nota, eso no se ajustara ya a la realidad, pues según los censos de la época los lugares más poblados se encontraban en la vegas de los ríos. Tal vez la abundancia de pequeños pueblos muy próximos entre sí pudiera hacer pensar en una mayor población en las zonas de montaña, aunque estas, obviamente, estaban entonces mucho más pobladas que en la actualidad.

En lo industrial, el informe destaca que en Graus “hay muchas fábricas de aguardiente que llevan a Reus”, hasta donde hay “cuatro días de camino”. También había dos acequias: “una del Ésera para los molinos y huertos, y otra de otro arroyo para los papeleros”. De estos, dice que “hay uno y se va a hacer otro”. De hecho, unos cincuenta años más tarde, en el famoso Diccionario de Madoz de mediados del siglo XIX, se recoge la existencia en Graus de varios molinos harineros, dos fábricas de papel y una máquina para aserrar madera. Francisco de Zamora (aceptemos como tal la identidad del viajero) también indica que en la villa “hay algunos curtidores que trabajan bien con corteza de quejigo” y que “las piezas las traen de Barcelona”. Como señala Buil en una nota, se traían pieles en bruto que, una vez secas, eran curtidas en Graus con sales de alumbre y extractos de quejigo, fabricándose badanas, cordobanes y suelas. Las cortezas de roble o quejigo se usaban para la preparación de taninos, sustancias orgánicas que servían para convertir en cuero las pieles crudas de animales. El viajero anota también que en Graus “hay un proyecto para elevar la acequia del Ésera, con lo que se aumentará el riego y la proporción [de agua] para las fábricas”.

La descripción física de Graus es algo breve y apresurada: “Las calles son bastante buenas para pueblo, y la plaza graciosa”. “Hay un convento de dominicos, con una iglesia y portada de buen tiempo”. “El puente de arriba lo arruinaron los franceses en la Guerra de Sucesión, pero sin embargo es fácil y útil recomponerlo, el otro es bueno”. En la Guerra de Sucesión, que tuvo lugar en España a principios de ese siglo XVIII, Graus tomó partido por el Archiduque austriaco y fue ocupado por las tropas borbónicas que lo saquearon y causaron, entre otros destrozos, el del citado puente de Arriba. Sin embargo, este ya estaba arreglado en época de Madoz, pues en su Diccionario se citan los dos puentes de sillería existentes sobre el río Ésera en los dos extremos de la villa.

El informador real indica que “hay una iglesia, la Virgen de la Peña, y sobre la peña está un peñón amenazando de ruina que llaman el Morral”. Y sentencia: “Destruirá Graus y quizá no tardará mucho”. Añade que “la ermita de la Virgen no vale nada”. Y queda aquí la duda de si se refiere, como parece, a lo que una línea antes ha llamado iglesia o alude a la actual ermita de San Pedro o a alguna otra tal vez hoy desconocida. Hay que tener en cuenta, por otro lado, que el interés del informante no sigue en ningún caso criterios estéticos o artísticos, como ya hemos visto con el uso del único adjetivo “graciosa” con que se refiere a la plaza grausina, sino casi exclusivamente militares y defensivos en caso de guerra. Así se pone de manifiesto cuando, después de hacer una escueta referencia a que en la villa “predicó San Vicente Ferrer”, señala que “hubo castillo sobre Graus y estuvo cercado: todo lo hemos abandonado y todo no servirá para detener al enemigo”.

El comisionado real destaca que “son singulares los edificios en Graus que se reducen a unas paredes de adobes”, que tienen “una duración de cinco siglos”. También señala que “hay aulas de estudio de gramática” y que “esto se puede mejorar aprovechando el edificio de los jesuitas que no tiene destino y se hundirá”. Y añade: “Graus por su situación y lugar del contorno podía tener un buen colegio de educación”.

En cuanto a la historia del pueblo, en las breves notas se recoge que “se han hallado en Graus algunas monedas romanas en tanta abundancia que se llegaron a fundir por los caldereros”. Se añade que “la voz Graus, gradus, indica que les sirvió a ellos”. Parece querer decir que a los romanos les sirvió el lugar, que les fue grato, de su agrado. En otra nota se dice que “en lo antiguo Graus fue comerciante; le llamaban edoseta; y decían, de los de Graus, guardaus”. No he oído nunca el término “edoseta”, ignoro si Graus fue llamado así en otros tiempos o si se trata de una transcripción errónea de otra palabra, pero tampoco se me ocurre cuál pudiera ser.

Sobre las personas que el comisionado conoció y visitó en Graus, destaca sobremanera Don Vicente Heredia Bardají (que él escribe Bardagí). Transcribo íntegras las notas que se dedican en el informe a este ilustrado grausino, naturalista, autor de varios libros y catedrático de la Universidad de Huesca: “Vi algunas casas y vecinos en Graus y son de buena educación y estado”. “Vi en casa de Vicente Heredia: Essai sur Mineralogie des Monts-Pirenees, suivé de un catalogue des Plantes observées dans cette chain de montagnes. Paris chez Di (…) 1681”. “Graus era muy pobre hasta que se introdujo la aplicación e industria. Todo se debe a Don Vicente Heredia. Este tiene una huerta regada con la cuerda infinita”. Según León Buil, la cuerda infinita sería una noria circular de cangilones. Es obvio, por otro lado, que sorprende gratamente al viajero ilustrado encontrar un libro de ciencia escrito en francés en casa de don Vicente.

