domingo, 30 de julio de 2017

LA VIDA NEGOCIABLE



            Luis Landero (Alburquerque, 1958) ha vuelto a la novela. Si es que alguna vez la había dejado. Aunque su libro anterior –el magnífico relato autobiográfico “Un balcón en invierno”– se iniciaba con un capítulo titulado “No más novelas”, el escritor extremeño ha vuelto al relato de ficción, en la más genuina línea de su brillante narrativa de estirpe cervantina y picaresca, con su reciente “La vida negociable”, publicada como todas sus obras por la editorial Tusquets. Y con ella, la novena de sus narraciones desde aquella lejana y deslumbrante “Juegos del amor tardío” de 1989, se consolida, por si no lo estaba ya bastante, como uno de los mejores escritores actuales en lengua española.

            “La vida negociable” está contada en primera persona por Hugo Bayo, que, como si fuera una narración oral, comienza su relato con una apelación a los lectores/escuchantes: “Señores, amigos, cierren los periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos”. Bayo cuenta su historia desde la infancia (casi adolescencia) hasta, más o menos, los cuarenta años. Comienza cuando tanto su padre como su madre lo hacen respectivamente partícipe de sendos secretos de los que va a abusar luego para chantajear a ambos progenitores. Conoce a Leo, una chica algo masculina y peleona, que será luego su pareja, con la que siempre mantendrá una extraña y aguerrida relación nunca demasiado estable ni convencional. Antes, Hugo había sido rechazado por la bella Olivia, por la que comete un robo con cuya culpa no tendrá ningún inconveniente en hacer cargar a su padre. Ya en el servicio militar, un avispado brigada descubre las habilidades de Hugo como peluquero y el joven vive algunas excitantes y morbosas experiencias eróticas con la mujer del coronel. Al salir de la mili comienza a trabajar de peluquero, pero nada parece satisfacer a Hugo, quien se cree llamado a realizar grandes empresas y acaba fracasando indefectiblemente en todas. Nunca parece encontrar un lugar en el mundo que le permita reconciliarse con los demás y consigo mismo.

            La novela tiene un cierto tono amargo y pesimista, aunque no está exenta de ironía, parodia y un humor muy cervantino. El tono picaresco, casi específicamente quevedesco, la aproxima más –obviamente sin las digresiones morales de la obra de Alemán- al Guzmán de Alfarache que al Lazarillo de Tormes. El antihéroe Hugo, que se cree sus propias fantasías y es víctima de ellas, se parece mucho a los protagonistas de las novelas anteriores de Landero. Personajes movidos por el afán, que buscan infructuosamente el éxito en la vida, cambiando de oficio, planeando supuestos grandes negocios, pero siempre derrotados por una realidad implacable a la que no acaban de adaptarse, porque cuando tienen una cosa desean otra y nunca logran asentarse ni afianzarse en nada: “A lo mejor la vida, o al menos la mía, consiste sólo en eso, ir de camino a lo que salga”. Porque, además, la vida es una mezcla de todo: “tan irrisoria, tan fea, tan trivial, y a la vez tan dramática, tan misteriosa y llena de belleza”. “¿En qué proporción se mezclan el ridículo y lo sublime, lo trascendente y lo banal, la comedia, la épica, el drama y el folletín?”.

            Como el propio narrador indica, el relato va pasando de drama a comedia e incluso al final, cuando Hugo investiga el paradero de sus padres, a novela detectivesca o policiaca. La composición de los personajes secundarios es magnífica. Empezando por el padre de Hugo, un hombre grueso y pesado perdidamente enamorado de su mujer que –según cree Hugo- lo engaña con otro y le pone los cuernos. Moralista y religioso, recurre con frecuencia a citas bíblicas, pero sisea con disimulo lo que puede en sus tareas de administrador de fincas. Menos definida está la madre, de cuyo verdadero comportamiento no llegamos a saber del todo la verdad. Destacable también el personaje de Leo, una chica hosca y reñidora, con quien Hugo no puede tener relaciones sexuales si no es a fuerza de pelear antes con ella a puñetazos. Y verdaderamente sobresaliente el brigada Ferrer, un hombre que encarna la sabiduría no adquirida en los libros sino en la calle, el trato mundano y la escuela de la vida.

           Lo dicho, Landero es uno de nuestros mejores novelista actuales. Y esperemos que, para continuado placer de sus lectores, lo siga siendo muchos años. 

 “La vida negociable”. Luis Landero. Tusquets, 2017. 336 páginas.

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