Además de a Vicente Heredia, el enviado real trató en Graus a “Don Antonio Altamir y Cistué, Hermano de la Orden, a Doña Josefa Bardagí y al Barón de San Román”. Parece claro que el apellido del primero sería Altemir y no Altamir, como se transcribe en las notas. Un poco más abajo se añade que “el ingeniero bizco que conoce mejor los Pirineos se llama Don Josef Talk” y que “el brigadier bueno es Don Landelino Colens”.

Francisco de Zamora añade una escueta pero elocuente nota sobre la tibia religiosidad de los grausinos y la receptividad de estos ante posibles movilizaciones en caso de hacerlas la guerra necesarias: “Sobre mi objeto nótese: Que no oyen misa, etc. Que el paisanaje está propicio y que serviría bien manejado con tino”.

El siguiente día, 11 de noviembre, todavía estuvo en Graus el comisionado durante toda la mañana. Se dedicó a informarse sobre el asunto militar que tanto le importaba y, más, habida cuenta de que la villa contaba en ese periodo de guerra con una pequeña guarnición militar. Primero visitó el Hospital Militar: “Por la mañana vi en Graus el Hospital Militar que está en casa que fue de los jesuitas: es capaz el edificio y medianamente cuidado”. Luego añade la parte más crítica de su informe: “Otro de los desórdenes del ejército es el cobrar raciones y no tener caballos, o al menos por lo que cobran. Pero lo que tiene estropeado y agraviado al país es el que estos oficiales que cobran raciones, sacan bagajes; y los sacan otros para mujeres, algunas putas, y los sargentos y otras clases deben ir a pie en sus cuerpos”. O sea, que los oficiales cobraban para que el ejército tuviera caballos pero ellos se lo gastaban en mujeres y, por esa causa, los sargentos, cabos y soldados tenían que ir a pie.

A mediodía, el viajero salió de Graus en dirección al norte: “Después de haber comido, salí de Graus para Campo que dista seis horas. Vi a la derecha el lugar de Torre de Ésera y a su izquierda Torre de Bato [sic], ambos pueblos de 18 casas”. Luego pasó por Perrarruga [sic], Santa Liestra y Murillo de Campo (así denominado y no Murillo de Liena) y continuó subiendo hasta el valle de Benasque donde, por su condición fronteriza, demoró algo más su estancia y elaboró un informe más extenso. Después, el recorrido continuó por el norte en dirección al oeste hasta terminar, un mes más tarde de haberse iniciado, el día 30 de noviembre de 1794 en la ciudad de Jaca.

Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado en El Llibré de las Fiestas de Graus 2016)


EL CER Y LA RUTA DE LOS MIRADORES DE GRAUS
















De nuevo, y como en años anteriores, desde el Centro Excursionista Ribagorza nos asomamos a estas páginas del Llibré para hacer un pequeño balance de la temporada transcurrida y dedicar unas breves líneas a un tema relacionado con nuestra actividad senderista.

Desde la edición anterior de esta entrañable publicación, el CER ha ido realizando numerosas excursiones por nuestra comarca ribagorzana y por las montañas y los valles pirenaicos. Además de las organizadas en solitario, hemos compartido actividades con otros clubes provinciales de Aínsa, Boltaña, Jaca, Binéfar o Barbastro. Con el club montañero de la capital del Somontano, hicimos una interesante y concurrida excursión desde Capella a Roda de Isábena, siguiendo los pasos del obispo San Ramón en su destierro forzado de hace 900 años. Por otra parte, hemos consolidado nuestro concurso fotográfico de montaña y patrimonio con la convocatoria de su tercera edición y la exposición de las mejores fotos del certamen en Espacio Pirineos.

En los aspectos negativos de este último año, hay que lamentar el fallecimiento de nuestro presidente Enrique Canellas, persona apreciada y querida por todos por su bonhomía, buen carácter y afán de ayuda y colaboración con todos quienes participaban en nuestras excursiones. El pasado mes de junio, familiares y amigos le tributamos un emotivo homenaje en el Turbón, y desde el CER hemos instituido el Memorial Enrique Canellas con una ascensión anual en su recuerdo a esta querida y mítica montaña ribagorzana. También lamentamos en este intervalo de tiempo la muerte de Ramón Balaguer, socio de nuestro club y persona igualmente apreciada, con quien habíamos compartido muchas excursiones y experiencias. Tanto Ramón como Enrique han dejado en nosotros una huella imborrable y los echaremos de menos en nuestras actividades. Vaya también para ellos un sentido recuerdo en estas fechas en que aún se notan más las ausencia de los seres queridos.

Desde el punto de vista de la actividad excursionista en nuestra villa, hay que destacar el acondicionamiento y señalización recientes de una amplia red de senderos balizados que rodean, en un extenso anillo circundante, el casco urbano grausino y que ha sido bautizada como Ruta de los Miradores de Graus. Se trata de un recorrido de 26,7 km, señalizada con marcas blancas y amarillas, que permite numerosas combinaciones y posibilidades según los deseos y capacidades físicas de los excursionistas usuarios. Estos pueden elegir recorridos más o menos largos y utilizar los diferentes enlaces que conectan entre sí diferentes tramos del sendero. Este largo itinerario puede dividirse en primer término en dos etapas o sectores: el situado en la margen derecha del río Ésera y el ubicado en su lado izquierdo, que incluye también la zona del curso final del Isábena, en el que se ha habilitado una pasarela que permite cruzar este río a la altura de la conocida como gorga del Chuflé.

El itinerario incluye zonas rocosas de conglomerado o tramos de bosque de encinas o carrascas, quejigos o robles, pinos, cipreses, o bosque de ribera en las orillas de los ríos y barrancos. También se visitan numerosos lugares del patrimonio cultural e histórico de los alrededores de nuestra villa: el puente medieval o de Abajo, los restos de la escondida ermita románica de San Bartolomé, el despoblado Portaspana, las iglesias también románicas de Santa María de Grustán y San Miguel de la Ubaga o de los Templarios, la popular ermita de San Pedro de Verona, o la conocida como coveta de los Moros. Y, por descontado, algunos estupendos miradores como son los de Las Forcas, Las Planas, San Pedro o Grustán, situado este último en lo alto de la llamada Peña de Miguel. Un recorrido con muchos atractivos, que permite disfrutar de hermosos y variados paisajes y conocer la riqueza cultural de nuestros alrededores.

Animándoos a recorrer estos senderos y a participar en nuestras excursiones y actividades, no queremos despedir esta colaboración sin desearos a todos unas muy felices fiestas grausinas.

(Artículo publicado en El Llibre de las Fiestas de Graus 2016)


miércoles, 24 de agosto de 2016

PREGÓN DE LAS FIESTAS DE CAPELLA 2015

Buenas noches a todos, a los vecinos y amigos residentes en Capella y a los que por uno u otro motivo estáis aquí presentes esta noche, para iniciar un año más las fiestas mayores de este querido pueblo, al que unos y otros nos sentimos vinculados por diversos lazos de pertenencia, familia o amistad.

En primer lugar, y porque siempre es de bien nacidos ser agradecidos, quiero dar las gracias al señor alcalde de Capella, Sergio Baldellou Español, y a toda la corporación municipal en representación del pueblo entero, por haber pensado en mí para leer este pregón de fiestas, que además es una innovación del programa festivo de este año. No creo ser merecedor de tal honor, pero os agradezco de todo corazón que hayáis depositado en mí esta confianza.

Ser pregonero de las fiestas de Capella no es para mí cosa pequeña ni baladí. Todo lo contrario, esa condición me produce una doble sensación de enorme orgullo y obligado agradecimiento. Por lo que para mí, desde la infancia, siempre han representado este pueblo y sus gentes, y por lo que supone de amistad y aprecio por vuestra parte hacia mi persona, a los que espero saber corresponder siempre y en todo momento con la gratitud y reciprocidad que se merecen.

Todos conocéis, supongo, mi estrecha vinculación familiar con Capella. Mi padre nació en casa Bravo, a pocos metros de esta plaza. Mis abuelos, a los que ya no llegué a conocer, tuvieron que lidiar con seis hijos varones que se llevaban sólo dos años de diferencia entre ellos.Recuerdo oír contar a mi padre y a mis tíos que en casa Bravo había que ir “espabilaos” porque el último de los hermanos que se levantaba por la mañana no se calzaba aquel día. De aquellos seis hermanos sólo uno sigue con vida, y ya bastante mayor: mi tío José, que vive en Barcelona. Los demás (Carlos, Ramiro, Víctor, Jaime y mi padre Adolfo) nos han ido dejando antes o después en estos últimos tiempos. Mi padre se casó en Torres del Obispo y allí fue, como todos sabéis, donde yo nací.

De niño y adolescente, yo pasaba todos los años unos estupendos e inolvidables días de verano aquí en Capella. Siempre digo que de muy joven no veraneaba en la playa ni en la montaña; yo, y a mucha honra, veraneaba en Capella. Tal vez fuera por esa edad maravillosa en torno a los quince años que entonces yo tenía, pero no recuerdo haber disfrutado probablemente nunca de unos veranos mejores que los que por aquel tiempo pasé en este pueblo. Solía venir en torno a los días de la fiesta y acostumbraba a quedarme aquí hasta que en septiembre empezaba en Graus el instituto.

Esos días en Capella eran para mí especiales y distintos al resto del año, los únicos que pasaba fuera del control de mis padres, y los recuerdo como plenos de felicidad y alegría. Estaba en casa Bravo con mis tíos Carlos y Adelina y mi primo, también llamado Carlos, al que mi tía para diferenciar llamaba José Carlos. Algunos días iba a comer o a cenar a casa Garreta, la casa de mi tío Víctor, también hermano de mi padre, con mi tía Nati y mis primas Nati y María Rosa. En ambas casas me sentía completamente a gusto.

Mis dos tíos me contaban muchas historias y anécdotas y estaban siempre de buen humor. Con mi tío Carlos me iba a la granja de los tocinos y nos llevábamos con nosotros a Tarzán, un perro grande muy tranquilo y más bueno que el pan, al que mi tío tenía muy bien enseñado y al que siempre he recordado como el perro ideal. Mi tío Víctor siempre nos hacía reír con anécdotas de caza, historias del jabalí que se le escapaba por poco, la rabosa o los conejos, y se conocía con minucioso detalle todos los alrededores, campos y sierras de Capella. Seguro que con su falta se ha perdido una sabiduría popular inigualable de este pueblo, de sus montes, de sus tierras, de sus lindes y sus buegas.

Me acuerdo que mi tío Carlos era un cazador de andar poco, recuerdo cómo Tarzán le marcaba las codornices antes de que iniciaran el vuelo desde los rastrojos y él pudiera dispararles con la escopeta a placer, y casi siempre con muy buena puntería. Sin embargo, mi tío Víctor era de mucho andar y pegaba tan largas zancadas que, como decía mi tío Carlos, no “el podeban seguí ni los cochos”. Aún recuerdo cómo alguna vez nos despertaba en Torres a primera hora de la mañana, después de haber venido andando desde Capella atravesando la sierra por Castarlenas. De mi tía Adelina, aquí presente, y de mi tía Nati, ya fallecida, guardo un recuerdo inmejorable y lleno de cariño.

De aquellos años recuerdo también las visitas a la tasca de Ferrer, un personaje entrañable con su biscúter blanco, al que a veces hacíamos enfadar pidiendo cada uno una cosa diferente en su pequeño bar. Y el bar de Viu, donde mis tíos solían echar la partida de cartas o la charrada con la chen del pueblo. También han quedado en mi memoria las sentadas en las escaleras que hay entre el actual local social y el citado bar de Viu.

Me acuerdo que a muchos les hacía mucha gracia escuchar cómo yo hablaba, en ribagorzano modalidad de Torres del Obispo, algo distinta a la variante de Capella. Les hacía reír que dijera “dona” en vez de “muller”, o “feito” en vez de “fecho”; y sobre todo se reían cuando me preguntaban dónde nos íbamos a bañar en el río de Torres y yo contestaba que allí “mos bañaban a las cadollas”, en vez de “en las folgas o las refolgas que eba ane se bañaban en Capella”.

Yo me chuntaba con los zagals y las zagalas que tenían más o menos mi edad. Algunos eran veraneantes y otros del pueblo. A mí, aunque venía de Torres, me consideraban un veraneante, con los pequeños privilegios de no tener que ayudar en casa que esa condición significaba entonces. De mis amigos de aquellos años, recuerdo a Mario Bauret, con el que –al principio, por el orden alfabético de los apellidos– compartí pupitre o “mesas ajuntadas” durante tres años en el instituto de Graus y luego hasta habitación con dos compañeros más en el internado o colegio menor de Barbastro donde estudiamos el entonces recién implantado COU; Enrique Mir, de casa Barbero; Alberto de Monclús; Horacio; o Julio, este último tristemente fallecido hace unos años en una de esas injusticias que de vez en cuando nos depara la vida.

De las zagalas, me acuerdo especialmente de María José, Ángela, Sara y Silvia Calvera, la hija del Sastre, con el que mi tío Carlos “chugaba” a las cartas en el café de Viu y, siempre chungón, “se men burllaba decinme que había chugau al subastau con mi suegro y que ya podeba prepárame pa gritá y pa repetí las cosas perque hi sentiba poco, pues cuan él diba noventa el otro siempre entendeba setenta u ochenta”.

Fui dejando atrás aquellos años de adolescencia y primera juventud y, después de una época un poco hippy de “pelos llargos” y aficiones musicales a la moda, me centré definitivamente en los estudios en la Universidad de Barcelona. Enseguida de terminar la carrera empecé a trabajar en varios institutos de Cataluña y allí viví más de veinte años. En cualquier caso, si venía en verano de vacaciones a Torres, a finales de agosto siempre subía a las fiestas de Capella. Iba a cenar a casa de mis tíos, a veces con algunos amigos que iban de fiesta conmigo, y en las dos casas, Bravo y Garreta, era  magníficamente recibido con la generosa hospitalidad de siempre.

Pasaron aquellos años de juventud y decayeron poco a poco las ganas de fiesta, de diversión bullanguera y de jarana, pero yo nunca me olvidé de Capella; aunque ya no pudiera venir siempre a estas fiestas de verano. Hace ya unos años volví a Ribagorza con mi mujer y mis dos hijos para instalarnos en Graus y trabajar en su instituto. Murieron mis tíos Carlos y Víctor y también mi tía Nati, y quedan mi primo y mis primas, y mi tía Adelina, persona excepcional y enormemente generosa, que a pesar de los años aún va campando fuerte y espero que así siga por mucho tiempo. Y al volver a estas tierras, empecé a aficionarme a caminar y a hacer excursiones. A veces he pensado que esta afición mía “a caminá per ixos montes y ixas serras” me venga tal vez de mi tío Víctor, caminante infatigable y aficionado al monte y conocedor como pocos de sus secretos y escondrijos más recónditos.

Y a través del Centro Excursionista de la Ribagorza fui trabando amistad con nuevas gentes de Capella y, en especial, con la Peña La Meliguera, un grupo de excelentes personas de enorme calidad humana, algunos aficionados a caminar y participantes en nuestras excursiones, y todos estupendos cocineros, expertos en preparar magníficas comidas para el número de gente que haga falta y sea menester. Gente sencilla y noble, con la que siempre se puede contar y que nunca ni en nada te fallan.

Con ellos hemos disfrutado de estupendos momentos e inolvidables comidas populares, que no mejorarían muchos de los renombrados cocineros y chefs de moda y relumbrón. Unas veces en el merendero de San Medardo en Benabarre y, otras muchas, en el magnífico y acogedor merendero de aquí de Capella, junto al impresionante puente medieval que se levanta sobre las aguas del río Isábena. Seguro que seguiremos disfrutando en el futuro de esas comidas campestres excepcionales y sin parangón, donde, además de los buenos alimentos y los mejores sabores, reinan una sana camaradería y una convivencia entrañable.

También en este periodo más reciente he descubierto muchos otros aspectos de Capella, en los que me fijaba menos, o me pasaron bastante desapercibidos, en mis estancias juveniles, en que mi atención estaba como es natural en otras cosas. Sobre todo, los referidos a la historia y el patrimonio cultural, arquitectónico y artístico del lugar. De algunas de estas cuestiones he escrito en estos años diversos artículos en distintas publicaciones, y también en el Llibré de las fiestas de Capella. En sus páginas coincidí en varias ocasiones con Fernando Calvera, para quien quiero tener hoy aquí un especial recuerdo en estas fechas festivas.

Desde luego, el elemento arquitectónico y artístico más destacado de Capella es su impresionante puente medieval, posiblemente de los siglos XIII o XIV, y sin duda el más grande y también el más bonito, no sólo de la comarca sino de toda la provincia. Muy destacable es también la iglesia parroquial de San Martín de Tours, de claro origen románico y recientemente reformada, con el espléndido retablo del siglo XVI que atesora en su interior, obra de dos de los pintores de mayor prestigio existentes en aquel tiempo en Barcelona: el alemán Johan de Borgunya y el portugués Pedro Nuñes.

Y qué decir de los lugares de interés que se esconden al otro lado del río Isábena y que nuestro buen amigo y mejor persona Joaquín Sesé, al que unos llamamos Quinón y otros llaman Quinito, ha contribuido con esfuerzo ingente y enorme mérito a limpiar y desbrozar, para que hoy todos podamos ver, conocer y valorar más y mejor estas valiosas muestras de nuestro rico patrimonio.

Lugar verdaderamente mágico y singular, que tal vez aún pueda deparar nuevas sorpresas en posibles y deseables excavaciones futuras, es la ermita románica de San Martín, escondida al resguardo de las altas paredes de la sierra, en un enclave de una belleza única, junto a los abrigos que aprovechan las oquedades naturales abiertas en la roca. O los ahora ya seguros restos de la antigua ermita románica de Santa Eulalia, no lejos del propio San Martín. O, un poco más abajo, los de la ermita de San Chulián, que tal vez se corresponda, esta u otra anterior, a la citada en la primera mención histórica documentada de Capella, cuando Ramiro I reconoce al monasterio de San Victorián de Asán una iglesia dedicada a San Julián "in villa Capella", edificada en el año 842 y consagrada por el obispo Jacobo de Lérida. Tal cosa sólo pudo ocurrir si se trataba de cristianos mozárabes, tolerados en su territorio por los entonces dominadores musulmanes. La posible existencia de algunas comunidades mozárabes en la Ribagorza, a tenor de algunos documentos de la época muy probables en lugares como Capella o Torres del Obispo, es una interesante línea de investigación histórica apenas explorada hasta la fecha.

Fue el propio rey Ramiro I quien conquistaría Capella a los musulmanes, seguramente entre los años 1060 y 1063, en su camino hacia Graus donde iba a encontrar la muerte frente a sus murallas, en el llamado campo de Zapata. En esos tiempos medievales tuvo Capella castillo, de posible origen árabe, en lo más alto del pueblo, donde hoy se halla su iglesia parroquial. En 1065 sabemos que ya era cristiano y que Guillermo Servus Dei era su tenente. A mediados del siglo XVI, el castillo de Capella ya aparece registrado como una de las muchas fortalezas derruidas de Aragón.

También en tiempos medievales, los caballeros de Capella eran considerados hombres de confianza por el rey Pedro I y junto a él iban –cuando era infante todavía y ya su padre, Sancho Ramírez, delegaba en él funciones importantes– al frente de las tropas que en 1087 y 1089 conquistaron Estada y Monzón. El más importante de estos caballeros fue Berenguer Gombaldo, cuya participación en estas conquistas sería destacada, pues en premio recibió –junto a Garci Jiménez de Grustán– algunas almunias y casas en la ciudad montisonense. Gombaldo participó también con otros caballeros ribagorzanos en la toma de Zaragoza y del valle del Ebro por Alfonso el Batallador, y en la expedición que éste organizó a tierras andaluzas, de la que formó parte también al parecer el posteriormente canonizado San Ramón, que fue obispo de Roda y Barbastro. 

Según la leyenda, el prelado paró posteriormente en Capella en su huida a Roda desde Barbastro, donde era hostigado a sangre y fuego por el obispo Esteban de Huesca que le disputaba la titularidad de aquella plaza. Se dice que, sentado sobre una piedra al lado del camino, el obispo huido recibió los honores y la ayuda de las gentes de Capella, que pusieron de manifiesto una vez más su hospitalidad y nobleza. Junto al río, y en recuerdo de aquel hecho, queda la ermita dedicada al obispo y la supuesta piedra donde el santo descansó en su camino. Las gentes de Capella tuvieron durante largo tiempo el mayor protagonismo en la romería que todos los años llevaba desde diversos pueblos de la comarca hasta la catedral rotense, en memoria de aquel obligado viaje del obispo Ramón en los inicios del siglo XII.

No menos interesantes son las diferentes aldeas de Capella, cuya historia particular sería también deseable conocer algo mejor y más a fondo. En antiguos documentos, se citan como pertenecientes a esta villa las aldeas o masías de Casa Chorchi, L’Hereu, Estorianz, La Bruballa, La Buixeda, La Serranía, La Sierra, Miralpeix y San Chenís. Algunas de ellas siguen hoy habitadas y otras nos resultan difíciles de ubicar en la actualidad.

Un personaje ilustre nacido en la Capella del siglo XVIII fue José Francisco Clavera Oncins, jesuita, naturalista y cirujano, destinado en varios colegios de Aragón. Estudió Artes y Medicina en la Universidad de Huesca. Fue enfermero y boticario en varios de los colegios regentados por los jesuitas. Con el duque de Villahermosa estuvo también en Madrid, y más tarde se le destinó a Italia, donde escribió gran parte de su obra y donde murió en la ciudad de Bolonia. No es de extrañar, que habiendo nacido a orillas del río Isábena, y siendo seguramente buen conocedor de las fuentes y manantiales de la comarca, uno de sus libros más valorados trate sobre la hidroterapia o curación por medio del agua.

Capella ha sabido conjugar siempre tradición y modernidad, apego al pasado y visión de futuro. Ha conservado, como pocos lugares, su variedad ribagorzana aragonesa como vehículo lingüístico habitual entre sus habitantes. Y, en esa expresión autóctona, ha conservado y recuperado una rica y divertida manifestación de la tradición popular como es la pastorada, que inmediatamente, y dentro del programa festivo de este año, vamos a ver de nuevo representada por la “chen chove del llugá”  en esta misma plaza.

Capella tiene historia y patrimonio, pero siempre ha sabido mirar al futuro, y así debe seguir haciéndolo, para avanzar, seguir progresando y no quedarse atrás. Sus gentes, además de nobles y hospitalarias, son, como han sabido demostrar a lo largo de los tiempos, laboriosas y emprendedoras. Y también saben, cuando es el momento y la ocasión lo requiere, celebrar y disfrutar con jolgorio y sana diversión las diferentes fiestas del año, sean estas las de invierno o las mayores de verano. Y ese momento festivo ha llegado un año más para el disfrute y la alegría de todos. VIVA LAS FIESTAS DE CAPELLA 2015. FELICES FIESTAS A TODOS.

(Texto publicado en El Llibré de las Fiestas de Capella 2016)














miércoles, 10 de agosto de 2016

SENDER Y LAS GALLINAS DE CERVANTES




Al celebrarse este año el cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, parece oportuno recordar aquí el pequeño homenaje que Ramón J. Sender rindió al autor de El Quijote en su relato “Las gallinas de Cervantes”. Publicado por primera vez en México en 1967 en el libro “Las gallinas de Cervantes y otras narraciones parabólicas”, en España el cuento fue editado en solitario en 2002 por Plaza & Janés en su colección de bolsillo. También aparece, como es lógico, recogido en la Obra Completa de Ramón J. Sender (Tomo II, pp. 315- 356), publicada en 1977 por Destino, edición que yo he seguido a la hora de redactar estas lineas. De “Las gallinas de Cervantes” se hizo en 1988 una adaptación cinematográfica con el mismo título, dirigida por Alfredo Castellón e interpretada en sus principales papeles por Miguel Rellán, Marta Fernández Muro, Josep María Pou y Francisco Merino. La película mantiene en esencia la idea original del texto de Sender, aunque introduce algunas novedades, como la incorporación del personaje de El Greco, a quien Cervantes sirve de modelo en su cuadro “El entierro del Conde de Orgaz”.

El punto de partida en que se inspiró el novelista oscense para escribir el relato fue que entre los distintos bienes que su mujer, doña Catalina de Salazar Palacios, aportaba como dote en su boda con Cervantes figuraban veintinueve gallinas y un gallo. Así aparece recogido en el acta matrimonial de los esponsales que se celebraron el 15 de diciembre de 1584 en la localidad toledana de Esquivias, de donde era natural la contrayente. La ceremonia fue oficiada por el párroco Juan de Palacios, tío de la novia. Se dice que el matrimonio fue algo extraño, aunque tampoco tanto para aquellos tiempos, pues Cervantes, de 37 años, era un hombre de mundo que casi doblaba en edad a la novia, de 19, que hasta entonces apenas había salido de su pueblo manchego. Lo que parece fuera de toda duda es que don Miguel y doña Catalina se casaron por amor, que, como ya sabemos, suele ser ciego y no atender a las razones de la lógica.

A partir de este documento matrimonial verídico, Sender compone una obra disparatada y de tintes surrealistas en la que doña Catalina de Salazar sufre una progresiva y sorprendente metamorfosis en gallina. Así empieza la narración: “Lo que pasaba con la mujer de Cervantes, doña Catalina, era un poco raro al principio, más tarde llegó a ser alarmante y luego fabuloso e increíble”. Y enseguida el narrador concreta: “Lo que le pasaba a doña Catalina Salazar era que se estaba volviendo gallina”. Y esa transformación en ave de corral de la moza manchega recién desposada será el meollo argumental del texto que nos ocupa.

Sender explica su tratamiento literario en la breve nota preliminar a la narración: “Alguien tenía que escribir sobre las gallinas de la esposa de Cervantes y una de las modas de vanguardia (el surrealismo) me ha ofrecido a mí, tan enemigo de modas, la manera”. Y más adelante aclara: “Me refería al surrealismo como una escuela de vanguardia, pero la verdad es que ha existido siempre, desde 'El asno de oro' de Apuleyo hasta 'El cocodrilo' de Dostoyevski. La única añadidura de la escuela moderna es una ligera dimensión lírica que se produce con el desenfoque de los objetos reales o su deliberada distorsión”.

En referencia al tema elegido, Sender apunta que “el caso es que las gallinas llevan ya más de tres siglos cacareando y pidiendo un cronista, como le decía yo a Américo Castro cuando él me hablaba de lo poco que se había escrito sobre la vida privada de Cervantes”. El novelista altoaragonés admiró siempre a Cervantes, pero también denuncia la poca consideración que nuestro país tiene hacia sus personajes más valiosos: “En España más que en ningún otro país la gloria es solo de los muertos. Durante la vida de los héroes, los poetas o los santos ese sol brilla para ellos muy pocas veces, ya se trate de Hernán Cortés, de Pizarro, de Miguel Servet, de Gracián o de Cervantes. La envidia de sus coetáneos suele enturbiarles la atmósfera. A veces hasta hacerla asfixiante”. Pero la posterior fama universal de Cervantes y El Quijote es incuestionable: “El cielo de Cervantes es vasto e inmenso y rodea el planeta entero. Y está poblado de ángeles que repiten las palabras de Don Quijote en todos los idiomas del mundo”.

Sender, con ironía bien modulada, quiere dar en su relato una apariencia real a la transformación en gallina de la mujer de Cervantes: “Algún lector se extrañará de que yo escriba estas páginas sobre la mujer de Cervantes, pero creo que ha llegado el momento de decir la verdad, esa verdad que en vano ocultan Rodríguez Marín, Cejador y otros queriendo preservar y salvar el decoro de la familia cervantina. Siempre hubo un misterio en las relaciones conyugales de Cervantes y eso nadie lo niega. ¿Por qué no aparece su mujer viviendo con él en Madrid, en Valladolid? Es como si el escritor quisiera recatarla en la media sombra rústica de la aldea. ¿Por qué no la lleva consigo?”.

Además de la descripción del proceso de gallinización de Catalina, Sender introduce varios temas de interés en un relato que tiene más intenciones críticas y enjundia literaria de las que pudiera aparentar. Hay una clara contraposición entre la mentalidad abierta y cosmopolita de Cervantes y el mundo cerrado y mezquino de la familia de Catalina, que aparenta no ver la transformación de la joven e insinúa, sin hacer nunca mención directa a unos cambios cada vez más difíciles de ocultar, que esta pueda ser causa de la influencia negativa, y tal vez demoníaca, del propio Cervantes, por su condición de judío converso y por su prolongado contacto con herejes en su cautiverio en Argel, asuntos ambos a los que los tíos de Catalina no dejan de hacer continuas alusiones más o menos veladas. Hasta el punto de que don Miguel llega a temer ser denunciado ante la Inquisición. Por otro lado, los dos tíos y la propia esposa recriminan constantemente a Cervantes su incapacidad para ganar dinero como escritor. Cuando este trae a casa un halcón herido que ha encontrado en el campo, el animal será rechazado con hostilidad por Catalina y su familia. Sender recurre aquí a una clara contraposición metafórica entre los dos tipos de aves presentes ahora en la casa: las gallinas con su vuelo corto representan la mezquindad y la incapacidad para volar, mientras que el halcón encarna la gallardía, la elegancia y las ansias de ser libre.

Esta contraposición, que se manifiesta a lo largo de la novela, aparece ya en la antítesis con la que Sender presenta a Cervantes y a Catalina al final de su nota preliminar: “Por ese afán de simetría que existe en la vida moral lo mismo que en el mundo físicole correspondió a Cervantes (que buscaba en vano a su Dulcinea) la esposa más tonta ella nos perdone de la Mancha”. Esta caracterización literaria no parece ajustarse del todo a la verdad, pues, según su reciente biógrafo Segismundo Luengo, Doña Catalina no era tan tonta como Sender la pinta y, aunque no había salido nunca de su pueblo toledano, había recibido una esmerada educación y sabía leer y escribir, algo poco frecuente en las mujeres de la época. Además, pese a ausencias y desavenencias, el matrimonio duró más de treinta años, hasta la muerte de Cervantes. Doña Catalina sobrevivió diez años a su marido y a su muerte fue enterrada con Don Miguel en el mismo convento de las Trinitarias de Madrid, donde ella profesó como monja tras quedar viuda.

Otro aspecto destacado de la narración de Sender es la anticipación que se hace en ella de la creación del Quijote. Los personajes del relato van prefigurando en la mente de Cervantes la gestación de la que unos años después será su gran obra. Al personaje real del clérigo oficiante en la boda, añade Sender otro tío de la joven, llamado don Alonso de Quesada y Quesada, quien obliga a incluir en el ajuar de la desposada las mencionadas veintinueve gallinas con su correspondiente gallo. Desde el nombre y su figura hasta su extravagante carácter, todo en el personaje constituye el embrión literario que cristalizará más tarde en el Quijote: “Los nombres de aquel viejo hidalgo Alonso y Quesadale parecieron a Cervantes especialmente sugestivos. Pero Quesada podía haber sido Quijano y Quijada y se le ocurrió que añadiéndole el sufijo “ote” despectivo la sugestión era más completa”. La propia Catalina comienza a prefigurar a Dulcinea en la mente de su marido: “Antes de casarse había querido informarse sobre la familia de la novia y supo que sus abuelos venían del Toboso. […] Era Cervantes gran admirador de La Celestina y a la hora de dar a su novia un nombre idílico se le ocurrió hacerlo a imitación del de Melibea y Melisendra, esposa del infante Gaiferos. Si ellas eran dulces como la miel, dulce debía ser también doña Catalina. Así, pues, la llamó Dulcinea y por alusión a su linaje, del Toboso. En su conjunto el nombre quería decir Dulzura de la bondad secreta”.

A la casa de Esquivias acuden el barbero y el cura párroco del pueblo a jugar a las cartas con los dos tíos de Catalina. Dos clérigos, un hidalgo y un barbero. Aunque no se menciona el nombre del juego, se deduce que se trata del guiñote. Sender, al relatar una partida, introduce algunas expresiones usadas en este juego. Por el interés que puede tener el episodio para muchos lectores oscenses, reproduzco buena parte del pasaje:

“Cuando entraron en la casa seguían los dos curas, don Alonso y el barbero jugando a las cartas. […] Don Alonso echó a la mesa el tres de copas y dijo:
-Arrastro.
Quería decir que les obligaba a los otros a echar los triunfos que tuviera. Al barbero le contrarió aquello y replicó contrariado con palabras de bellaco tahúr:
-El culo por un barcero.
[...]Un barcero era un seto espinoso, una zarza en tierras de Aragón. También lo llamaban 'arto'. El barbero debía de ser de origen aragonés”.

No he rastreado todos los aragonesismos que, como en buena parte de la obra de Sender, hay en esta novela breve. Pero, además de las expresiones referidas al juego de cartas, encontramos por ejemplo en alguna ocasión la palabra esparver para referirse al halcón, al que Catalina y sus tíos suelen llamar despectivamente buitre o alimaña. En la zona más oriental aragonesa se utiliza bastante el término esparver, común al catalán, que en otros lugares de Aragón se convierte en esparvero o incluso esparavero, y que, aunque específicamente corresponde a la palabra castellana gavilán, se suele utilizar para referirse a cualquier ave rapaz de pequeño o mediano tamaño. En “Crónica del alba”, Sender escribe: “Yo he visto a los esparveres en mi pueblo volar y estar quietos en el aire, sin subir ni bajar. Y eran esparveres con su pico y sus garras”.

También al escribir sobre el gallineros de la casa de Esquivas parece Sender echar mano de sus recuerdos de infancia y juventud en tierras altoaragonesas: “Entretanto las gallinas iban retirándose a dormir. La última luz iluminaba sobre las bardas los vidrios rotos que, insertos en el adobe seco, las defendía contra posibles asaltantes. Porque había un campamento de gitanos en las afueras”. No creo que hubiera en el siglo XVII demasiado vidrio para poner en las paredes de los gallineros, y esas bardas de adobe con vidrios rotos pertenecen posiblemente a la memoria de juventud del escritor de Chalamera.

Los nombres de las veintinueve gallinas con los que Catalina sorprende a un Cervantes entre asombrado y dolido tal vez remitan también a los recuerdos juveniles de Sender, a unos tiempos en que en casi todas las casas de los pueblos aragoneses había gallineros y gallinas, a las que se solía dar nombres que aludían a sus características físicas más destacada. Estos son los nombres que da doña Catalina a las suyas: la Clueca, la Pita, la Gallipava, la Pintada, la Papuda, la Coquita, la Buchona, la Repolluda, la Escarbona, la Polianuda, la Barbeta, la Obispa, la Porcelana, la Overa, la Pechugona, la Pechugueta, la Caparazona, la Crestonera, la Cobadora, la Pepita, la Pollera, la Mantuda, la Rabiscona, la Reculona, la Moñuda, la Calcetera, la Roqueta, la Gallineta viuda y el Gallino. El nombre del gallo, Caracalla, tiene otras connotaciones y Cervantes lo relaciona enseguida con el emperador romano asesinado en el siglo III.

Tratándose de Sender y de Cervantes, el final no podía ser otro que una alegoría de la libertad. Don Miguel abandonó Esquivias y su atmósfera asfixiante y “se fue a Andalucía a reunir víveres para la expedición de la Invencible que fue vencida poco después”. De la transformación de Doña Catalina y de su vida posterior, dice Sender que nada más se ha podido averiguar.

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado hoy en el suplemento "Alto Aragón" del número especial de las Fiestas de San Lorenzo del Diario del Alto Aragón.